Martes, 10 de junio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
En un marco que le es propicio (un auditorio reducido al que pueda motivar al silencio, aun reteniendo los aplausos), la Presidenta hizo un buen esfuerzo para recuperar terreno perdido en estos meses. Su discurso puso en alto la centralidad del Estado, retomó la iniciativa política, le dio carnadura a la consigna de “redistribución del ingreso”, emitió un guiño al federalismo. El Programa de Redistribución Social (en adelante “PRS” o “el programa social”) añade la virtud de crear un fondo de asignación específica, cuyo destino es difícil de controvertir para las entidades del “campo”. El tono de la presentación, aun con párrafos drásticos o hasta injustos, fue en general moderado.
Las primeras respuestas de la cúpula de las corporaciones agropecuarias tuvieron un dejo de sensatez. La de Alfredo De Angeli, para variar, fue pura desmesura. Los integrantes de la Mesa de Enlace concordaron con las metas indicadas por la Presidenta y se esmeraron por mostrarse serenos y no confrontativos. Con toda lógica persistieron en las demandas sectoriales que consideran insatisfechas. Y bregaron por el esfuerzo compartido, más equitativo, con otros sectores productivos a los que juzgan como privilegiados del Gobierno.
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¿Recién ahora? Una pregunta válida que formularon los ruralistas en su enésima conferencia de prensa a coro (o en canon) es por qué no se anunció antes el destino de los fondos producto del nuevo régimen de retenciones. A decir verdad, no es sencillo encontrar una respuesta lógica. El Gobierno, que siempre hizo un mundo de mantener la iniciativa política y dominar la agenda pública, se enfrascó (se autolimitó) tres meses en los enjutos márgenes del conflicto.
Cristina Fernández de Kirchner volvió a refutar ayer que el Gobierno y “el campo” sean contrapartes en plan de igualdad y Luciano Miguens confirmó esa precisión. El punto es atinado pero la praxis oficial fue discutir a la par y, sobre todo, no elevarse por encima de la querella diaria señalando un horizonte de propuestas superadoras.
Se había hablado de la redistribución del ingreso como norte de la nueva medida fiscal pero esa alegación, huérfana de precisiones, perdía credibilidad y hasta audibilidad, quedando reducida a un slogan.
Aun con pocas precisiones y muchos puntos suspensivos, el programa social anunciado ayer abre el escenario político. La promesa oficial habilita un horizonte más variado y exigente, sobre todo “por izquierda”. Comprometer acciones sociales habilita a la oposición de ese sesgo (conjunto francamente minoritario en el esquema actual) o a la dirigencia social a señalar su insuficiencia. El secretario general de la CTA, Hugo Yasky, marcó con toda pertinencia la necesidad de una política universal de ingreso a la niñez, mucho más vasta que los lineamientos del PRS pero congruente con sus finalidades. Los diputados Claudio Lozano y Eduardo Macaluse cuestionaron la limitación de los recursos aplicados, de cara a las carencias actuales.
En ese juego lícito y hasta necesario, la agenda esbozada mejora el ambiente político situando en un rango importante políticas sociales siempre necesarias. En contragolpe al fiscalismo que se le atribuye y a un discurso que brama por acotar el gasto público, el Gobierno propone mayor inversión social y bosqueja su rumbo.
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El guante federal: Otro guante recogido por la Presidenta es el reproche al centralismo de la Casa Rosada. Cristina Fernández subrayó que la ejecución de los fondos (nacionales, producto de las retenciones) será descentralizada entre provincias y municipios. El mecanismo no suena tan distinto a la actual política social y de obras públicas, que (con licencias poéticas relativas) centraliza la decisión y la asignación de recursos y deriva los pasos siguientes. Tal vez cuando se conozcan la letra mediana y la chica puedan encontrarse novedades. Lo que sí innova desde el vamos es la proporción asignada a salud, sesenta por ciento del montante total. Tamaño guarismo podría (subrayemos el potencial) alterar cualitativamente (y para bien) el rol de un ministerio “sin fierros”. Ese New Deal sanitario podría conferir a Graciela Ocaña un protagonismo que hasta ahora no tuvo, en un carril de gestión muy diferente al que ejercitó, con muchos menos recursos, Ginés González García.
En el afán de construcción de un piso de 30 grandes hospitales (como el de Río Gallegos, una referencia top del imaginario kirchnerista) debería recordarse un acierto central del ministerio de Ginés. La importante transferencia directa desde la Nación de recursos (insumos, medicamentos, equipamiento y recursos humanos) directamente a los poderes locales o aun a los efectores de salud. Ese modus operandi, según corroboraron investigaciones oficiales, fue determinante en la notable merma que tuvo la tasa de mortalidad infantil en los años 2004 y 2005.
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Caricias y saques: La Presidenta luce cuando explica y racionaliza. La transmisión emocional no es su fuerte. Y, en términos generales, se cae más para el lado del palo que el de la caricia. Ayer pareció haber tomado nota de críticas a su eventual altanería, a la tonalidad docente. Fue firme (y tuvo la razón de su lado) cuando castigó la desmesura de las medidas de fuerza y defendió la necesidad de gravar las rentas extraordinarias. Pero lo cortés no quita lo valiente: podía haber ahorrado adjetivos y tópicos que enojarán a personas de a pie, que revistan en el sector del campo a los que a menudo se engloba en críticas demasiado generales.
Y, puesta a defender el valor de los representantes del pueblo contra los grupos de presión, debería haber ahorrado una recriminación directa a Raúl Alfonsín (“Yo podía haber dicho: ‘el campo está en orden, feliz Día de la Bandera’”) que nada sumaba y algo restaba.
Aun con esos acordes disonantes, la melodía del discurso fue de distensión y no confrontación. Y cabe apuntarle a la Presidenta un mérito: en esta brega en que sobraron denuestos, pidió “perdón”. Hace unas semanas, en igual sentido, solicitó “por favor” el levantamiento de los piquetes. Ante un entorno exasperado, en medio de pedidos de “grandeza” relucen esas palabras inusuales. Habría que buscar mucho archivo (vaya a saberse con qué éxito) para encontrar vocablos sinónimos en boca de otros presidentes.
En un cuadro que muda día a día, el levantamiento (aunque no total) del corte de rutas y la propuesta presidencial abren un resquicio para mejorar el menú de discusión y procurar una metodología de negociación menos arrebatada. Parte del camino se indicó ayer en el Salón Blanco (sí que en germen): más política, una agenda más vasta, abrir el juego a gobernadores e intendentes.
Si las fotos de ayer inauguraran una secuencia podría fantasearse con un futuro en el que cesaran las medidas de fuerza brutales y se estableciera una perdurable pulseada con un sector productivo que ha ganado mucho terreno y tendrá un protagonismo mayor en los próximos años. Esa puja debería tener lugar en ámbitos institucionales novedosos, de tracto sucesivo, no espasmódicos, plurirrepresentativos.
Pero, desde luego, nadie puede decir cómo seguirá un conflicto espinoso, grave por los intereses en juego y empiojado por torpezas de las dirigencias involucradas, la estatal y la corporativa.
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