¿Cuál es la legitimidad de la FUBA, organismo que reúne a los centros de estudiantes elegidos a través del voto no obligatorio, y cuál la de los consejos directivos de las distintas facultades, elegidos por el voto obligatorio de profesores, estudiantes y graduados a través de mecanismos institucionalmente supervisados? ¿Cuáles son los requisitos para ser rector de la UBA? ¿Cuál debe ser la orientación posible de la UBA? ¿Priorizar ciertas carreras, asignar estratégicamente los recursos –o incluso establecer cupos– significa doblegarse ante el capitalismo, o es quizá la responsabilidad de un Estado fuerte que pone a la universidad pública al servicio de los requerimientos de la economía y del país?

En un contexto crispado, con la UBA atravesando una grave crisis y en medio de un debate muchas veces hueco, no está mal reflexionar con un poco más de calma acerca del futuro de la universidad y las alternativas posibles de reconstrucción y mejoramiento. Parece difícil en la situación actual, polarizada entre las viejas estructuras anquilosadas y las vanguardias iluminadas de la izquierda radical (a las que ahora, curiosamente, se les ha dado por reivindicar para la universidad la clásica consigna liberal de “un hombre, un voto”, parámetro que no las deja bien paradas en instancias más generales de evaluación de su nivel de representatividad). En cualquier caso, el libro La educación en el centro del debate no pretende responder a todos los temas cruciales que están en el centro de la agenda, pero sí logra avanzar, con diferentes artículos, en tres cuestiones fundamentales: la evaluación de la reforma neoliberal de los ’90, el análisis de la articulación entre la educación media y la superior, y la vinculación entre la universidad y el mercado de trabajo.

Para Alicia Iriarte y Ana Ferrazzino, el paso de la escuela media a la universidad es “uno de los puntos más débiles” de la educación actual. Al analizar el sistema educativo, las autoras destacan la “disparidad y la fragmentación” en la que se encuentra inmerso, y agregan que el objetivo estratégico debería consistir en avanzar hacia un sistema más integrado: una posible solución transitoria sería el establecimiento de cursos, talleres y seminarios de nivelación. En otro artículo, Cristina López Meyer y Humberto Roitberg consultan a autoridades educativas, funcionarios gubernamentales e investigadores, repasan estadísticas y documentos, y concluyen que, después de diez años, los efectos de las reformas de los ’90 han sido básicamente negativos, tanto para el secundario como para la universidad. Finalmente, Norma Zandomeni de Juárez se ocupa del tema de la relación entre la universidad y el mercado laboral, analiza cómo generar una interrelación más fuerte entre la racionalidad educativa y la racionalidad productiva y recuerda que el 90 por ciento de las universidades norteamericanas –igual que muchas europeas– siguen de manera sistemática, a través de diversos programas, el rendimiento laboral de sus egresados.

Estos son sólo algunos de los puntos abordados en los diversos artículos que integran el libro. Uno de sus ejes es el vínculo entre la escuela media y la universidad, donde el CBC juega un rol clave. A propósito del CBC, no está mal tomarlo como ejemplo de una discusión mal saldada. Cuando fue establecido, en 1985, generó todo tipo de reacciones en contra, a menudo ligeras y frívolas, por parte de los medios de comunicación, sobre todo de los de derecha, y también por parte de algunos especialistas. Dos décadas más tarde, y a pesar de todos sus problemas –la falta deinstitucionalización es quizá uno de los principales–, casi nadie duda de que el CBC se ha convertido en una herramienta esencial de nivelación y adaptación para la vida universitaria. Fue inaugurado en 1985 por Francisco Delich y sostenido empecinadamente, a pesar de cuestionamientos feroces, por Oscar Shuberoff, lo cual sólo prueba que aun en las gestiones más oscuras es posible encontrar un rayo de luz.