Lunes, 4 de diciembre de 2006 | Hoy
Por José Natanson
Pocos temas más transitados que el del gobierno local. En los ’90, la corriente dominante defendía la idea de modernización del Estado por vía de la descentralización administrativa y la construcción de nuevos centros de gestión. Era, decían, la mejor forma de acercar el gobierno a la sociedad, acabar con el pesado legado burocrático y mejorar la eficiencia del sector público. En la otra vereda, la izquierda postulaba la participación como la vía más adecuada para democratizar y controlar al poder. En 1996, los constituyentes que sancionaron la Carta Magna porteña tomaron nota de este debate e incorporaron el régimen de comunas. Su reglamentación tuvo que esperar diez años.
Hoy, con la ley ya sancionada por la Legislatura y la elección de comunas cerca, el libro de Daniel Portas es especialmente oportuno, pues no se trata de una visión teórica –hay miles, en la mayoría de los casos basadas en experiencias de otros países, como el presupuesto participativo brasileño– sino de un análisis construido a partir de la experiencia del autor como militante barrial primero y luego como director de un CGP, esos organismos que nacieron como un paso previo a las comunas y que se fueron convirtiendo, por falta de presupuesto y atribuciones, en oficinas más bien deprimentes donde uno va a renovar el DNI o, si tiene suerte, a casarse.
En el libro, Portas explica algunos de los problemas que deberán enfrentar las comunas, desde los institucionales (la ley estipula un poder comunal colegiado cuya capacidad ejecutiva parece dudosa) a los geográficos (la mala división establecida agrupó en dos grandes comunas a los barrios del sur de la ciudad, que son los más desfavorecidos, como si la idea fuera sacarse de encima a las zonas más problemáticas). El autor señala, también, cuestiones básicas, como el tema de la identidad comunal: hay –dice– una identidad porteña, pero no es tan claro que exista una identidad barrial definida, pues cada vez más la gente nace en un lugar, vive en otro y trabaja en otro distinto.
Amplio conocedor del tema, Portas logra sintetizar y describir, con ejemplos concretos, los desafíos que enfrentarán las comunas, identifica qué aspectos de la gestión podrán manejar y qué competencias deberán quedar en manos del gobierno de la ciudad. En el prólogo, Juan Manuel Abal Medina, actual subsecretario de la Gestión Pública, señala acertadamente los dos grandes inconvenientes que implica gobernar la ciudad de Buenos Aires: su carácter híbrido (no es ni una provincia ni un municipio y el jefe de Gobierno debe ocuparse tanto de las grandes cuestiones políticas como de arreglar los baches) y su pertenencia a una zona metropolitana que la excede largamente y que es donde en realidad se definen muchos de los temas clave de la ciudad, desde la seguridad y el medio ambiente hasta el transporte (cada mañana millones de personas llegan a Buenos Aires) y la salud (los hospitales porteños atienden un importante porcentaje de pacientes provenientes del Conurbano).
El libro, fiel a la experiencia de su autor, asume un punto de vista barrial que le permite analizar con claridad y mucho conocimiento del tema los problemas de la ciudad, pero que también le impide estirar la mirada un poco más allá. No hubiera venido mal, quizá como cierre, un capítulo de tono más político, dedicado a analizar los problemas de la Capital en el mapa nacional, lo que implica meterse con cuestiones difíciles como la coparticipación o el traspaso de la seguridad y la Justicia. O, aún más, preguntarse por el hecho, nada menor, de que en América latina existen muchos centros urbanos bien gestionadas en contextos nacionales muy complicados: desde Bogotá y Quito hasta Montevideo o Porto Alegre y, en Argentina, Rosario y Morón; y quizás, algún día, hasta la ciudad de Buenos Aires.
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