Jueves, 30 de octubre de 2008 | Hoy
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Por Raúl Alfonsín
La ocasión de aniversarios despierta generalmente la voluntad de ejercitar una mirada retrospectiva hacia los hechos que recordamos, en este caso con satisfacción, no por ser el 30 de octubre de 1983 el día de un triunfo electoral sino por ser el día de la celebración de las primeras elecciones después del largo túnel de la última dictadura militar.
Quizás el mayor motivo de satisfacción es que en estos 25 años que celebramos hemos trazado un destino que deja muy en claro hacia dónde no estamos dispuestos a volver los argentinos y hoy podemos afirmar con certeza que la dictadura militar que asoló nuestra República entre 1976 y 1983 fue, es y será la última. No seríamos sinceros si nos adjudicáramos este cambio de época: el espanto vivido, la aventura militarista de Malvinas y la comprobación de que las Fuerzas Armadas no son las que deban resolver los problemas que la política no sabe cómo atender son hechos fundamentales que hicieron del período que iniciamos en 1983 un tiempo fundacional.
Sin lugar a dudas, no somos nosotros los indicados para realizar un análisis objetivo de esta fecha: tampoco queremos hacerlo, sino transmitir de forma honesta y sin maniqueísmos nuestra visión, desde el conocimiento acabado del difícil contexto en el que se de-sarrolló nuestra acción de gobierno.
Gobernamos la Argentina que despertaba a la vida con la firme convicción de la necesidad de recrear la cultura democrática de nuestro país.
Nuestro horizonte es y ha sido una constante para nuestro accionar: instaurar en nuestro país un Estado legítimo. ¿Qué significa esto? Que deseábamos incorporar normas que, sin menoscabo para la libertad, promovieran y aseguraran una mayor igualdad. También queríamos incorporar en la política y en la sociedad un orden moral fundamental que vinculara cada vez más la ética al derecho y a la política, y ésta a la sociedad a través de la teoría del consenso. Valores que son, para utilizar la descripción de Germán Bidart Campos, aquellos “que hacen buena y deseable la convivencia social, o sea los que se realizan en y por las conductas sociales del hombre”. En esa dirección concentramos nuestros esfuerzos en un camino a todas luces sinuoso.
Sostuvimos el respeto a la ley y el nuestro fue el último gobierno que no hizo abuso de herramientas como los decretos de necesidad y urgencia y garantizamos la independencia y funcionamiento de los poderes.
Trabajamos por la justicia y la verdad, y llegamos más lejos que ninguna otra nación: juzgamos y condenamos a las cúpulas militares en un hecho que sigue siendo inédito en la humanidad.
Ejercitamos nuestra vocación de generar consensos, para terminar con la compartimentación de un país que atravesó 150 años de profundas e inconducentes divisiones, algunas de las que pretenden asomar en estos días de crispación. Para ello construimos un gobierno plural, donde no sólo había radicales tomando decisiones: compartimos el poder con peronistas, socialistas, demócratas cristianos e independientes y convocamos al Consejo para la Consolidación de la Democracia con mujeres y hombres de todas las fuerzas.
Dijimos en campaña que “con la democracia se come, se cura y se educa”: el Plan Alimentario Nacional, el Plan ABC, el Programa de Alfabetización premiado por la Unesco, la apertura de hospitales como el Garrahan y el Seguro Médico Universal que la oposición vetó en el Congreso son parte de lo que la democracia puede hacer para mejorar las condiciones de vida de los pueblos.
Todo lo que hicimos, con aciertos y muchos errores, lo hicimos en paz y en libertad.
Y si bien quedamos con cuentas pendientes, podemos decir satisfechos que cumplimos con nuestra principal meta: construir –mediante el diálogo, el consenso y la ética– una democracia para el Estado y la sociedad argentina, que trascienda nuestro gobierno y siente las bases de 100 años de paz y prosperidad para la Argentina.
Nos resta a todos la ciclópea tarea de hacer de la democracia la conjugación de libertad e igualdad, participación y solidaridad. Para ello debemos fortalecer las herramientas de la democracia que estamos construyendo entre todos.
Este es el sendero proyectado.
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