Domingo, 18 de septiembre de 2011 | Hoy
–¿Desde muy chico te fuiste dando cuenta de que ibas a ser alto?
–De chico no, porque yo fui de crecimiento tardío, digamos, y a los 16 yo todavía era muy chiquito.
–¿Hacías marcas a la pared, ansioso por crecer?
–Sí, hacía marcas en la cocina de mi casa y todavía están, se están borrando porque ya pasaron 20 años, pero están todavía. Están las de mis hermanos y abajo las mías, que iban subiendo. Yo le pedía a mi viejo, no te digo todos los días, pero sí dos veces por semana, que me midiera para ver si los alcanzaba. A los 13 o 14 años no estaba ni siquiera en la selección menores, porque ante cualquier choque me tiraban al diablo... era muy flaquito, muy chiquito. Tenía un sentimiento de frustración, si mis hermanos ya habían pasado a profesionales en esa época y yo me veía más chiquito, que me quedaba afuera de las selecciones, me sentía muy mal.
–¿Recordás esa adrenalina de darse cuenta de que estás más alto?
–Ya te digo, yo hasta los 15 o 16 años era de los más chiquitos de mi categoría y de 16 a 17 y de 17 a 18, en esos dos años, debo haber crecido 25 centímetros. Y te digo que había veces en que veía cómo en dos semanas subía la marquita. Era excitante, estaba como loco. También había empezado pesas a los 15 y tampoco, no veía un resultado. Y también era frustrante porque iba seis horas en la semana y nada... Y de golpe a los 17 empecé a crecer, parece que el resultado de las pesas empezaba a vislumbrarse, me empecé a sentir un poquito más ancho de hombros y empecé a volcarla... Y entonces, bueno, es como que a los 17 empezó a cambiar un poquito todo y ya con una pasión por el básquet que superaba la de cualquier chico. Era muy grande mi pasión y mis ganas por estar en una cancha o mirar básquet.
–Manu, de todas maneras genéticamente debe haber habido algo..., obviamente ahora, pero porque esperar a que uno crezca, por qué entonces ahora todos los chicos... sería como una consecuencia de yo espero, espero, espero y al final me tocará crecer... ¿Tu papá cuánto medía?
–1,84... Yo sabía que iba a pasar el metro ochenta o el metro ochenta y cinco, pero nunca pensé en 1,98 m, no tenía razones para suponerlo... Pero bueno, cuando empecé a crecer ya me sentía feliz, más desarrollado, y a los 18, cuando voy a jugar profesionalmente por primera vez medía 1,93 m. Seguí creciendo 4 o 5 cm más y sabía que tenía ya el físico de un jugador profesional para jugar a esto.
–Cuando me contabas lo de los anteojos para no ver picar la pelota, me hizo acordar que vos me mandaste un día, un video, no sé si te acordás, en donde pasaban la pelota y pasaba un gorila por ahí atrás... ¿Te acordás de ese video?
–Sí, impresionante... Que uno termina viendo lo que quiere ver y lo que espera ver. Pero si te dicen que hay 10 personas de blanco y tenés que contar los pases, uno está concentrado en eso y pasa un gorila bailando por el medio y uno no lo ve. En el básquet la idea es ésa, si uno está picando tiene que ver a los de blanco, tiene que ver al gorila, tiene que contar los pases y tiene que ver todo... Es un buen ejercicio y el básquet me parece que es genial para mantenerte alerta en todo lo que pasa, defensivamente y ofensivamente.
–Los escotomas son los puntos ciegos donde de repente hay más área por detrás de los 180 grados barriendo así por detrás, pero sin embargo hay algunos puntos que no se ven y otros que sí aunque estén más atrás. ¿A vos te lo midieron eso alguna vez?
–Todos los años hacemos un estudio visual en el equipo, donde te miden el tiempo de reacción. Te meten una maquinita en los ojos donde uno sólo ve una pantalla blanca y van pasando puntitos a veces rojos, a veces naranjas, a veces rosas casi imperceptibles y en distintos ángulos. Cada vez que vez un puntito tenés que pulsar. Por ahí pasan cinco segundos sin ningún puntito y uno empieza a soñar... Y bueno, ahí te miden tu velocidad de reacción y tu amplitud visual. No te dan la medición o un porcentaje, pero me dicen que en eso tengo un poquito de diferencia a favor en el tiempo de reacción.
