Domingo, 11 de julio de 2010 | Hoy
EL PAíS › EL ATAQUE DE LA IGLESIA CONTRA EL MATRIMONIO CIVIL
Por Emilio Ruchansky
Para los senadores que llevaron al recinto la posición eclesiástica, la Iglesia representa “una autoridad moral superior al pueblo y superior a la historia”. Así lo expresó, y consta en actas, el senador por Córdoba Pedro Funes. Luego, como muchos diputados y senadores en la actualidad, aseguró que la igualdad de derechos, para los inmigrantes en este caso, no “era una suprema necesidad” y se embarcó en un discurso basado en la intolerancia religiosa a la que representaba.
“Los únicos que no tendrían sacerdotes ni ancianos, ni amigos para casarse ante ellos serían los que desconocen la existencia de Dios. Mas no comprendo que haya algún ateo; no puede ser. Un ser racional, es imposible que no comprenda, que no sienta, que no vea la primera verdad. Si hay alguno que realmente no cree que hay leyes naturales y divinas, ni cree que hay deber, ni tiene sentimientos; que no ama, ni desea ser amado, es un anormal que merece compasión por su desgracia”, dijo Funes. Y recién empezaba su discurso.
Los ateos, infirió el senador cordobés, son seres descreídos, irreligiosos, indiferentes. “¿Pero qué tiene que ver esta otra parte: yo traigo libertad para los que no tienen religión?”, se quejó Funes para pasar a los pronósticos apocalípticos, como algunas diputados y diputadas lo hicieran cuando se dio media sanción al matrimonio para personas del mismo sexo. “La mujer va a ser una sierva, un instrumento de capricho, de placer, como en Turquía y Asia”, señaló y habló de una “ola de incredulidad, de irreligiosidad” que al desbordarse hará “desaparecer la buena fe y que se sientan los desastres económicos y políticos”.
Antes de darle la palabra al ultracatólico senador Manuel Pizarro, propuso una serie de “facilidades” para casarse a los inmigrantes que no fueran católicos, algo así como los proyectos de unión civil que circulan ahora en el Senado y se disfrazan como “igualitarios”. Pizarro se tomó dos sesiones completas para expresar su rechazo al proyecto de matrimonio civil. Empezó diciendo: “Este proyecto es contrario al dogma de la existencia de Dios, es contrario al dogma de la soberanía de los pueblos”.
Luego, este senador por Santa Fe defendió “las leyes providenciales”, aduciendo que “no es posible modificar la naturaleza de los seres, desnaturalizar el matrimonio, desnaturalizar la sociedad y el hombre mismo, despojándolo de su carácter religioso y moral”. Al igual que los actuales opositores al llamado “matrimonio gay”, para Pizarro esta ley (y todas las leyes civiles) carecían de autoridad moral, de sanción moral y “de base en la opinión y las costumbres públicas”. En fin, el matrimonio civil era para él “una institución enemiga de la opinión nacional”.
“¿No hay sacerdote de un culto? ¿Y a mí que me importa? ¿Acaso esto quiere decir que no hay libertad en el país? Si no tiene sacerdote que bendiga su unión, costéelo o no se case. ¿Por qué no vienen también a decirnos: ‘no tengo mujer con quien casarme’; deme el Estado mujer”. Esto decía Pizarro, quien en medio de la sesión del 1º de septiembre de 1888 decía pertenecer “a la más alta y encumbrada civilización del mundo en el pasado, el presente y el porvenir de las naciones: la civilización cristiana. ¡Soy argentino y soy cristiano!”.
Casarse civilmente era para Pizarro ser individualista y egoísta y permitiría la poligamia. “Es el sepulcro de libertad política de los pueblos”, decía sobre este proyecto, que “degrada la especie humana y envilece a nuestra civilización” y pone en peligro “el destino de la especie humana en cuanto a su conservación”. Cualquier parecido con la actualidad, no es pura coincidencia.
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