Martes, 3 de febrero de 2009 | Hoy
EL PAíS › SIN ESPACIO NI INTENCIóN DE ACERCAMIENTO, LOS DESBORDES MANDAN
Es la lógica del barrabrava: serán minoría, pero si la dirigencia no controla, dominan. La agresión expresa el escaso, o nulo, espacio para el diálogo, en una relación con el Gobierno en la que impera la confrontación.
Por Raúl Dellatorre
Ahora que el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, se dedica a repartir subsidios y forraje gratuito entre los productores afectados por la sequía, Agustín Rossi se convirtió en blanco de la furia de los ruralistas. El diputado kirchnerista, un incansable negociador, de trato amable y modos educados, un “amigo de toda la vida”, según lo describió Eduardo Buzzi tras abrazarlo en el Congreso luego de la votación (a favor) de la Resolución 125 en Diputados, fue ayer el rostro elegido por los ruralistas para expresar bronca y odio. Moreno, sin tanta paciencia ni contemplaciones por sus interlocutores, de trato y modos muy diferentes a los de Rossi, sin “amigos de toda la vida” en la vereda contraria que se atrevan a reconocerlo públicamente, la pasa mejor cuando sale de recorrida. En todo caso, los que pagan los costos son sus anfitriones: diez días atrás, en la localidad de Morteros (Córdoba), el quincho donde había participado de un acto la tarde anterior amaneció destruido por un incendio. Nadie creyó que fuera un accidente, tan difícil de creer como que lo de ayer contra Rossi haya sido una reacción espontánea.
Desde hace ya casi un año, se sabe que dentro del sector rural hay quienes defienden los intereses de los grupos de la producción más concentrados con diversas expresiones de violencia. Se vio el año pasado en Jesús María o en Laboulaye, ambos en provincia de Córdoba, donde en más de una oportunidad los piquetes en la ruta se convirtieron en combates a palazos con quienes se resistían a ser detenidos. Los mismos productores de Quimili, en Santiago del Estero, nucleados en el Mocase, cruzaban el piquete de la ruta 36 “custodiando” con sus militantes el furgón en el que reparten sus productos elaborados fuera de la localidad. Ya entonces denunciaron la presencia de grupos armados “pagados” por los principales pooles sojeros del norte cordobés.
No son mayoría, ni los más representativos. Pero existen y actúan, y cuando lo hacen y cometen algún atropello, como el de ayer, las “condenas” de la dirigencia son tan tímidas que se parecen a una justificación. Como si su accionar ejerciera tal grado de presión sobre la dirigencia que, en definitiva, les “manejaran” la política. Es como el fenómeno de los barrabravas en los clubes: son una cantidad mínima dentro del total de los aficionados, pero si la dirigencia no actúa para frenarlos se convierten en el factor dominante.
El problema es que no se trata de una cuestión anecdótica, sino de la forma que puede adoptar la resolución del principal conflicto político que se presentó en la Argentina en los últimos cinco años: la apropiación de la acumulación en una economía agroexportadora. Los violentos, los “duros”, los enojados que dicen “basta” van definiendo el tono de la disputa. Mario Llambías se envalentona detrás de estas manifestaciones y pide renuncias, desde su posición de poderoso terrateniente, a un gobierno elegido por el voto popular. Alfredo De Angeli se monta sobre estos desbordes y anuncia otros futuros, mientras se hace tiempo para participar en el repudio a la planta de Botnia, pero dice no tener “la menor idea” de las consecuencias de rociar de glifosato a las poblaciones rurales cercanas a los campos donde se multiplica la soja. Por mezquindad, desinterés o definición política, el camino usualmente elegido por la dirigencia rural no es el diálogo.
Desde el Gobierno responden con la misma falta de entusiasmo por sentarse a la mesa con agenda abierta y mandan a Moreno a repartir forrajes y subsidios a un grupo elegido de productores. Sin metodología ni demasiada prolijidad institucional, la ayuda, que es necesaria, llega en cuentagotas y repartida al voleo. La Oncca, el organismo regulador y redistribuidor de la comercialización de granos y carnes, reparte millones de pesos mensuales en compensaciones que, a falta de sistemas más aceitados, se distribuyen a través de la industria o acopiador que concentra el producto, pero que la mayor parte de las veces no le llega al productor pequeño. Para peor, el organismo no es muy propenso a recibir críticas o sugerencias de cambios de método.
El escenario cambió, ya no se discute sobre una renta extraordinaria por precios internacionales sin precedentes. Ahora se vive el drama de la sequía, que barre con rodeos completos de hacienda, arruina los suelos quién sabe si por tan sólo una campaña o más, y va a dejar un tendal de quiebras, sobre todo entre los productores pequeños, con menos espaldas. Pero la mezquindad de la dirigencia sigue siendo la misma. O peor, porque en año electoral, varios coquetean con los políticos de la oposición y sus tentadoras candidaturas con formato de zanahoria. Ante la mezquindad, el Gobierno se siente justificado por no llamar al diálogo. Las reacciones violentas, descalificadoras, desestabilizantes, disfrazadas de “actos espontáneos”, tienen vía libre. No lograrán las medidas reclamadas, pero no es ése su objetivo.
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