Martes, 11 de diciembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Se apartó de la tradición de repartir previamente el texto de su presentación porque lo desgranó en el momento, sin vistear siquiera de reojo el machete que tenía por ahí. La primera presidenta elegida por el voto popular innovó en algo más que el género. Habló casi una hora, sin tropezar con ripios, mirando hacia adelante, hacia su izquierda (donde, como ella misma destacó, estaba Néstor Kirchner) o hacia arriba cuando le hablaban los invitados. Sonrió, saludó, asintió con la cabeza, no se permitió perder la ilación.
No es “improvisación”, no hay tal: la exponente sabe lo que va a decir, ha maquinado su libreto durante horas, días, quizás años. Como estudió de la Constitución el texto de su propio juramento, para pronunciarlo casi sin leerlo.
La pomposa expresión “hacer uso de la palabra” es usual en las transmisiones de discursos oficiales. Como suele ocurrir, el uso repetido desdibuja la pretensión literaria original y hasta el sentido. Vale la pena retomarlo, para un caso especial. Oradora notable y preparada (en varias acepciones del término), Cristina Fernández de Kirchner hizo uso de la palabra ayer en el Congreso.
Hizo un discurso general, sin hablar de medidas ni de metas precisas de su gobierno. Sí definió algunos vectores básicos, sobre política internacional, sobre el acuerdo social, sobre su trayectoria previa, sobre el gobierno del que es continuadora.
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La razón y la emoción: Sus puntos fuertes son la explicación, el razonamiento, el hilván, también la afirmación de identidad y los reproches a “los otros”. Más le cuesta la caricia, el cambio de registro a la ironía o la calidez. Pero supo incursionar en esos terrenos cuando habló del conflicto de las pasteras, armando una suerte de sandwich con dos tapas blandas. Agradeció a Tabaré Vázquez su presencia en la ceremonia, enfatizó luego la posición argentina y su recurso al Tribunal de La Haya y “redondeó” con una frase fraternal para el pueblo uruguayo.
El clímax coincidió, como prescriben las reglas del arte, sobre el final. La Presidenta no había mentado a Perón ni al peronismo, aunque sí se valió de tópicos nac&pop como cuando dirigió su discurso al “pueblo de mi patria” o cuando se referenció en “pueblo y nación”. Pero al cierre, la Presidenta enalteció a “Eva” diciendo que no pudo llegar y que tal vez lo mereció más que ella misma. Y terminó con el homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que poblaban las galerías superiores.
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Tópicos: Varias incursiones mediáticas realizó Fernández de Kirchner tras ser elegida, en las que desgranó anticipos de su primer discurso formal. El énfasis en su legitimidad de origen, el reto a los opositores que la cuestionan, sus críticas a los medios (tres menciones, una referida a la magnitud del poder de algunos), el acuerdo social. Sobre éste, casi la única innovación de su campaña, aportó datos con cuentagotas y una frase fuerte. Los datos fueron la necesidad de metas y su articulación en mesas sectoriales. La frase fue una promesa-advertencia: “no seré gendarme de las ganancias de las empresas”.
La mandataria repitió alabanzas a “nuestra” gestión, al (desde ayer ex) presidente Néstor Kirchner, salteándose el aluvión de cifras que poblaba los discursos de su precursor.
Las menciones a la globalización, a la modernidad y a la posmodernidad se irán haciendo costumbre. La referencia sirve de pie para resaltar puntos de referencia: la política, el Estado, la nación. Ayer las hubo frecuentes, Kirchner quedó encasillado como un presidente moderno.
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Un lugar en el mundo: Antes queríamos cambiar el mundo, ahora (más modestos) nos conformamos con cambiar nuestro país, propuso la mandataria que trazó unas líneas sobre la inserción argentina en el mundo. En verdad, la mejor pintura se plasmó en la noche del domingo, cuando la creación del Banco del Sur. Presidentes de toda la región, muchos de ellos de sesgo ideológico parental (que no idéntico) poniendo en cuestión la frase de Bertolt Brecht: por ahí esta vez será más honesto fundar un banco que robarlo. Lula da Silva, Evo Morales, Michelle Bachelet y Hugo Chávez son visitantes asiduos de este país, fueron nombrados entre otros por Cristina para que el Congreso en pleno los homenajeara.
Cuando juró Néstor Kirchner, hace cuatro años, Fidel Castro “robó cámara” por cojones, a fuerza de ser un pedazo de historia. Los presidentes ovacionados ayer no dan cuenta de una epopeya solitaria del siglo XX sino de un intento colectivo del siglo XXI: construir una cabal integración regional. Una meta aún lejana que –no hay paradoja en esto– jamás estuvo tan cerca.
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La mirada sobre los otros: Para la oposición hubo más consejos y admoniciones que loas, lo que motivará réplicas previsibles. “No nos votaron para que nos peleáramos entre nosotros”, sugirió la Presidenta, aserto que puede ser traducido como un puente o como un sosegate, del otro lado del mostrador. La ausencia de otras frases balsámicas seguramente inclinará la balanza.
La Corte Suprema fue adjetivada como “honorable”, lo que habrá sonado bien a los oídos de los supremos.
