Miércoles, 21 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Son clásicas, casi un tópico, las discusiones acerca de la magnitud de una movilización o una medida de fuerza. El acatamiento al paro de ayer añade complejidades adicionales. La más relevante fue la realización de piquetes o bloqueos en puntos estratégicos de acceso a la Capital y a varias grandes ciudades del interior. Así las cosas, no es sencillo tabular cuál fue la proporción de quienes adhirieron por convicción o encuadramiento, de quienes no pudieron llegar a sus lugares de trabajo, de aquellos que desistieron previamente de hacerlo conociendo el escenario general. El cronista evitará esas proyecciones, siempre discrecionales.
Puede insinuarse que, como también es costumbre, los organizadores del paro seguramente calcularon a más y el gobierno nacional lo minimizó. El impacto, en lo que son el termómetro habitual de esas medidas (de nuevo, las grandes ciudades), fue alto. En la Capital, que el cronista transitó, parecía un día de fin de semana. Los piquetes habrán incidido lo suyo (para eso se hacen) y fueron herramienta novedosa de la jornada, que habilitará debates en días y semanas por venir. También hubo gremios importantes que garantizaron deserciones muy elevadas. Sin agotar la nómina: los camioneros, los bancarios, la Asociación de Trabajadores del Estado y otros del sector público. La CGT y la CTA opositoras consiguieron el acompañamiento de sus sindicatos, que distan de ser todos, pero también de ser pocos.
“Parar el país”, desde siempre, se procura a través de las limitaciones al transporte público. Aun en la huelga más tradicional se intenta trabar la posibilidad de moverse de los, valga la expresión, ciudadanos de a pie. En este caso, las adhesiones de los gremios respectivos no fueron absolutas. Pero la protesta contó con el concurso de parte del personal aeronáutico, del de ferrocarriles, de los trabajadores de una línea de subterráneo. Un dato que revela fragilidades de la CGT oficial y fue, acaso, uno de los pilares no tan esperados de la protesta.
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Los participantes visibles, los que se movilizaron para cortes o piquetes, fueron trabajadores sindicalizados en buena parte. El resto lo conformaron militantes y cuadros de movimientos sociales o de partidos de izquierda, protagonistas centrales de la ocupación de rutas o calles. La Federación Agraria robó cámara, pero no dio el tono de la jornada.
Fue, en suma, un paro de trabajadores. No es serio decir, como hizo el líder de la CGT opositora Hugo Moyano, que se hicieron presentes la mayoría de los argentinos, cifra voluntarista que se quiere contraponer a la que obtuvo (de modo bien palpable) la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ni homologar a la movida con “la Patria”, unanimismo fuera de toda razonabilidad.
Medida en base a sus propias pretensiones (menos fastuosas que la Patria toda), la medida fue exitosa. Un modo práctico de analizarla, como sucedió con el cacerolazo de septiembre, es especular sobre si puede repetirse y sostenerse en el futuro. Todo indica que así será y que la primera huelga general contra un gobierno kirchnerista (un cambio cualitativo) les dio cuerda a los manifestantes para pensar en una remake (un cambio cuantitativo).
Desde luego, deberán ponderar el malestar de muchos otros argentinos, que lo hubo, la existencia de agresiones (que Moyano ninguneó, pero que existieron). Y no engolosinarse, algo que puede derrapar en la fatiga o el rechazo. El secretario general de los judiciales, Julio Piumato, respondió a quien la preguntaba sobre el punto que no hay que cenarse el almuerzo, lo que puede considerarse un rebusque discursivo, pero debería ser un consejo para el campo propio.
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Toda huelga general es política, lo que relativiza el peso de las críticas que se vuelcan en ese exclusivo sentido. Pero habilita todo tipo de discusión acerca de su pertinencia y orientación. Nada ocurre en el vacío, menos que menos una movida política potente. La de ayer ocurrió en un tiempo determinado. Se ubica entre el 8N (que no tuvo ni líderes ni voceros y representó a un sector social bien diferente al que se manifestó ayer) y el 7D. La protesta confluye objetivamente con quienes resisten al oficialismo desde distintas tolderías. Hay una oposición magmática, de diversas vertientes. Una curiosa vereda de enfrente que no se aglutina en un solo espacio, pero sí concuerda en su antagonismo con un gobierno que viene siendo, largamente, el mejor de la recuperación democrática. Y el más atento al empleo y a los derechos de los trabajadores.
