Domingo, 13 de marzo de 2011 | Hoy
Rocío, con 20 años, es la menor de las hermanas. El año pasado terminó la secundaria y está pensando en estudiar maquillaje. En su delgada pantorilla derecha tiene un tatuaje con la guitarra y el nombre de Mariano. Eran compinches, cuenta, por la cercanía de edad. “Hacíamos cosas increíbles, como jugar a la lucha con almohadones.” “Juntos éramos los más dormilones de la casa.” Igual que su mamá, dice que Mariano era tan desordenado que su novio, Fabricio, que vive con los Ferreyra, ya que es de Paraná, terminaba ocupándose más de una vez de ordenarle la habitación, llena de ropa tirada, vasos y colillas de cigarrillos.
Paula, de 25 años, trabaja en el estudio de un contador y empezó a estudiar terapia ocupacional. Vive desde hace un tiempo a unas cuadras de la casa familiar. Y recuerda cómo Mariano iba a su casa y se instalaba horas, a veces a no hacer nada. “Me decía gorda, me levantaba y me hacía girar, era muy cariñoso, todo un personaje. Era raro. Podía estar horas sin dirigirte la palabra, y de pronto ponerse a hablar como si nada. Siempre andaba hipnotizado con la guitarra o con la playstation.”
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