Jueves, 21 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
El Congreso huele a vacaciones y a restauración. No es una metáfora. El edificio está en obras, el penetrante aroma de la pintura impregna el aire, hay muchos ventanales abiertos en vano afán de disiparlo. El sol impiadoso (rara avis en ese ámbito) entra a raudales, pocas personas fatigan los pasillos agobiantes por la falta de refrigeración. Intramuros, un puñado de legisladores se agita preparando las jornadas venideras. Extramuros, otros reciben fastidiosas consignas en sus celulares: urge regresar desde playas, quintas o montañas para hacer número. El bloque de diputados oficialistas se congregará hoy, pasado el mediodía, en el despacho de su titular, Agustín Rossi. Los opositores tratan de conseguir el retorno de correligionarios o compañeros remolones.
El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, instará mañana por escrito al vicepresidente Julio Cobos a convocar cuanto antes a la Bicameral que debe expedirse sobre la cesantía de Martín Redrado. La (deplorable, noventista e intocada por el actual oficialismo) legislación vigente reconoce esa prerrogativa presidencial pero la supedita a un previo dictamen parlamentario, no vinculante. La suerte de Redrado, pues, está echada.
En jerga jurídica su salida tiene plazo (sucederá inexorablemente algún día), pero éste es incierto porque no se sabe cuándo se producirá. En concreto, eso queda por dirimirse a partir de la sensata decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: revisar su primer reflejo de evitar el tratamiento parlamentario, uno de los sucesivos errores operativos con los que el oficialismo empiojó una decisión válida y hasta razonable.
El rol playing sugiere cuáles son las tácticas previsibles de oficialismo y oposición: aquél apurando los trámites de la deliberación y los dictámenes, ésta jugando como Estudiantes en Dubai, haciendo tiempo para postergar el gol que pondrá fin al encuentro.
La buena praxis exige que el debate sea pleno, pero que no se prorrogue superfluamente. No habrá consenso ni mudará la decisión del Ejecutivo. El desemboque más factible es dos dictámenes contradictorios antes del final anunciado.
El tino de ambos sectores podría encontrar una resultante razonable entre los objetivos propios, mas ese desenlace parece improbable y voluntarista a la luz de la cultura política imperante que subestima los mecanismos de cooperación.
El presidente del Banco Central es un tercer factor en esta charada, un funcionario terminal que, hasta ahora, hace un culto de su propia perduración.
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Espejito, espejito: Redrado imanta denuestos del oficialismo, que lo designó hace casi seis años y lo mantuvo porque le fue funcional. Su doblez, su sesgo derechoso y su oportunismo no deberían sorprender en Olivos: hibernaban en espera de su oportunidad.
La mayoría de la dirigencia opositora, que lo exaltó como baluarte de la República, también se equivocó de personaje. Ese sayo le calza mal al mutante Redrado. El motivo del viraje valorativo es evidente, hasta ahora el hombre es funcional al Frente del rechazo.
En un alarde de sutileza inusual, el Gobierno le recortó facultades acudiendo a mecanismos lícitos, por añadidura caros a la narrativa opositora: la colegialidad, las potestades del Directorio, las responsabilidades compartidas. Redrado, pues, vegeta en su despacho con nula productividad pública o técnica, una suerte de ñoqui calificado. Su predecesor en el cargo, el ahora diputado Alfonso Prat Gay, lo incita a quedarse ahí. Prat Gay no le dirigió palabra durante largos cinco años y apostrofó por sus carencias técnicas y hasta éticas. No es que haya cambiado ese, fundado, parecer. Ocurre que la Coalición Cívica aspira a una larga escenificación de la Bicameral.
En las jornadas primeras del conflicto, la convergencia entre la oposición y Redrado fue plena. A medida que pasan los días, las alabanzas al Golden Boy disminuyen hasta la consunción. Si hasta su mayor e incansable apologista (él mismo) ha cesado en sus conferencias de prensa matinales. Nadie se abraza a un difunto ajeno a sus filas y Redrado está en cuenta regresiva. El Fondo del Bicentenario se trajina en el Parlamento y los Tribunales, ese aspecto está logrado.
Redrado tiene en sus manos prolongar o acortar su agonía bien remunerada. Parece extasiado fantaseando con “su día en el tribunal”, los vítores mediáticos, la exaltación de sí mismo. Sin embargo, ese trámite puede irrogarle contrapartidas costosas. El oficialismo no discutirá sólo sus enfoques institucionales. Recorrerá también sus insólitas cuentas de gastos, reveladas el domingo pasado por Horacio Verbitsky en Página/12. Las contrataciones de talleres de yoga, de coro y de tango, los teatros de títeres o la compra un auto de lujo blindado a costos siderales sin el democrático recaudo de consulta al Directorio, formarán parte de la conversación. En ese trance ingrato ningún opositor le hará el aguante. Por el contrario, ya suman varios (Ricardo Alfonsín y Gerardo Morales, entre ellos) que recomiendan que ahueque el ala.
