Jueves, 30 de octubre de 2008 | Hoy
ESPECIALES › CUANDO VOLVIMOS A VOTAR > LA PALABRA DE LOS DIRIGENTES DE ORGANISMOS DE DERECHOS HUMANOS
“Fue un día conmovedor, no sólo en lo particular. Después de tantos años de horror, sufrimiento, poder elegir libremente a un presidente... Recuerdo que había una gran cola y todos nos mirábamos, sonreíamos de emoción, pero sin hablar, con la mirada nos decíamos todo. Recuerdo también que antes de salir puse la bandera argentina en el balcón de mi casa, después de tantos años. Voté y, por supuesto, teníamos hasta lágrimas, todos emocionados y sin hablar, era como un código. Llegué a mi casa, luego mi hija, mi yerno con los nietos, todos con sombreritos con cintitas coloradas y blancas, tocando bocina, y ahí me dejaron a los chicos y se fueron a votar. Después comimos todos juntos, fue un día de fiesta, con muchas esperanzas, con expectativas. Sobre todo como madre yo estaba muy esperanzada de que algo íbamos a saber, esa esperanza que una tenía todavía en 1983, aunque mi chico Alejandro está desaparecido desde 1975, veinte años tenía, pero lo mismo daba, ‘algo se va a saber’, decíamos. Fue un día muy particular. Alejandro figuraba en el padrón y lo sigue haciendo. No queremos que los saquen, porque eso significaría admitir que están muertos y políticamente jamás los vamos a dar por muertos. Pero pedíamos que se levantara un acta: ‘no se presenta porque está detenido-desaparecido desde tal fecha’. En 1995, cuando salió la ley de ausente por desaparición forzada, empezamos a pedir que asentaran ‘ausente por desaparición forzada por ley tal’. Era muy fuerte encontrar el nombre de Alejandro. Yo no tenía ningún empacho en pedir que hicieran el acta y la mayoría de quienes estaban en la mesa se conmovían.”
“Yo estaba en Italia, con muchos exiliados. Recuerdo que fuimos al Consulado argentino en Roma, aunque sabíamos que no nos iban a dejar votar. Nos pusieron una marca, algo que significaba que no estábamos en el país. Los exiliados estábamos medio divididos, cada uno con su corazoncito, en una oficina que creo era un comité de exiliados, con uruguayos y chilenos, pero conectados por teléfono con Argentina. Esperábamos las elecciones como el pan de cada día. Volví el 16 de diciembre de 1983, seis días después de que asumió Alfonsín, con una gran carga de alegría y con todo lo que había aprendido de democracia en Italia. Llegué a Ezeiza con 75 kilos de equipaje, de los cuales 60 kilos eran papeles, fotocopias del trabajo que habíamos hecho, incluso del juicio a Suárez Mason en Italia, que terminó recién en el 2000. Recuerdo que la empleada de Aerolíneas me preguntó qué traía, y yo con todas las ínfulas y la alegría de estar en democracia le dije: ‘todo el material hecho en Roma por los desaparecidos de la dictadura’. La mujer llamó a su jefe y le dijo algo al oído. El señor se acercó, me preguntó: ‘¿tiene familiares desaparecidos?’ y le contesté que sí, un hijo y una hija. ‘¿Retenemos todo, señor?’, preguntó la empleada, y él le dijo: ‘no, de ninguna manera’. Yo venía tan segura que me hubiera puesto a gritar ‘¡estamos en democracia!’, pero no fue necesario.”
“Las Madres no fuimos a votar, no creíamos en nada, teníamos muchas dudas. Por supuesto que no se prohibió, cada una tuvo libertad para hacer lo que quiso, pero la comisión directiva de Madres de Plaza de Mayo, después de muchas discusiones, decidió no ir a votar. ¿Con qué argumentos? Habían sacado la ley de presunción de fallecimiento, Alfonsín había negociado con los militares algunas cuestiones que ya conocíamos, había estudiado con Harguindeguy en el Colegio Militar, no confiábamos en Alfonsín. Claro que era mejor un civil que un militar, pero no había mucho para elegir. El jueves anterior a que asumiera marchamos como cada semana y dijimos ‘empieza otra lucha’. Muchos se molestaron por eso. El día que asumió fue impresionante porque se iban los milicos, pero fue decepcionante que un asesino como Bignone entregara la banda presidencial. Pedimos que se la entregara otro, pero Alfonsín igual la recibió.”
“Ese día me fui a votar muy temprano, con la esperanza de que podríamos de una vez por todas terminar con la dictadura, que ya daba sus últimas boqueadas, como la guerra de Malvinas que terminó mal para ellos y para nosotros. Voté en un colegio comercial que está en Congreso, por Riobamba cerca de Córdoba. A la tarde estuve en familia porque era domingo, más cerca de los míos que del trabajo porque durante todos esos años estuve como un soldado en Abuelas, dentro del país y viajando por el mundo entero, llevando la voz de las Abuelas. Son 25 años de esta era constitucional, no la llamo democracia, que para mí es otra cosa, no se transforma de un día para otro con un voto, se construye día a día. Pero no quiere decir que no me sienta orgullosa de 25 años sin golpes de Estado, me llena de satisfacción. Cuando empezó el escrutinio una se daba cuenta de que el deseo se cumplía, y salí a bailar y cantar en la calle. No voy a decir a quién voté, lo importante era que ganara un partido elegido por el pueblo y se cumplió. Era suficiente motivo para festejar, caía la dictadura que ya venía tecleando. Estaba con mis hermanas Clara y Solita, y con mi nieta Mariana Pérez, que era chiquita. Seguimos todo por televisión y luego hablamos con gente de otros organismos de derechos humanos, con otras abuelas. Se venía una etapa para profundizar la tarea ya iniciada y en poco tiempo nos favoreció el presidente que mandó un proyecto de ley al Congreso para la creación del banco de datos genéticos. Habíamos pedido audiencia, nos recibió y fuimos con planteos muy concretos. Sabíamos que estaba la esperanza de poder formar el mapa genético con la sangre de los familiares, era la herramienta que necesitábamos para identificar a nuestros nietos. Esa fue una de las tantas cosas que fuimos a plantear. Así lo hicimos con los demás gobiernos que siguieron, que también nos recibieron y nuestros pedidos, a veces exigencias, fueron aceptados.”
Producción: Diego Martínez y Adriana Meyer.
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