En el plano de la opinión, el cronista opina que la medida se produjo en un momento cuestionable. Es sintomático el apoyo ditirámbico de los medios dominantes, a los que Moyano trató con sorprendente aquiescencia, que matizaron para bien el “canillita” Omar Plaini y otros aliados suyos.
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En la proyección política institucional, los dirigentes que mostraron “unidad en la acción” no parecen tener futuro. Sus orígenes son muy variados, tanto como sus ambiciones. Tal vez, los más beneficiados por el resultado sean los que representan sectores afincados en la resistencia, por ejemplo el Partido Obrero y la CTA de Pablo Micheli.
El PO ha franqueado sus pretensiones para las elecciones de 2013: son, a fuer de modestas, razonables. Lejos de su horizonte cercano está disputar la mayoría electoral al kirchnerismo. Bien otro es el caso de Moyano, quien aspira a ser parte (y quién le dice, cabeza) de una fracción disidente del justicialismo. Será difícil que su perfil combativo, su énfasis en la acción directa, sus sarcasmos y aun esos aliados lo posicionen entre los compañeros dirigentes pejotistas. A éstos les conviene pescar en el río revuelto de los sectores medios y mostrarse tolerantes, capaces de generar “orden”... ese Moyano les pianta votos al menos si se coloca en la primera fila.
En el terreno estrictamente sindical, la oposición al Gobierno asumida como “contradicción principal” está entre ser el mayor factor de cohesión y el único. Casi no es necesario argumentar, basta con pasar lista. Moyano, Micheli, las patronales agropecuarias, el Tío Tom “del campo” Gerónimo Venegas, el gastronómico Luis Barrionuevo, los cuadros del Polo Obrero o la Corriente Clasista y Combativa (CCC)... Distinta conducta durante los ’90 y en este siglo, distinta legitimidad interna, muy diferentes niveles de éxito en la defensa de los laburantes de su sector, alineamientos ideológicos muy divergentes. Quienes más cómodos y expansivos se movieron subrayando esas diferencias fueron los líderes de la izquierda política o social, que no participaron en la conferencia de prensa de la CGT.
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La acción directa, con buenos resultados prácticos, fue una constante desde el 2003. En general la ejercitaron minorías intensas, sindicatos o movimientos sociales en procura de reivindicaciones específicas. De ordinario, no postularon un programa o un proyecto de país alternativos. La novedad del último trimestre de 2012, con muy posible proyección en 2013, es la emergencia de sectores opositores con ansias de convocar muchedumbres aglutinados con el (hasta hoy único) común denominador de proponer el fin del ciclo kirchnerista. Seguramente el escenario próximo agregará ese factor. Habrá que ver cómo combina con las elecciones de medio término. Y también las respuestas que dé el oficialismo en calles y plazas. En estos meses, optó por retraerse, sagazmente, piensa el cronista. Pero ese cuadro puede modificarse en las semanas por venir.
Los tres gobiernos kirchneristas tuvieron como objetivo no reprimir la protesta social. Ese compromiso no vale solo, ni principalmente, cuando ésta se desarrolla con pleno apego a la ley o sin interferir con derechos de terceros. Lo más relevante es hacerlo cuando se transitan zonas grises, aun provocaciones. Ayer se cumplió a rajatabla esa conducta, en una jornada que tuvo cruces retóricos muy altos (de los organizadores y de la presidenta Cristina). Pero su característica más estructural fue la notable vigencia del respeto a la libertad de expresión y de movilización. Un logro del sistema democrático, una garantía que el Gobierno respeta.
Las polémicas sobre la jornada seguirán. El escenario político, queda dicho, plantea nuevos desafíos y formas de expresión. Hasta ahora, el kirchnerismo ha sabido afrontarlos (y remontarlos en su caso) en base a sus políticas públicas. Entre sus expectativas cercanas están el 7D y un mejor año 2013 en materia económica. Rotos todos los puentes con algunos de los líderes de la protesta de ayer (con otros nunca los tuvo), su reto es atender a la base social que, en parte, expresaron. Hasta ahora, de nuevo, ningún gobierno ulterior al segundo de Juan Domingo Perón los representó mejor.
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