–¿En la NBA pasan las cosas más rápido que en Europa, en Europa pasan más rápido que acá?
–Mirá, yo he pasado por todas las divisiones. Jugar en la Argentina era muy físico para mí, que era muy endeble físicamente y con 1,90 m pero me fui preparando y fui aprendiendo a jugar en este nivel y me preparé para lo que era Italia, que era aún más físico. No mucho más rápido ni más atlético, pero sí mucho más físico, más golpes, jugadores más grandes, más añosos digamos, y también te tenés que ir adaptando, te tenés que ir endureciendo y adaptando a un tipo de juego. Cuando pasás a la NBA es un cambio de 180 grados. El juego es mucho menos físico, hay menos roces, menos golpes... es más limpio.
–Se arbitra distinto...
–Se arbitra muy distinto, pero es una velocidad que te sobrepasa y los primeros días o los primeros meses estás siempre un poquitito atrás, porque no alcanzás a mantener ese tipo de ritmo, y un poquito que al principio te agitás y que son tan superiores, te sacan tanta ventaja que uno tiene que acostumbrarse o entender o buscar la forma de hacer algo que los demás no hacen, porque físicamente no tenés chance. Yo en Italia era muy superior a la media físicamente, en cuanto a salto, velocidad, altura. Cuando llegué a la NBA era inferior indefectiblemente. Entonces uno tiene que empezar a buscar su nicho, su forma de destacarse y mantenerse útil porque sabés que a los 26, 27 y 28 estás en tu pico físico y podés competir, ahora cuando estás en los 30, 31, 32 o 33, va a venir el pibito de 21 que te pasa por arriba. Así que tenés que empezar a usar esa veteranía, sagacidad o no sé qué para seguir destacándote.
–¿Y cómo era tu relación con lo que te estaba pasando? Porque vos venías de ser campeonísimo en Europa, en Italia, y llegabas a la NBA y te tocaba estar en un lugar relegado. Te lo bancabas, te frustraba, los mirabas y decías no me comprenden... ¿Cómo era?
–Lo que estás diciendo fue exactamente por un año entero.
–¿Un año entero?
–Sí, toda mi primera temporada, ya sobre el final de la primera temporada me empecé a sentir que pertenecía a ese mundo, pero los primeros meses esa discusión interna fue constante. Pensar que no estoy seguro de que esto sea lo mío a decir no me tienen confianza, no saben cómo juego, no me dan la pelota. Y otro día decir tengo que ser paciente, esto va a llegar, soy nuevo y tengo que pagar derecho de piso, me tengo que ganar mi lugar. Otro día decir sí, este es mi lugar, yo acá pertenezco... Cuando llegó febrero de esa primera temporada ya me empecé a sentir mejor físicamente, más respetado por mis compañeros y así como que fue cambiando todo, pero de entrada las dudas fueron una pila enorme.
–¿Lo encontraste a Jordan alguna vez?
–¡Sí! Mi historia con Jordan es penosa (risas). Es penosa deportivamente. Su último año fue mi primer año en la NBA, yo sabía que no iba a tener otra oportunidad de jugar contra él. El primer partido viene Washington contra San Antonio y yo lesionado, pero bueno, el hecho de tenerlo cerquita me tranquilizó, me gustó verlo.
–¿Lo saludaste?
–No, no. Yo estaba con saco, atrás y no daba. Segundo partido estoy volviendo de la lesión y digo, bueno, hoy juego, hoy lo defiendo también y probablemente me defienda... Trataré de hacerle algún doble. Y bueno, yo era muy nuevito, venía de una lesión, primer tiempo, faltaban 7 segundos para terminar, me lo acuerdo patente que faltaban siete, el técnico me dice Manu vamos y bueno me cambio, salgo corriendo, entro... La agarra alguien de ellos, la tiene y tira. Yo no estaba cerca de Jordan ni lo defendí ni nada. Y me decía, bueno falta el segundo tiempo todavía, ya llegará. Empieza el tercer cuarto... nada. Mitad del tercer cuarto... nada. Fin del tercer cuarto digo, me pondrá al final... termina el cuarto y nada. La desilusión que tenía. Era un nene que le habían roto la computadora, la ilusión y la pelota. Y contra Washington jugás dos veces en el año, Costa Oeste contra Este y así fue... No lo toqué, no me miró, nada... absolutamente nada.
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