La reforma judicial, la lentitud de los juicios sobre crímenes de lesa humanidad, el empaque en defender la reforma del Consejo de la Magistratura, la recurrente mención a las leyes contra la impunidad, demostraron que abundan proyectos de reforma en esa área del Estado.
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El que se corre para atrás: “Nunca aprendí el protocolo”, bromeó Néstor Kirchner, asiendo el micrófono, en el único trance en que se distrajo de su constante afán de dejar el centro de la escena a Cristina. Tanto fue, que más de una vez lo corporizó, retrocediendo materialmente. La miró arrobado, se emocionó a cada momento. Ese pas de deux parece contar con consenso mutuo, condición necesaria que no será suficiente para garantizar éxito a un experimento sin precedentes. Las comparaciones retrospectivas (Ricardo Balbín con Arturo Illia presidente o “Cámpora al gobierno Perón al poder”) son chocantemente distintas. Tampoco sirve el ejemplo más reciente, muy socorrido en la narrativa oficial: “Cristina se replegó cuando él fue presidente, ahora será al revés”. Es que el predicamento actual de Néstor Kirchner, su autoridad política, son incomparablemente mayores. Será más peliagudo disimular ese elefante, sin contar que el proyecto es valerse de su peso y autoridad para consolidar “desde afuera” al gobierno y proveer al “armado político”.
El café literario será un foco de atención amén de un rebusque de opositores y factores de poder para poner en tela de juicio la autoridad presidencial o para meterle ruido al oficialismo. La historia, tozuda, jamás se repite como un calco, pero la Presidenta deberá demostrar que no es la Chirolita de ese hombre que ayer la aplaudió más que nadie.
La ceremonia en la Casa Rosada expresó ese jeroglífico a desentrañar. Todos y cada uno de los ministros y secretarios juraron y viraron a la silla donde estaba sentado Kirchner para agradecerle y abrazarlo. Dar un paso atrás no es tan sencillo, o no basta.
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La presencia de Dios: Las fórmulas del juramento siempre dan tela para cortar. Todos los funcionarios pingüinos juraron por Dios, la Patria y los Santos Evangelios, así como varios ministros y secretarios oriundos de otras comarcas. Pero Lino Barañao, Nilda Garré. Martín Lousteau, José Nun, Graciela Ocaña y Juan Carlos Tedesco lo hicieron por “la Patria”. La Presidenta, de ordinario muy atenta a los textos y las reglas, cerró impropiamente el diálogo: “Que Dios y la Patria os lo demanden”, conminó a los que habían obviado la mención a la divinidad y no debían ser interpelados en Su nombre. El lapsus puede dar comidilla a los que atisban un potpurrí de gestos reconciliatorios con la jerarquía de la Iglesia que, de momento, tuvo la menor participación que se recuerde en la liturgia democrática.
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Lugar para lágrimas: La voz de la Presidenta registró la emoción cuando evocó a Eva y a las luchadoras de la Plaza de Mayo pero pudo componerse.
Ya en la Casa Rosada, se le hizo más difícil a medida que sus funcionarios prestaban juramento. Los hubo sonrientes, de oreja a oreja, como Aníbal Fernández y Carlos Zannini. Pero también se vio una seguidilla de varones visiblemente conmovidos, como Alberto Fernández y Carlos Tomada. Cuando le tocó el turno a Alicia Kirchner, con una mujer a su frente y llorando, la Presidenta dio rienda suelta a sus lágrimas y se rebuscó para reírse de eso. Ocaña le permitió repetir la rutina y hacer alguna broma porque se le chispoteó el texto que debía leer. Para las mujeres todo es más difícil, advirtió Fernández de Kirchner en el recinto de Diputados, y Bachelet asentía visiblemente. En este episodio zafó asumiéndose con garbo y buena onda.
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La película: Las imágenes de los dos días previos fueron de continuidad, rostros conocidos, situaciones ya asumidas. Sin embargo muchas prácticas no son clásicas sino bastante flamantes. Hace cinco años era imposible imaginar una cena con los mandatarios extranjeros y los diplomáticos en las que se entreveraran funcionarios, diplomáticos, empresarios, sindicalistas de la CGT y la CTA, Estela Carlotto, Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas y dirigentes del movimiento de desocupados. Los pañuelos blancos estuvieron lejos de Palacio durante demasiados años.
Los plácemes, las solidaridades y las tareas compartidas con gobiernos del centro a la izquierda de la región son un aporte de esta centuria. La preeminencia de la expresividad sobre el protocolo, también.
En ese contexto, la Presidenta emitió un discurso político identitario consistente, frontal, atípico, poco formal y (por todo eso) discutible. Un discurso “a lo Kirchner”, más allá de sus muy diferentes dotes como oradores. Marcó rumbos, definió objetivos, habló de política y fue más que parca para hacer anuncios. Empezó a diseñar un estilo, disfrutó su día de fiesta que tuvo calidad en el verbo y sobriedad en las ceremonias.
Las ceremonias previas tienen su miga pero partidos son partidos. Ya se cantaron los himnos, ahora le toca salir a la cancha.
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