Redrado quiere sumarse al pelotón de presidenciables opositores, acaso imaginó consumar la remake de la “gran Cobos”. Pero la conjunción de circunstancias y azares que lanzó al vice al estrellato es irrepetible, entre otros motivos porque él ocupa un sitial y le sobran rivales. Todos ellos, los opositores ya instalados, le enrostrarán al advenedizo “Martín” su pasado kirchnerista, cuando esté sentado frente a las cámaras de tevé.
El sentido común sugiere que la pesca simbólica de Redrado en el espinel opositor ya tocó a su fin y que la prolongación ociosa de su encadenamiento al sillón lo deteriora. La lógica instrumental sugiere que es tiempo de salirse de escena. Pero esa movida siempre es difícil para quien está empalagado, el tiempismo es una virtud infrecuente en política, máxime cuando se obra en soledad y bañado en bronce.
“Los mercados”, o por ponerle carnadura, más de un banquero y un dirigente empresario de fuste le aconsejan que haga mutis. En contados días, alguno lo hará on the record. La decisión, personalísima y encriptada in pectore del protagonista, es un enigma.
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Silencios elocuentes: no se escuchan ya alabanzas a Redrado, fuera de los grandes medios. También fue sintomática la escasez de voces en defensa de Cobos, frente al embate de Cristina Fernández de Kirchner. Mauricio Macri y Elisa Carrió, dos rivales directos, le dieron a Cleto como para que tuviera. Apenas unos pocos correligionarios hablaron en su defensa. La pole position de Cobos es envidiable, mejor que la inexistencia o que un puesto segundón pero (con las elecciones aún distantes) estimula el antagonismo activo de quienes aspiran a suceder al kirchnerismo. Puesta en tela de juicio su conducta institucional, Cobos deberá medir bien si cajonea el debate o sobreactúa su afán constructivo. Ahora, a diferencia del momento de la 125, los embates le vienen de varios ángulos.
Los gobernadores provinciales hacen lo imposible por callar, por no involucrarse en un problema “capitalino” que les es ajeno y les complica la existencia. Necesitan un Estado nacional bien fondeado, sea para recibir ayuda directa (más o menos discrecional) del gobierno nacional, sea para bregar en el Congreso por una coparticipación más amplia de los recursos. Dato interesante para quienes declaman federalismo o quienes se interesan por la “Argentina profunda” desde una u otra trinchera.
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Avatares: la reapertura del canje está consagrada por la “ley ganzúa” que suspendió a la “ley cerrojo” promulgada años ha. El cumplimiento de los pagos de la deuda externa renegociada integra el ideario de los partidos mayoritarios. La UCR incluso candidateó a Roberto Lavagna (uno de los mentores del canje anterior) para presidente en 2007. Un Parlamento instituyente debería procurar hacerse cargo de ese compromiso estatal sin resignar posturas particulares, pero sin especializarse en la obstrucción permanente.
En menos de dos semanas bajaron abruptamente los bonos soberanos y luego subieron. Llegó un embargo del juez Griesa (que tiene demasiados barrabravas afines en las plateas argentinas) que pronto fue retractado. Se atrancó la situación de Redrado que se reencarrila desde su remisión al Parlamento. Los vaivenes dan cuenta del vértigo de la política doméstica, tanto como de las sobreactuaciones de actores variados y de cierta exageración de las repercusiones, atizada de modo irresponsable.
Cuando Redrado sea suplido, cesará la parálisis actual, síntoma de un riesgo severo de la actual correlación de fuerzas que es el empate paralizante, que acaso favorezca los peores designios de algunos opositores, pero a nadie más. Destrabado el conflicto, la dirigencia política debería procurar un desemboque sistémico.
El Fondo del Bicentenario es, desde un ángulo lógico, una ampliación del Presupuesto porque libera recursos del aprobado en su momento. Es sensato que esa modificación (y la imputación de los fondos recuperados) se traten por ley. Lo que requeriría que el oficialismo asumiera que la correlación de fuerzas cambió a partir de junio de 2009, merced al voto popular. Y que la oposición se hiciera cargo de que su deber no es ganar pleitesía mediática sino contribuir a que 2010 sea un año de crecimiento económico y mejor distribución de los ingresos. Así dicho, parece posible y hasta accesible alguna forma de salida de una crisis desproporcionada y superflua. Claro que, al vaivén de la cultura política imperante, nada es sencillo.
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