EL PAíS
Monstruo
Por Horacio Verbitsky
(Viene de tapa). En los jefes de la dictadura se depositaron todas las culpas y aberraciones de aquellos años. De nada valió que sus defensores interrogaran a los ex ministros de Isabel Perón, como Carlos Rückauf, acerca de los decretos de aniquilamiento o recordaran en sus alegatos las incitaciones al genocidio y las alabanzas obsecuentes de los más destacados dirigentes justicialistas y radicales, como Ricardo Balbín, ex Avenida del Tejar. Por decisión política quedó excluido de cualquier revisión el período 1974/1976, en el que comenzó a aplicarse el método de la desaparición de personas. Por autopreservación se dejó de lado a los actores no castrenses que desempeñaron papeles decisivos en la tragedia, ya fueran políticos, sindicalistas, empresarios, eclesiásticos o propietarios de medios de comunicación. Por conveniencia económica, nunca fueron molestados los grandes empresarios que armaron la mano homicida. Después de la dictadura las clases medias del déme dos y el por algo será descubrieron el discreto encanto de la democracia: todo limpio, sin golpes, sin gritos. Los llamados capitanes de la industria que habían suministrado dinero, vehículos, listas, fotos y domicilios de los trabajadores a secuestrar también se mimetizaron. El mismo día que se iniciaron las audiencias del proceso acordaron en Olivos que abandonarían a los ex sirvientes Videla & Cia siempre que el gobierno se olvidara de sus iniciales propuestas redistribucionistas. Mucha gente fue a la Plaza de Mayo en defensa de las instituciones amenazadas pero recibió el anuncio de la economía de guerra contra el salario, batalla que comenzó la dictadura y que no ha concluido.
Condenados, indultados y vueltos a procesar los killers, sus mandantes siguen fijando la política. Sin más activos estatales de los que apoderarse a precio vil como en los años del menemismo, cerrada la vía irresponsable del endeudamiento cavallista, la nueva vuelta de tuerca se aprieta sobre el nivel de empleo. El consenso de Washington se aplicó en toda Sudamérica, pero el país que encabeza el ranking de la desocupación es éste que hoy despide a un dictador tan de opereta como los gobernantes electos que no supieron, no pudieron o no quisieron construir una democracia que rompiera con esa política de desintegración nacional y social. La pregunta más inquietante es cuándo aprenderá esta sociedad tan virtuosa a vivir sin sus mejores monstruos, que tantos servicios le han prestado a su imperturbable buena conciencia.