Viernes, 10 de marzo de 2006 | Hoy
El tradicional bar de San Telmo cerrará a fin de mes: el propietario no renovó el alquiler a quienes lo administran desde hace 45 años. Los vecinos piden la intervención del gobierno porteño.
Por Horacio Cecchi
En uno de los ventanales, junto a la puerta de entrada en la esquina de Brasil 399 y Defensa, cuelga un cartel en el que puede leerse: “El baño es para uso exclusivo de los clientes”. Ocurre que en el bar Británico los clientes son todo el barrio. Se los puede ver allí dentro, según las horas, despabilando el tiempo, moviendo piezas de ajedrez, acariciando un perro, reunidos en asamblea o hablando de lo que sea. En los últimos días, el tema ineludible fue el cierre obligado del Británico. Los tres dueños del bar, Pepe Miñones y sus socios José Trillo y Manolo Pose, desde hace 45 años alquilan y pagan religiosamente el alquiler del local. Pero el propietario del lugar amenaza con echarlos. Los tres gallegos decidieron hacer frente a la embestida. Detrás de ellos estrecharon filas sus empleados. Pero el apoyo decisivo parece ser otro: los vecinos habitués (que son muchos y téngase en cuenta que el Británico permanece abierto las 24 horas) se lanzaron a reunir 6 mil firmas para que el gobierno porteño intervenga en el rescate.
“Nos quiere echar –dice Pepe Miñones en voz baja, casi arrastrando las palabras, y se toca el pecho–. Hace 45 años que alquilamos y nunca nos atrasamos. En el 2004 se nos venció el contrato y ya no nos quiso renovar. Dijo que no hacía falta ningún contrato, que nos podíamos quedar alquilando sin renovar. Como nos dijo eso, nosotros seguimos tranquilos. Mire si íbamos a sospechar algo, si hace 45 años que alquilamos. Primero al padre, durante todo este tiempo, y después cuando falleció, hace dos años, retomó las negociaciones el hijo. Pero en octubre pasado nos hizo firmar un contrato de desalojo”, dice amargamente Pepe.
Según Miñones, para firmar el contrato el dueño del local, “Juan Pablo Benvenuto, nos enrolló con la idea de que nos ofrecía que lleváramos la gente que quisiéramos para venderles el fondo de comercio y que él después trataría con esa persona. Pero cuando le llevamos la propuesta nos dijo que el único que iba a comprar el fondo de comercio era una persona que trajo el otro día. El martes vino, presentó al socio, dijo que nos volviéramos a España. Nos pusimos como locos”.
Desde que el contrato abrió las puertas a la desaparición del Británico, el tema empezó a circular entre los vecinos. “Nadie lo creía”, dijo una vecina arquitecta que prefirió mantenerse en el anonimato pero que forma parte del grupo de los Vecinos autoconvocados para el rescate del Británico y recorre las 35 mesas del bar con hojas para recopilar firmas. “Necesitamos seis mil firmas para que el gobierno nos ayude –prosiguió la autoconvocada mientras indicaba a alguien de una mesa dónde firmar–. Nadie lo creía, se corría el chisme de que iban a poner un negocio de Puerto Madero, pero no nos dábamos cuenta lo cercanos que estábamos. Cuando se confirmó, nos agarró un ataque.”
El Británico está tan arraigado al barrio como los vecinos de San Telmo están arraigados al Británico. El bar existe prácticamente desde que se levantó el edificio, en 1928. “Antes había un cine”, detalló Horacio Spinetto, presidente de la Comisión de Protección de Cafés, Bares y Confiterías Notables. “Se llamó Británico porque en el barrio, sobre Garay, había un hogar donde vivía una cantidad muy grande de ingleses que habían sobrevivido a la Primera Guerra. Por una ley del ’98, el gobierno porteño lo declaró uno de los primeros 39 bares notables, sobre un total de 55 que hay ahora.” Durante la guerra de las Malvinas, los tres dueños decidieron comulgar con el reclamo argentino y quitaron las tres primeras letras al nombre del bar.
“El tipo este –dijo Carlos, el mozo más antiguo del bar después de sus tres dueños que también hacen de mozos, refiriéndose al dueño del local– vino el otro día, presentó a su socio y basureó a los dueños. No les puede recomendar que mejor que se vuelvan a España, que él tiene mejores proyectos. Cuando Manolo llegó a la noche a trabajar, los vecinos estaban reunidos acá en asamblea. Lo vieron entrar y lo recibieron con un aplauso. No sabe cómo lloró esa noche Manolo.” “Aquí estamos –dijo otro cliente, sentado a una mesa y autodefinido como vitalicio– para lo que haga falta. Cuando nos digan, cortamos Brasil y cortamos Defensa, y prendemos unas gomas.” “No puedo imaginar la esquina sin el Británico”, aseguró Anthony, otro cliente. “El miércoles van a hacer una presentación ante la Defensoría del Pueblo”, aseguró Carlos.
Los vecinos están convencidos de que la semana próxima habrán reunido las seis mil firmas para evitar el desalojo del histórico bar.
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