Miércoles, 25 de enero de 2006 | Hoy
Entrevistado por Osvaldo Soriano
La Opinión, 11 de marzo de 1973
PREGUNTA: –Luego de más de dos años, usted regresa a América latina y visita Ecuador, Brasil, Perú, Chile y ahora la Argentina. Quisiera conocer sus impresiones sobre la situación política del continente.
CORTAZAR: –En esta gira he visto por primera vez países que no conocía, de manera que no tengo puntos de comparación. No conocía Ecuador, Brasil y Perú. En Chile asistí a las elecciones y a sus resultados. Incluso para alguien que viviendo en Europa se ha acostumbrado a las elecciones sin fraude, limpias, bien orquestadas y precisas, el espectáculo de Chile es absolutamente extraordinario. Es un pueblo que lleva en la sangre una especie de sentimiento de legalidad aunque sea en las formas, porque la campaña preelectoral era violenta por ambas partes. Se llegaba fácilmente a la injuria, pero en las elecciones la conducta de unos y otros es igualmente impecable. Yo asistí en la calle a las ceremonias que yo calificaría casi de ritual. Eso en cuanto al mecanismo de las elecciones en sí. En cuanto a los resultados, dejó sorprendidos a los dos bandos por razones muy especiales. La Unidad Popular se consideraba suficientemente consolidada si obtenía un 38 por ciento y ha sacado algo que está cerca del 44. La oposición esperaba hacer capote y se ha encontrado con que no. El que resumió mejor la situación fue Salvador Allende, cuando habló luego de las elecciones. Se mostró satisfecho de ser el primer gobierno de la historia de Chile que había resistido la erosión e incluso había aumentado su porcentaje. Ese argumento es incontestable.
PREGUNTA: –Estuvo quince días en el Perú. ¿Qué puntos de contacto y qué diferencias había entre uno y otro proceso?
CORTAZAR: –Usted me pregunta como si yo fuera un tipo entendido en materia política...
PREGUNTA: –Yo se lo pregunto como observador. Le permito, además, las concesiones poéticas que crea necesarias.
CORTAZAR: –Es que estoy obligado a esas concesiones poéticas. Estoy obligado porque mi visión es siempre, no diré una visión de escritor, porque eso no quiere decir nada, pero sí una visión de poeta, que ya quiere decir otra cosa. Entonces, sí. Un poco casi metafóricamente le puedo dar impresiones que son a veces más viscerales que racionales, más intuitivas que analíticas. Perú fue una buena experiencia para mí, sobre todo viniendo del Ecuador, país donde no solamente no pasa nada, sino que todo lo que pasa es malo. En el Perú estuve en Lima y en el interior. Hablé con funcionarios, con campesinos, con estudiantes, con estudiantes sobre todo. Son gente que, naturalmente, siempre dentro de un pensamiento un poco desordenado y casi siempre muy apasionado, tiene una gran lucidez. Le diría, en resumen, que lo que es interesante para mí en el proceso peruano es que hay una dinámica, uno siente que algo se mueve en ese país, cosa que no sucedía durante los regímenes anteriores. Al régimen lo pueden acusar de paternalista, y lo es en alguna medida, porque –como dicen ellos–, faltan todavía cuadros que establezcan contactos sobre todo en el problema del indio, que es vital allí. Pero uno siente que el Perú se está moviendo, que la opinión pública sigue con mucho apasionamiento lo que ocurre. Quiere decir que hay un cambio de esa actitud tan común en nuestros países latinoamericanos, donde la población es pasiva en general y se limita a echarle la culpa al gobierno y a esperar que éste haga cosas o no las haga. En Perú todo el mundo se siente un poco comprometido en la cosa y eso me parece un buen síntoma. Es decir, sería lo mismo que en Chile, con la diferencia que aquí hay un mecanismo más manifiesto. En el Perú la cosa es más larvada y prudente.
PREGUNTA: –Para terminar el racconto de su viaje, hábleme del Ecuador y del Brasil.
CORTAZAR: –Si quiere una impresión muy intuitiva pero al mismo tiempo muy visual del Brasil que yo he visto, podemos usar un poco de humor negro. Le puedo decir que para el viajero que pasa quince días en Brasil, es el país más perfecto. No sucede nada, todo está muy bien, hay un pueblo feliz con dos campeones mundiales que son Pelé y Fittipaldi, el Carnaval, que loestán preparando desde tres meses atrás, el samba es cada día más hermoso y se baila cada vez mejor y además es un país limpio; uno lo recorre de norte a sur y no hay un solo cartel político. De manera que uno se va del Brasil con una sensación de maravilla, porque por fin hay un país donde todo funciona perfectamente. Es un cadáver. Pero lo malo es que es un cadáver como los zombies, es decir, un cadáver que camina y anda buscando a alguien para estrangular.
