Viernes, 28 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › CONMOCION EN GENERAL VILLEGAS POR LA APARICION DEL CADAVER DEL RURALISTA SECUESTRADO
La policía encontró el cuerpo de Francisco White, capturado 22 días atrás. Ya son cinco los detenidos. Uno de ellos confesó todo. Así se confirmó el sórdido contexto de ese secuestro: una banda improvisada conformada por gente del pueblo que conocía y frecuentaba a la víctima. Se investiga si el hombre murió por un paro o fue estrangulado.
Por Cristian Alarcón
Sólo faltaba que alguien “cantara” para confirmar la muerte del productor rural secuestrado hace veintidós días, Francisco White, de 59 años. Lo hicieron dos de los integrantes de un grupo formado por sus propios compinches. Con ellos departía en los tugurios en los que solían acortar las noches campechanas. Tras una confesión que duró toda la madrugada de ayer, los secuestradores dejaron claro lo que ya sospechaban por demás los familiares y los investigadores: se trata de una organización más dedicada a los negocios prostibulares que a los delitos complejos. El cuerpo de White apareció en una tapera, a unos 500 metros del asfalto de la ruta 188, junto a unos árboles como pintados por Molina Campos. Aunque la versión de los dos “arrepentidos” es que “se les murió” de un ataque cardíaco debido a los graves problemas de salud que padecía el productor, el juez esperaba ayer la autopsia con la sospecha de que lo mataron apenas fue secuestrado: “Lo levanta gente conocida, era un final cantado, no iban a dejarlo con vida”, sostuvo anoche uno de los investigadores del caso. El cadáver no tiene marcas de disparos, pero sí un golpe en el cuello que podría deberse a un estrangulamiento.
Cuando la historia parecía acercarse al melodrama de provincia dio un giro de novela negra. Fue a las tres de la madrugada. Juez y fiscal federal aguantaban con café la indagatoria a uno de los presos que decidió hablar. Anoche las fuentes no coincidían en quién de los cuatro que habían caído el miércoles se puso a hablar, pero todos coincidieron en que el que confesó dijo que “si quieren saber dónde está Francisco, busquen a Claudio Gómez”. Los de la Bonaerense salieron hacia La Trocha, el mismo barrio de donde ya se habían llevado a la meretriz Lidia Quiroz, a su marido, Pablo Lejarza y al boxeador Javier “Mere” Miranda. Es el lugar de la vieja estación, donde los sueños de progreso quedaron suspendidos con el fin del ferrocarril. Gómez, que se convirtió en el quinto detenido, sería quien entregó finalmente los datos para llegar hasta el cadáver del productor rural.
Anoche declaraba Javier Tomas, el hijo de los dueños del campo vecino, el cuarto de los apresados el miércoles. En rigor, ambos, la víctima y el joven de 28 años sospechado de victimario, eran “hijos de”. Ese fue uno de los errores de los secuestradores al evaluar la fortuna del blanco que eligieron: creer en las historias de estanciero que Francisco había ensayado más de una vez ante la mujer a la que frecuentaba “eventualmente, con cierta asiduidad, desde un largo tiempo atrás”, Lidia Quiroz. La morocha, que según las fuentes policiales no es una femme fatal, en rigor intentaba “pucherear” con servicios sexuales de bajo costo. Su concubino, el remisero Lejarza, en rigor no habría sido su “fiolo”. Los investigadores creen que aun así fue suya la idea del secuestro: enterado de los relatos épicos sobre un pasado patricio –White es heredero del Ingeniero White que le da nombre a un pueblo en el sur bonaerense– pensó que era Francisco el que controlaba la supuesta fortuna familiar.
En realidad, Francisco cobraba un sueldo de su padre, el dueño de la mayor parte de las tierras. Tras una sucesión, al productor muerto le correspondería sólo un cuarto de la propiedad. “Cobraba un sueldo que no pasaba los tres mil pesos por mes. En realidad el nunca tenía plata. Muchas veces se tomaba el colectivo de línea para ir del pueblo a la estancia San Francisco”, contó uno de los pesquisas que siguió de cerca los pasos de la banda durante los últimos días. Lo que no se comprende es que el mismo diagnóstico erróneo haya hecho Tomas, el preso que vivía en el campo vecino. “Tenían una inquina hace cierto tiempo, de hecho White le había puesto una denuncia por un delito menor”, contó una fuente judicial. Entre Tomas y Lejarza estaría, en la visión de los hombres de Delitos Complejos, lo que casi en broma ayer llamaban “el cerebro” del grupo por los errores de principiantes que cometieron desde el comienzo.
En palabras de uno de los expertos en secuestros que siguió los pasos del grupo desde que se interceptó el primer mensaje de texto enviado a la familia: “La de Lejarzo es una mente perfecta para manejar estas circunstancias, pero equivocó el camino”. Uno de los primeros indicios de que no se trataba de una banda con capacidad operativa ni inteligencia suficiente fue que no se respetó uno de los abecé de los secuestros extorsivos: que cada quien cumple un rol específico y compartimentado. Tampoco existió un trabajo de inteligencia previa a la víctima. En este caso se trató de los relatos que White hacía ante Lidia Quiroz y otras personas. “El boconeaba y eso hizo que se creyeran lo que no era”, contó un investigador.
