Lunes, 26 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Al cabo de una semana como la última se imponen muchas más certezas que preguntas, pero la más grande de las preguntas es, quizá, más fuerte que las certezas.
En orden cronológico va primero el histórico papelón de los diarios más importantes del país, que le adjudicaron al próximo ministro de Economía declaraciones que pertenecían a otra persona y que elevaron al rango de plan de gobierno. Sensacional. No interesa cómo se produjo yerro semejante, porque cualquiera sea la excusa es irrefutable que no chequearon la información. Aunque hay algo todavía peor que eso: no podía caber en ninguna cabeza políticamente experimentada que un funcionario recién designado, bajo la lógica de una administración como la kirchnerista, se lanzase a marcar territorio. Si es por repercusión popular, de todas maneras, el bochorno no fue registrado o no le interesó mayormente a nadie. Más aún, es dudoso que la mayoría de la sociedad sepa quién es el nuevo ministro de Economía y, mucho menos, cómo se escribe su apellido. Todo un dato, en torno de que esa misma mayoría juzga como determinante que las riendas queden en manos del matrimonio conductor y que el resto es sólo eso: el resto. Para relevo de la prueba, es más dudoso todavía que el pueblo cite sin dudas el nombre del ministro actual. Y así, puesto en esos términos de papelón periodístico con capacidad registrable para el “gran público”, más vale entonces reparar en los titulares rimbombantes que dieron por hecho el pase de Ramón Díaz a River. Al margen de que el entrenador es un bicho muy vivo, o más bien por eso mismo y por la cantidad y calidad de presiones, cifras y personajes en juego, una cuota elemental de prudencia profesional debió haber llevado a manejarse con cautela. Resultó que no. Resultó que la enfermedad por impactar y llegar antes, no importa si mal, es más fuerte que cualquier obligación y reparo. Una ansiedad que tanto vale para falsear declaraciones sobre el rumbo de planes económicos, como al efecto de quién se sienta en el banco de uno de los equipos de fútbol más populares. La patología de la primicia, y del vértigo, cueste lo que cueste. La certeza es que el periodismo argentino está cada día peor. La pregunta es si le importa a alguien o si la sociedad ya aceptó y se acostumbró a que las cosas funcionen así y que al rato o al otro día, porque se escorió un crucero en aguas heladas o porque un pibe mató al padre, a la madrastra y al bebé de ambos, todo sigue dando igual. Sin embargo, la pregunta no elimina la certeza.
Certeza es también que el escándalo por el denunciado intento de soborno de las empresas ticketeras no promovió debate alguno sobre lo que significan los vales en la distribución del ingreso, y en la desfinanciación de las arcas del Estado. Parece que no conviene hurgar allí.
Certeza es que un espía-titular del servicio de Inteligencia del Ejército es tan buen espía que le pinchan el celular, y que es muy profundo el olor a que fue desde los propios despachos oficiales de donde salió la data para que los diarios se ocupasen del tema en primera plana y marcar, de paso, gestualidad progre a días de la asunción de la presidente o presidenta. No se sabe qué es más gracioso, a lo sumo: si que el jefe de Inteligencia hable por teléfono con toda comodidad de asuntos internos que involucran a funcionarios gubernamentales, en caso de que ésa sea la explicación fidedigna; o si es cierto que van a discutir sobre la legalidad de pinchar los teléfonos.
Certeza es que Julio De Vido fue agasajado por Hugo Moyano & Cía., gracias al mérito de seguir como administrador de la caja estatal de obras públicas y vecindades. Somos todos compañeros y el hecho, digamos que por ahora en potencial, consistiría en que el kirchnerismo se recuesta definitivamente, o casi, en las estructuras del PJ; y que el otorgamiento de la personería gremial a la CTA pasa a mejor vida. Esto es, un “pacto social”, Cristina dixit, que nace más rengo que derecho. Junto con la ya certeza de que el oficialismo le ofreció el tercer puesto del Senado al menemista salteño Juan Carlos Romero, que como orgánico del éxito no tiene problemas en pasar de aquí para allá como si tal cosa.
Y vaya si no es certeza que, por más que su estilo no guste en palacio y que los últimos mimos hayan sido con Lula, quien sigue asistiendo financieramente a la Argentina es Hugo Chávez. Análisis concreto de la situación concreta. Lo demás, como los ringtones del “por qué no te callas” del monarca-lobbista español, cabe aceptar que es buen entretenimiento para la gilada.
Quedarían como certeza el subrayado papel patético de la ¿oposición? encarnada por Carrió, ya desgajada antes de asumir su rol parlamentario gracias a esa habilidad para destruir todo lo que construye; y los superpoderes solicitados por Macri a la Legislatura porteña, símiles de los conferidos a Cristina en la aprobación del Presupuesto 2008 (en el que continúa en papel relevante la aplicación indiscriminada del IVA). Situación de gran dinamismo, en síntesis, que compele a extremar los recaudos para detectar dónde se está parado, en medio de un Gobierno que es más lo que parece que lo que es y de una oposición que es más lo que quiere parecer que lo que termina siendo.
Para el final, subyace Patti preso por siete secuestros y delitos varios en la dictadura. Torturas y crímenes que lo tuvieron como protagonista en la zona norte del Gran Buenos Aires y en el área del Instituto de Comandos Militares. Eso dice el juez, que tiene unos pocos días para resolver si convierte el arresto en prisión preventiva. Empero, decida lo que decida, ya no hay marcha atrás con la reinstalación de quién es la figura a la que cientos de miles de bonaerenses le dieron su voto acá, a la vuelta de la esquina. Además de un fracasado que designó la rata para pesquisar el asesinato de María Soledad Morales, y después para acabar con las mafias del Mercado Central, repugna a toda conciencia honesta que quien zafó como torturador sólo por razones de procedimiento burocrático haya permanecido en la consideración popular. Le fue muy mal en las últimas elecciones, como a sus pares Sobisch y Blumberg. Pero la temperatura electoral no significa que sujetos de esa calaña no reaparezcan bajo otros nombres, con nuevas posibilidades.
Y ahí no hay certezas, sino la gran pregunta de si la evidencia histórica permanente, recurrente, le sirve de lección a quienes se recuestan en bestias para intentar corregir bestialidades.
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