EL PAíS

No se le agradece nada

ANDREW GRAHAM-YOOLL

Hubo un número respetable de voces inglesas que ayer le agradecieron a Leopoldo Fortunato Galtieri la invasión de las Malvinas. Algunos dijeron que si no fuera por Galtieri las islas posiblemente ya serían argentinas y que el general logró postergar para largo cualquier transferencia. Otros comentaristas, citados en la prensa británica que esta mañana también da amplia cobertura a la vida y muerte del Terror de Funes, y partiendo de la misma sensación de gratitud, dijeron que si no se le hubiera ofrecido la oportunidad a Margaret Thatcher de derrotar a los argentinos en Malvinas, poca probabilidad hubiera tenido de pasar once años en el poder como primera ministra. Es de suponer que uno de los más agradecidos a la Dama de Hierro es el laborista Tony Blair, cuyo gobierno desde 1997 ha sido heredero de las políticas de Thatcher, por lo menos hasta que se materializó recientemente la recesión en el Reino Unido.
Es posible que también nosotros debamos agradecerle a Galtieri por esa guerra dado que, al margen de hacer de nuestro país un trágico espectáculo de ridículo internacional, aceleró el fin de una autoridad horrenda y dio lugar a un régimen pasablemente constitucional (no vamos a decirle democracia a lo que no es), dado que es más fácil convivir con políticos corruptos que con políticos cómplices de militares asesinos.
También hay quienes quieran agradecerle a Galtieri que se haya muerto, porque al decir de Simon Weston (un inglés veterano de Malvinas que sobrevivió horrendas quemaduras y luego escribió dos libros sobre el conflicto), se cerró una época y en alguna parte tendrá que recibir la justicia a la que escapó en estas tierras.
Eso está muy bien para los creyentes, pero para el equipo de los agnósticos es muy poca satisfacción.
Galtieri se fue sin aclarar nada. Una de las horribles realidades de ese arrogante e histriónico general, quien con su soberbia descontrolada, su debilidad por el trago y su afán de notoriedad, algunas veces les recordaba a colegas periodistas una especie de Mussolini criollo o hasta algunos cuadros de Chaplín en El Gran Dictador, es la realidad que se fue sin explicar sus peores fechorías, dentro de las cuales la aventura de Malvinas no es la peor. No es fácil entender, y por ello imposible de explicar, qué hace que los militares de la época de Galtieri se empecinen en mantener en secreto sus actos del pasado. La respuesta tiene que estar entre el extremo de cobardía (es decir, tienen miedo de admitir lo que hicieron, dónde y a quiénes), o de una profunda crueldad al desear que la ignorancia de los hechos perpetúe el sufrimiento de los sobrevivientes y los familiares y que ese dolor se instale como factor permanente.
Considerarlo cobardía es interesante. Estos fueron los hombres que entre la defensa y la vituperación informaron a sus jueces y al pueblo en 1984 que los asesinatos cometidos habían sido para defender a la nación de una amenaza ideológica externa. Si esa necesidad de defensa existió, la pregunta a esta distancia es ¿qué razón tiene el encubrimiento de lo que los perpetradores consideraron un acto patriótico, como aniquilar a militantes, simpatizantes e indiferentes? Este acto de cobardía, el encubrimiento, surge en un sector de la sociedad, el militar, que defendía el “pundonor” de los militares, es decir un honorsuperior al de los civiles. Galtieri se fue sin explicar esa cobardía.
¿Y si es una malicia tan profunda que se equipara a una especie de maldición sin fin? Entonces, ¿por qué fue perdonado, indultado, y liberado un sector que sostenía como parte de su ideología el sufrimiento de su enemigo más allá de la derrota? ¿En qué manual militar se recomienda esta acción? El interrogante provoca mayor impotencia. A esa especie de bufón criollo ni siquiera le podemos agradecer la muerte.
Los ingleses tuvieron más suerte.

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