Jueves, 30 de octubre de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Diego Bonadeo
Independientemente de la relativa importancia que quien esto escribe les otorga a los entrenadores de fútbol –los que juegan son los jugadores–, la indiscutible condición de indiscutido –valga la redundancia– de Diego Maradona como el más grande para jugar a las dos cosas, a la pelota y al fútbol, queda un regusto amargo con las novedades respecto del cuerpo técnico de la Selección. Uno no puede menos que gratificarse con la convocatoria, hecha por el propio Maradona, a Fernando Signorini como preparador físico, por su impecable trayectoria, por su estrecha relación personal con Maradona y porque es seguro que no habrá prácticas castrenses para los futbolistas como arrastrar paracaídas, trepar médanos durante horas y demás, tan caras a quienes miden a los jugadores por centímetros y los justiprecian con valores de calistenia.
Pero lo que es grave es la designación de Carlos Bilardo, secretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires y propalador de consignas afortunadamente inentendibles desde emisoras de radio y televisión y que hasta no hace mucho insistía en su desinterés por el cuerpo técnico de la AFA y en su interés por reemplazar a Julio Grondona al mando de todo el fútbol argentino.
Una vez más ganó la conjura de los necios o, como bien hubiera graficado por estos años Arturo Jauretche, ganaron “los profetas del odio”. Ganó la prédica desembozadamente interesada de Fernando Niembro postulando a los dos. A Maradona y a Bilardo. Al mismo Bilardo corresponsable no solamente de haber propiciado la cesantía –afortunadamente no concretada– de los ya fallecidos compañeros Pedro Uzquiza y Carlos Juvenal, sino también de otras tropelías, debidamente denunciadas y prolijamente ocultadas por la corporación mediática del pensamiento único.
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