Miércoles, 9 de marzo de 2016 | Hoy
Por Javier Lorca
En El mito de la Argentina laica, Mallimaci describe tres grandes momentos del catolicismo en el país: un catolicismo sin Iglesia (1850-1930), un catolicismo con Iglesia (1930-1976) y una Iglesia sin catolicismo (desde 1976). Al inicio de esa periodización, observa el predominio de “la idea de un catolicismo de orden, que se preocupa por controlar a la sociedad –explica–. Ese catolicismo va a quedar atrás con la romanización, con la presencia de obispos y la llegada de mucho clero español e italiano. En la cultura migrante el catolicismo va a ser tomado por poblaciones para reconocerse como argentinas. Hay que esperar a los golpes militares para encontrar un catolicismo que hace movimientos sociales y quienes los inician son curas hijos de la inmigración, no son hijos e hijas de las clases dominantes. No son herederos, son oblatos, le deben todo a la institución”.
–¿Cómo entra el peronismo en esa trama?
–Cuando el peronismo se construye como un movimiento social, encuentra en ese catolicismo inspiración y militantes. Cientos y cientos de personas que vienen del catolicismo se suman al peronismo porque ven una afinidad en las políticas sociales. Pero al juntarse, peronismo y catolicismo se dislocan mutuamente. Esa fuerte relación va a continuar en el tiempo. Lo cual no quiere decir que el catolicismo esté sólo en el peronismo, hay catolicismos burgueses en el macrismo, que antes estuvieron en el radicalismo... En los 60 y 70 numerosos grupos sociales tratan de buscar otras salidas y gran parte de esa militancia lo hace desde la matriz católica. En Argentina no hay una lucha entre laicos y católicos, sino entre distintos tipos de catolicismo.
–¿En qué aspectos 1976 marca una ruptura para la Iglesia y el catolicismo?
–La complicidad entre Iglesia y Fuerzas Armadas termina con toda posibilidad de hacer un movimiento religioso autónomo, que pueda criticar a los obispos y seguir estando en la institución. Eso es lo que perdura hasta hoy, acompañado por un catolicismo cuyo eje aglutinador es la sospecha sobre aquellos sacerdotes y religiosos que se ocupan de lo social.
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