White era un tipo entrador, simpático, bonachón. Su vida social era envidiable, sólo que algunos lo identificaban con lo más lumpen de la zona, un pecado que se le perdonaba por el apellido ilustre que llevaba. “El gordo”, “Pancho” o “Corcho” eran algunos de los apodos que no se dejaba decir. Lo cierto es que dejó no pocos amigos en los dos sitios entre los que vivía: General Villegas, la apacible ciudad de 17 mil habitantes muy parecida a la que vivió en su infancia el autor de La traición de Rita Hayworth, y Banderaló, el pueblo de poco mas de mil almas que fue fortín contra los ranqueles a comienzos el siglo pasado. “Se diga lo que se diga, la gente que llegó a conocerte sabe la clase de tipo que eras. Mediante este fotolog le mandamos saludos a la familia White y que tengan fuerza –se puede leer en el “Fotolog oficial del Club Ingeniero White, de Banderaló–. Francisco era una persona muy querida y lo que hacía de su vida era problema de él, nadie tiene derecho a cuestionarlo”.
Desde el comienzo de la investigación en la que actuó bajo las órdenes del fiscal federal Eduardo Varas, con despacho en Junín, una comisión de Bonaerenses y Federales evaluó si Francisco estaba con vida. Lo cierto es que si no se sospechaba del final de la víctima no se alcanza a comprender por qué los grupos especiales allanaron cuatro casas y detuvieron a cuatro acusados el miércoles. Esas detenciones podrían haber puesto la vida del productor en riesgo. “Hubo un indicio que aceleró las cosas”, dijo uno de los jefes del grupo a cargo. El hombre anoche manejaba dos hipótesis, aunque se inclinaba por una de ellas. En principio, que Francisco White habría muerto por un paro cardíaco, como sus propios captores dijeron en sus indagatorias. “Dependía de un montón de medicaciones. Hay que pensar que estando en una condición extrema, atado con alambre de campo, golpeado, encapuchado, en una tapera en el medio de la pampa, puede que tu corazón, recién operado no resista”, deslizó. La segunda opción, más siniestra, pero también más lógica es que desde el primer minuto tras su captura, la decisión fue eliminarlo, y por eso son fuertes las marcas que aún tras 22 días tiene en el cuello.
“Si lo hacés a cara abierta, el final esta cantado”, sintetizó una fuente con cierta experiencia en el tema. ¿Pero qué era lo que hacía pensar de esta manera a los pesquisas? Durante las semanas que duraron las negociaciones para pagar el rescate pedido a la familia la policía analizó los mensajes de texto enviados por Pablo Lejarza. Recordemos que fue en su casa, donde vivía con Quiroz, en el barrio La Trocha. “La perversión de su contenido hacían que sospecháramos de muchas cosas”, reveló una fuente. A los policías les impresionó la escritura, correctísima, como corregida por alguien, de los mensajes. Y los detalles personales que en ellos se revelaban, y que no quisieron dejar transcender. Aun así, los expertos en secuestro no terminaba de creer que esos detalles eran dados por el propio Francisco. Por un lado, desde el comienzo estuvo en la mira Lidia Quiroz, porque era común verla junto al productor. Ella podía ser la informante. Por otro, reconocen que en una zona de pequeños pueblos con vida de clubes en cuyas mesas y vestuarios se teje y desteje la cotidianidad siestera también muchos de los datos eran parte del caudaloso río de los chismes.
“Con los mensajes intentaban marearnos”, dijo uno de los que los tuvo que analizar.
Tal fue la debilidad de la banda de improvisados que jamás llegaron a negociar con el único que podría haber pagado por Francisco: su padre. El hombre, en los ochenta años, sigue manejando con rigor los fondos de su fortuna, heredada de generaciones de generaciones de White en la Argentina. Sólo para tener una idea de lo vinculada a la historia del país que está la familia, el primer White que pisó la pampa rioplatense fue Guillermo Pío White, quien según los registros llegó en 1800, en un barco procedente de Boston, en lo que aún no eran los Estados Unidos. Con cierta fortuna, aquel White colaboró con la flota del almirante Guillermo Brown. Uno de sus herederos fue el famoso Ingeniero White, que hoy le da nombre a un pueblo del sur bonaerense –Osvaldo Bayer ha relatado una de las masacres más siniestras de obreros en 1907– y que fue quien mereció las diez mil hectáreas que el estado nacional le obsequió en pago de su servicios como modernizador del interior pampeano en tiempos de indios y malones.
Anoche, en Banderaló los amigos de White se hacían compañía tras el desenlace siniestro. El silencio caía sobre el club. Allí, en la peña del Club Social y Deportivo que llevaba su apellido, Francisco cenó la noche en que lo esperó una sombra en la tranquera de la estancia, y la muerte un poco más allá.
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