Lunes, 26 de mayo de 2008 | Hoy
ESPECIALES › SUPLEMENTO 21º ANIVERSARIO
Por Claudio Scaletta
Las retenciones tienen significados muy diferentes según el lugar ocupado por el interlocutor. Si se trata de un productor agropecuario el juicio es previsible: la diferencia entre el precio internacional y su ingreso será siempre un desagradable impuesto. Uno más entre tantos. Pero desde la óptica de los hacedores de la política económica no importan solo los ingresos. Recaudar no es la única función de los tributos.
A partir de la salida del régimen de convertibilidad, cuando las retenciones a las exportaciones comenzaron a ser un componente estructural del nuevo modelo económico, la justificación de las retenciones fue repetida hasta el cansancio. Los objetivos eran múltiples y macroeconómicamente virtuosos. Se aseguraba el superávit, pero también se contribuía a la escisión entre los precios locales y los internacionales. Tras la devaluación, sus efectos resultaban claves. Cualquier desborde inflacionario podía socavar las bases mismas de la nueva estructura de precios relativos.
Hasta cierto momento las retenciones cumplieron su cometido estructural, pero el escenario cambió radicalmente. En 2002 nadie imaginaba que el contexto internacional sería tan favorable durante tanto tiempo. Tampoco que el diferencial de ingresos que se llevaban las retenciones sería, una y otra vez, compensado por la suba de las cotizaciones internacionales de las commodities. Pocos imaginaban, además, que la superrentabilidad de la soja continuaría, a pesar de las retenciones, desequilibrando la estructura agropecuaria local.
El mismo gobierno que, a través de las retenciones móviles, reaccionó para contrarrestar el terremoto que hubiese provocado dejar que la suba del precio internacional del crudo se trasladase a los precios internos, dejó en cambio que la presión continuara aumentando en el campo. Dejar fijas las alícuotas de las retenciones agropecuarias significó mantener el escenario de conflictividad con la siempre descontenta dirigencia agropecuaria. Establecer su movilidad significa, en cambio, introducir un “estabilizador automático” luego de un año que, como el 2007, será recordado por el explosivo aumento de las cotizaciones internacionales.
Desde una perspectiva política se consigue restar conflictividad –excluyendo, por supuesto, el pico inmediato– a la vez que se suma previsibilidad a futuro. En un contexto internacional tanto de alza como de volatilidad en las cotizaciones, se recuperará la separación entre la rentabilidad interna y las fluctuaciones externas. Las conflictivas correcciones periódicas ya no serán necesarias.
Desde una perspectiva estrictamente económica y estructural el esquema anunciado agrega un componente adicional: discrimina a favor de los cereales y contra las oleaginosas. La baja anunciada para el trigo y el maíz es de sólo 0,8 por ciento, una diferencia marginal que no tendrá efectos sobre los precios internos, como sí hubiese ocurrido con una rebaja efectiva de la alícuota. Esta rebaja simbólica es sólo una señal. El efecto vendrá por el lado del aumento efectivo de más de 9 puntos en las retenciones a la soja, lo que adicionalmente será un aporte extra a la recaudación.
Restarle competitividad a la soja será el verdadero aporte a la producción de cereales. Si bien la soja no es uno de los alimentos cuya exportación compite con el consumo local, su superrentabilidad en los últimos años produjo fuertes desequilibrios. El área sembrada nunca dejó de crecer, muchas veces en desmedro de otras producciones, no sólo de los cereales sino también de la ganadería y la lechería.
En materia de inflación se corrigen desequilibrios y se eliminan volatilidades. También se envían señales para mejoras en la oferta. Resta todavía arreglar el termómetro.
Publicada el 12 de marzo de 2008.
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