EL PAíS
La anécdota pequeña
Por Luis Bruschtein
La muerte del dictador es una anécdota pequeña. Es la muerte de un hombre pequeño. La imagen que todos tienen de Galtieri es la del general borracho que fanfarronea ante las cámaras de televisión sobre la guerra de Malvinas con un whisky en la mano. Borracho y acomodaticio sería un buen epitafio, porque lo de genocida y represor son más atributos del poder ejercido por un militar borracho y acomodaticio.
Alexander Haig, el ex secretario de Estado de Estados Unidos, lo calificó, en cambio, como el general majestuoso. Probablemente ése sería el epitafio que le pondrían si lo enterraran en ese país. El general majestuoso se murió de viejo y el país sigue pagando deudas sin saldar, como la del Fondo Monetario, como las secuelas de las violaciones a los derechos humanos durante la represión y las de la guerra de Malvinas. Miles de argentinos familiares de desaparecidos, miles de ex combatientes que deambulan como fantasmas, testimonio de una guerra que la sociedad quiere olvidar.
El hombre pequeño murió, pero el daño grande que hizo se seguirá pagando por generaciones. Nos deja a los argentinos endeudados con el Fondo y con nuestra historia, con nuestra identidad que deambula, como los veteranos de guerra, por un rumbo incierto que se desdibuja y nos hace vulnerables. Como su colega Emilio Massera, que agoniza descerebrado en el hospital naval, Galtieri demostró que no se requiere inteligencia ni grandeza para ser un déspota, que sí se necesitan para no serlo.
Olvidar a Galtieri será fácil, pero no se podrá olvidar Malvinas ni los 30 mil desaparecidos porque allí está lo que somos, no la perfección ni lo que quisiéramos ser, de allí surgieron casi como flor silvestre las agrupaciones piqueteras, las asambleas y los sindicatos combativos, la solidaridad espontánea para enfrentar la crisis. “No se puede defender la soberanía nacional si se avasalla la soberanía popular” dijo un ex soldadito, veterano de guerra, en el Congreso de la CTA. Galtieri, Videla, Massera y demás rompieron una identidad popular y nacional a fuerza de terror y sangre, introdujeron el miedo, el desencanto y la resignación, impusieron la idea de lo que soy y atomizaron la de lo que somos. El pueblo sabe quién es Galtieri, pero no se reconoce a sí mismo. Y solamente de la reconstrucción de esa idea de lo que somos podrá surgir el proyecto de un país digno y para todos. Es poco brindar por la muerte del dictador. Habrá que brindar cuando haya sido derrotado.