Viernes, 9 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
Con el monumento a Perón, Macri no perderá un solo voto de su base social determinante, el núcleo duro históricamente gorila de Recoleta y Barrio Norte, porque este sector entiende que la estatua es para ganarle al peronismo. El acto fue pensado así, sin ninguna ingenuidad, veinte días antes de las elecciones, en plena campaña electoral, con la participación estelar del candidato conservador y sin la presencia de las autoridades del peronismo nacional ni local, ni de las autoridades nacionales que son representativas del Partido Justicialista. La iniciativa para levantar esa estatua fue aprobada por unanimidad en la Legislatura porteña y el proyecto lleva también la firma de representantes del Frente para la Victoria. La estatua quedará, y seguramente el contexto en que fue utilizada una estatua de Perón para tratar de derrotar al peronismo, pasará como una de las anécdotas del surrealismo político argentino.
Mauricio Macri no tiene alternativa. Si la izquierda tuviera votos, le haría una estatua a Carlos Marx, pero los únicos dos lugares donde están los votos que lo pueden sacar de los 28 puntos donde quedó clavado, son los que han votado a los peronistas Sergio Massa y Daniel Scioli.
El discurso peronista tardío de Macri no es creíble. Es más realista la sonrisa irónica que esbozó cuando el Momo Venegas –que respalda su candidatura– dijo que “no estamos acá porque nos hicimos macristas, sino porque Macri se hizo peronista”. Fue una sobreactuación. Pero hay situaciones que lo requieren así para tapar los baches. El Momo está acostumbrado a estos contrasentidos, como decirse peronista y respaldar al candidato de los sectores más antiperonistas. O ser dirigente de los peones rurales y alinearse junto a la Sociedad Rural para defender los privilegios de sus patrones.
Desde sus comienzos, el PRO tiene en su seno sectores residuales del peronismo menemista porteño de Miguel Angel Toma. Y otros connotados como el renunciante Fernando Niembro, el denunciado Eduardo Amadeo, o el hijo del fallecido Jorge Triaca, uno de los sindicalistas más enriquecidos del país, y el misionero Ramón Puerta, acusado de tener trabajo esclavo en sus plantaciones, más varios colaboradores de Domingo Cavallo entre sus asesores económicos. El menemismo tiene mala fama. A pesar de que Macri los heredó, la protección de los medios concentrados lo pasteurizó.
La presencia de Hugo Moyano en un acto de respaldo a Macri va más allá del voto. Trata de fortalecer un flanco vulnerable del candidato conservador que es la debilidad parlamentaria y federal que tendría en caso de ganar, lo que se traduciría en gobernabilidad mínima. Moyano lo muestra, en cambio, como alguien que puede contener al sindicalismo peronista. Es el segundo acto de Moyano con Macri en menos de diez días y en plena campaña electoral. No quedan dudas de cuál es el candidato que apoya el camionero. Pero Moyano ya pasó los 70 años y está más en el fútbol que en la política, ya es más empresario que gremialista. Su ilusión de ser el primer presidente obrero murió en ese derrotero sin brújula que lo hizo aterrizar en el mismo banco que Patricia Bullrich, su vieja enemiga pública número uno, la que lo acusó de corrupto.
Es difícil que la central que conduce y en la que están enrolados varios gremios de los llamados combativos, se sienta cómoda en el lugar político que eligió Moyano con el candidato menos peronista y más conservador. El alineamiento del camionero con Macri se produjo cuando en las centrales de Caló, Moyano y Barrionuevo hay sectores que hablan de un proceso de unificación del movimiento obrero bajo la sensación de un inminente triunfo del candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli. Tampoco hay ingenuidad en esas coincidencias. Cualquier proceso de unidad tendría que relegar a Moyano a un segundo plano que, con su edad, equivaldría al retiro. Ya sea para oponerse o para acompañar a un hipotético gobierno de Scioli como ha sido tradicional en el sindicalismo peronista, el alineamiento de Moyano entorpece el camino de la reunificación, quizás sabiendo de antemano que su suerte está echada.
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