Lunes, 26 de abril de 2010 | Hoy
Por Raúl Barreiros *
Cinco vicepresidentes renunciaron a sus cargos: Alejandro Gómez en 1958 lo hizo por diferencias ideológicas y también Chacho Alvarez en 2000. Eduardo Alberto Duhalde, en 1991, para asumir como gobernador en la provincia de Buenos Aires. Los otros dos, Vicente Solano Lima y Víctor H. Martínez, dimitieron junto a los presidentes Héctor Cámpora y Raúl Alfonsín. Marcos Paz, electo como vicepresidente y presidente en ejercicio mientras Mitre peleaba la guerra del Paraguay, murió después de cinco años de mandato, momento en que Mitre retoma su cargo tras lograr el desastre de Curupaytí.
El “Rebelde de los Anchorena”, Julio Cleto Cobos, se ha rebelado contra la tradición (sólo por seguir otras tradiciones más poderosas) que dice que el que manda es el presidente, pues es éste el que ha convocado los votos que dieron el triunfo y el cargo que Cobos detenta (en el verdadero significado de esa palabra: retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público), el que debe asegurar el seguimiento legislativo de la ejecutoría presidencial. Sin otra vocación que el cargo público, J. C. Cobos descubrió –inventó– desde la vicepresidencia que el poder puede ser bipartito y que su ideología era otra. Místicamente detectó, como el perro Buck de Jack London, “el llamado de la selva”; bueno, bah, casi el del campo. Su tono temblequeante al dar su voto negativo se expresó en ese circunloquio, esa atenuación que significó la forma oral que le dio a su voto diciendo “mi voto... mi voto... mi voto no es positivo”. Pero al darse cuenta de que su perífrasis había introducido un cierto estado de desconcierto, aclaró: “Mi voto es en contra”, en contra de las decisiones de su Gobierno y devolviendo un favor a los intereses y a la obediencia mediática. El vicepresidente obtiene con su tono apagado una contraposición a otra construcción retórica, la “crispación”, en la que se trata de envolver en un vidriado observatorio a la Presidenta para que, bajo esa cúpula, hasta el más simple mohín sea interpretado con dureza.
El vicepresidente usó también un lugar común, esa frase repetida hasta el hartazgo sobre todo cuando se quiere ser absuelto y mostrar un leve perfil de proceridad: “La historia me juzgará”. Uno preferiría que hubiera elegido otra figura mejor que la dilación de la prolepsis, que hubiera optado por un juicio más popular. Dejarle a la historia ese trabajo es escaparse del aquí y ahora, que desde otra mirada no es más que una captatio benevolentiae.
J. C. Cobos, con sólo el amor a su persistencia política, decidió dar por terminada su relación de delegado del Ejecutivo ante el Congreso cuando, con un feroz insight, se dio cuenta de que se había equivocado de casillero. Sin la generosidad cívica de Chacho Alvarez, quien acumuló la interesante frase “quedarse es pactar” al dejar el gobierno, Cobos no renovó su pacto con el Gobierno, ya no forma parte de él, es el jefe suplente (sólo por ahora) de la oposición. Su pacto va más allá (ése sí es histórico): es con ciertas fuerzas de lo establecido, de lo que no debe cambiar.
* Investigador en medios masivos en UNLP, IUNA y UNLZ.
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