Martes, 31 de julio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Oporto *
La política le debe mucho al análisis pero también a la paciencia. La historia tiene sus vanguardias y sus profecías. En el invierno, en julio, hace catorce años murió Germán Abdala. Cuando el justicialismo comenzó a perder su habla histórica, un habla ideológica pero también moral, Germán no dejó de pronunciarla. En él, el peronismo sobrevivió como idea mientras agonizaba como práctica.
Su pensamiento y el modo épico de defenderlo aún arden en los archivos. Donde sus detractores creían ver ideas regresivas había ideas futuristas. Denunció la destrucción del Estado, “que no es una abstracción ni una entelequia”, y que podía comprobarse en una escuela o un hospital mucho más que en el terreno de las ideas. Estaba viendo agonizar al Estado argentino. Intuyó que se construía una República de la Exclusión y la denunció en cada detalle de su arquitectura: “El Estado es una herramienta que, según en qué manos esté, puede servir para liberar o para someter. En las sociedades dependientes en las que estamos sometidos a reglas de intercambio que nos plantean los países desarrollados, determinados por la división internacional del trabajo, la única herramienta en la que se puede acumular poder en forma real y planificar políticas sociales con cierta hegemonía popular es en la esfera estatal. Esto no quiere decir defender teorías corporativistas o defender un capitalismo estatista. Necesitamos un Estado que resuelva problemas, un Estado con rol social, un Estado popular, un Estado que esté al servicio de las mayorías”.
Minimizaba el problema de la burocracia, planteaba la planificación vinculada a la política de recursos humanos y anteponía a la discusión sobre el estado burocratizado –al que los trabajadores, aclaraba, “no aceptamos y estamos comprometidos a cambiarlo”– una discusión profunda del país a construir y la sociedad que se quiere mejorar.
Sabía que los procesos históricos no ocurren por fatalismo o voluntarismo sino porque se piensan y se tiene el poder para ejecutarlos. Señalaba que a lo largo de la historia argentina hubo modelos de país nacionales y populares y modelos de entrega. En esa tensión ubicaba la responsabilidad política y la función del Estado.
No fue sólo un defensor del Estado, fue su exégeta y su vigilante moral. Pensó tanto en su función histórica como en las nuevas misiones a diseñar. Unió la cuestión social con la cuestión nacional. Gritó la defensa de las ideas y de la memoria que da orgullo. Soñó con un país distinto. Repudió las leyes de obediencia debida, punto final y los indultos. Resistió el proceso de las empresas privatizadas. Luchó por las convenciones colectivas de trabajo. Predicó el compromiso con el futuro. Convencía de que el campo nacional y popular podía ofrecer un país digno. Militó por recuperar la esperanza, la cultura del trabajo, los ingresos de los sectores más desposeídos; distribuir con justicia los recursos, fomentar la producción, defender lo nacional, ampliar la participación de los marginados. Estas ideas sostuvieron su lucha conmovedora hasta el temprano final de una existencia ejemplar. El poder retrospectivo de su palabra nos recuerda que para hacer política hay que pensar la política.
El futuro que él esperaba está llegando. El pensamiento de Germán Abdala flota sobre nosotros como la conciencia que lo ha hecho posible luego de ir contra la corriente. Su vida es un manual de moral política. Sus ideas, una agenda para trabajar en la reconstrucción del Estado.
* Jefe de Gabinete del gobierno de la provincia de Buenos Aires.
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