Viernes, 10 de marzo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
“Hay que optar entre la liberación y la dependencia y nosotros siempre optamos por la dependencia”, se chispoteó Deolindo Bittel, candidato a vicepresidente en 1983, ante una multitud peronista que lo vivaba en la cancha de Vélez. Palito Ortega anunció públicamente su transición del menemismo a la de candidato a vice de Eduardo Duhalde refunfuñando que la fórmula era “Eduardo Menem-Palito”. Las palabras en política pueden pesar tanto como los hechos y los actos fallidos suelen ser más expresivos que cien palabras.
El brigadier Antonio Schiaffino omitió en un discurso leído la esencial expresión “y repudiar” en una ofensiva de su inconsciente que será traducida por muchos intérpretes como tan significativa como lo que dijo. Al fin y al cabo, Schiaffino vive en un país donde es arrolladora la cultura psi y son pocos (letrados o profanos) los que entenderán que incurrió en una distracción, un error (como propuso el propio orador) o un inocente furcio.
Si el lector se inclina por dejar de lado las suspicacias y su memoria de las lecciones de Sigmund Freud, habría que añadirle como dato una palabra que sí pronunció Schiaffino, que es “exceso”, aludiendo al terrorismo de Estado. Esto es, resucitando el perverso eximente que eligió la corporación militar cuando estaba de salida. Se trata de una palabra claramente connotada y ligada a la polémica sobre esos tiempos. Una palabra que, no hay cómo evitarlo, funge como una bandera, un signo de pertenencia.
El “repudio” que faltó y el “exceso” que sobró diluyen el razonable contenido del resto de la alocución de Schiaffino, de todas formas una versión diluida de anteriores autocríticas de jefes de otras armas. El inconsciente hizo de las suyas, la falta de tino también.
No hay por qué dramatizar el episodio. La democracia es amplísima en materia de libertad de expresión e irrestricta en punto a la de pensamiento. El jefe de los aviadores tiene el deber, que cumplió dentro de lo que pudo, de acomodarse en sus acciones públicas y oficiales al tono cultural de la época y a las líneas políticas que impone el Presidente, comandante en jefe de las tres armas. También se avino a hablar frente a una ministra de Defensa, con toda la pompa y circunstancia del caso y (cabe reconocerle) sin dar pistas de su parecer personal sobre si es pertinente que tal cargo haya dejado de ser una prerrogativa de género.
Es más que deseable que las convicciones acompañen a los cambios de época, pero es bien posible que, en algunos casos, tarden más en modificarse. Quizá sean el tiempo y los consiguientes recambios generacionales los que vayan tornando más cómoda, más obvia y en algún porvenir menos imperiosa la reelaboración del pasado.
Un refrán vizcachista propone que uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Este cronista, que es mejor proverbio decir que uno es dueño de lo que dice y esclavo de sus silencios. En cualquier supuesto, Schiaffino quedó enredado y fotografiado en lo que dijo y en lo que suprimió. Y, en un país donde prima una pátina psi, nadie o casi nadie dejará de creer que su pensamiento íntimo se inmiscuyó en su pieza oratoria. Y que el sobrante y faltante insinúan que le costaba acomodarse a la “doctrina Martín Balza” sin permitirse mentar (o cuanto menos evocar) una pizca de la “doctrina Cecilia Pando”.
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