SOCIEDAD
Sólo uno de cada diez argentinos puede tomarse vacaciones este año
Aunque todos los lugares turísticos del país están repletos, un estudio revela que irse de vacaciones es cosa de minorías. Y la muestra abarca únicamente a los poseedores de teléfono.
Por Alejandra Dandan
Desde Mar del Plata
Julio César Ayala diseña desde hace cinco años las encuestas socioambientales que responden cada temporada los veraneantes de Mar del Plata. Durante los últimos meses de 2002, Ayala fue convocado por la Secretaría de Turismo de la provincia para analizar los caminos que seguirían, entre otros, esos turistas que quedaron obligados a instalarse en el país después de la devaluación del peso. Ese estudio le permitió romper con los parámetros de información habituales, despegarse de los datos transmitidos por las cámaras empresarias y comenzar a entender desde otro escenario las decisiones que van moviendo a los 22 millones de argentinos que están en condiciones, según su esquema, de tomarse el reposo de las vacaciones. “La muestra tiene ese alcance –aclara Ayala–: los 22 millones que tienen teléfono: se parte de ese piso, no se va más abajo”. El estudio siguió la modalidad que los especialistas conocen como telemarketing. Analizaron distintas regiones del país, en total 1555 casos. Con esa información, está en condiciones de adelantar que sólo uno de cada diez argentinos se tomaría vacaciones este año.
Aquel estudio adelantaba transformaciones que se fueron constatando ahora durante los primeros días de enero. Las playas tienen más público, con estadías más prolongadas. Sin embargo, las mejoras son relativas cuando la comparación viaja en el túnel del tiempo y se instala sobre los inicios del 80, con otro país, otros tiempos y otros indicadores sobre el empleo. En veinte años, la estadía media por persona cayó casi un cincuenta por ciento y el nivel de gasto pasó de 22 dólares al día a 11,53. “Estos son los datos que –dice el investigador– son importantes: acá uno se da cuenta de que es otro país el que está viajando”.
Los 80, mirados en perspectiva, aparecen como el tiempo perdido, aquello mil veces soñado entre los productores temporales de verano. Eran los años de las vacaciones largas, de la seguridad en el mercado laboral, de un país más o menos proyectable y donde, dice Ayala, nadie tenía que salir corriendo para regresar a casa: “Un dueño de un negocio se podía borrar tres meses, ahora acá no puede abandonar el barco porque se va todo a la quiebra: eso también incidió en el cambio de hábito de los veranos”, explica este especialista mientras va observando en los alrededores los frentes de las casas, los edificios y la arquitectura de Mar del Plata. “Las casas se construían pensadas para una temporada completa –dice–: la gente venía por tres meses para instalarse durante todo el verano.”
Estas estadías fueron cambiando con los años hasta convertirse en un diseño pocket el año pasado. Hubo vacaciones de dos días y turistas que las pasaron de largo. Según los datos oficiales, un 42,9 por ciento estuvo menos de 10 días de vacaciones en el verano de 2002. Pero para este año, se sabía, las cosas serían distintas. En aquella muestra tomada por Ayala la estadía promedio más importante se calculaba que entre 10 y 15 días. En ese escenario, apareció otra trasformación, esta vez vinculada a quienes estaban dispuestos a quedarse durante treinta días fuera de sus ámbitos habituales. El año pasado ese universo era un 3 por ciento, este año sería del 8 o 9 por ciento.
“¿Pero qué pasa? –dice Ayala– Se produjo una especie de retorno de los propietarios: temporadas anteriores, los propietarios alquilaban y con el producto de su alquiler se iban afuera. Ahora están acá y tienden a quedarse, es como que todo empieza a asemejarse más a otros momentos, tal vez a los fines de los 80.”
Pero esos años dulces aún están muy lejos. Los datos del Emtur de la primera semana de enero sobre el promedio de estadía todavía no alcanza la media de seis días. Y quienes llegan tampoco viajan con los 22,20 dólares al día como en 1980. En esos años, la clase turista destinaba del total9,10 dólares al día en gastos extrahoteleros y extragastronómicos. “Hoy eso está reducido a la mínima expresión –dice el especialista–, muy poca gente quizás gaste esos nueve dólares con las extras.”
Desde hace años, probablemente en función de la caída de los indicadores de la economía, la costa intenta reformular su oferta para recuperar a los sectores con mejor poder adquisitivo. Desde entonces, los organismos de turismo suelen relevar la ocupación en los hoteles de cinco estrellas como indicadores de la afluencia de estos sectores. “Pero ¿sabe cuánto es la oferta de cama en hoteles cinco estrellas de Mar del Plata? –pregunta Ayala–: de mil y pico, ¿de qué me estás hablando?”. Esos mil y pico de plazas suelen ocuparse al 100 por ciento durante el mes de enero, pero son parte de un universo demasiado pequeño si se toma como parámetro los 55 mil plazas hoteleras.
Vanesa Calderón llegó de vacaciones con 200 pesos, usó 50 para el pasaje y ahora 12 pesos más para subirse al colectivo que la trajo desde Santa Teresita hacia estos lados. “Y, mucho más no gasté –dice– porque me pagan mis tíos.” Está alojada en Santa Teresita con dos tíos y algunos primos. “¿Mi mamá? No, todavía no vino.” En la remera de Vanesa hay un gran Superman dibujado sobre el frente, uno de los superhéroes con tantos superpoderes como su mamá. “Trabaja en casa de familia, pero además vende castillos inflables. Si –dice Vanesa–, los de cumpleaños, también sabe de peluquería, depila.” Con todos esos ingresos, si llegan, tal vez, pero tal vez, en febrero se va a dar una vuelta por la playa.