PREGUNTA: –Ahora quiero que me hable de la Argentina. Como usted no ha estado aquí durante dos años sólo le voy a pedir que me diga qué espera hallar en la Argentina a la que ha llegado hace menos de veinticuatro horas. Permítame que le diga algo sobre esa llegada en tren a Mendoza, huyendo de los encuentros con periodistas o con gente que lo reconozca (lo he visto ponerse esos enormes anteojos negros con los que es imposible reconocerlo en la calle). Se me ocurre que su entrada al país tiene algo de furtivo.
CORTAZAR: –Está muy bien que me haga la pregunta. Todo lo que dice va en una dirección que yo acepto, salvo la palabra “furtiva”. La entrada no es furtiva. Justamente yo quise desde el comienzo evitar esa llegada espectacular, que hubiera sido inevitablemente espectacular como sucedió la otra vez, cuando llegué a Buenos Aires. Los periodistas me persiguieron en automóviles aunque yo les pedí en todos los tonos que me dejaran llegar a casa tranquilo y no hubo caso. Hasta medianoche, cuando salí, sacaron fotos con flashes. Por razones personales tengo horror a eso. Pero por razones que tocan a la Argentina, a mis amigos y a mis conciudadanos, también esa especie de arribo entre flashes no sólo me parece una cosa negativa sino también frívola y estúpida. Mi deseo, que sólo podré cumplir en parte, se cumplió ayer. Tomé el tren solo, sin avisar más que a un par de amigos, y llegué como cualquier hijo de vecino a una provincia que quiero, en la que he vivido y que deseo volver a mirar un poco, y luego ir a Buenos Aires sin que nadie me vea llegar. Le voy a decir que la Argentina –ahora entro en un juego de ironía y de humor– se especializa en los regresos. Tenemos una experiencia en eso. Los regresos vienen a veces en forma de cenizas y a veces también en personas de carne y hueso. Yo no quiero ser asimilado a ese tipo de regreso histórico. Primero, porque no tengo motivo para considerarme merecedor de ello, en absoluto. En segundo lugar, porque creo que eso abre un capítulo de malentendidos y de errores posibles.
A mí me gustaría poder dialogar como estoy dialogando con usted, y eso no es posible cuando hay un aparato de tipo publicitario que me persigue, me sitúa ante las cámaras. Entonces uno se siente en una especie de estrado con relación a los demás.
PREGUNTA: –Usted llega a la Argentina en un momento particularmente importante. El domingo habrá elecciones luego de muchos años de gobierno militar. ¿Cómo espera hallar a la Argentina con respecto a su viaje anterior? ¿Cómo ve estas elecciones?
CORTAZAR: –Cuando yo me fui de París, hace un mes y medio, el panorama era de una gran confusión. En este momento ya las cosas son más claras en el sentido de que estamos a dos días de la elección y no parece haber razones que la impidan, de manera que los juegos están jugados, están los partidos y los candidatos. Queda el enigma de saber si la elección se va a cumplir en forma normal; de eso usted sabe más que yo, porque vive en el país. Creo que no se puede negar que el hecho de que haya elecciones en la Argentina es un factor positivo después de tanto tiempo. Eso es ya una especie de batalla ganada. Es una extraña batalla, porque no sabemos en realidad cuál va a ser el verdadero vencedor –no me refiero al vencedor electoral–, ahí empieza de nuevo la confusión, para mí por lo menos, y los factores imponderables. Yo tendría que estar mejor enterado del equilibrio y desequilibrio de fuerzas, de las tensiones internas, que sólo conozco en sus manifestaciones exteriores y espectaculares. De una manera pragmática me alegra que haya elecciones, que este proceso confuso al quese pensó que no se llegaría es la culminación de una presión popular que ha obligado a que se lleven a cabo. Lo que va a suceder después... Tengo la impresión de que el Frente Justicialista, más que la expresión de un pensamiento nacional, es la expresión de una pasión nacional y de una necesidad nacional. Es decir, una especie de movimiento que puede ser informe en muchos planos, al que no se puede dar una definición precisa, pero que es un movimiento. Me niego a hablar de pensamiento porque me parece que ésa es la falla más profunda, le falta una ideología definida; hay una terminología muy vistosa, pero es una terminología análoga a la que tuvimos en el año ‘46, no ha cambiado gran cosa. Entonces, lo que cuenta para mí es el movimiento e impulso que traduce el Frente Justicialista, pero en cuanto a la cohesión y perspectivas, digamos, ya de la acción pragmática, ahí reservo mi opinión porque no conozco lo que pasa en el interior del movimiento en su conjunto y me resulta difícil comprender a un movimiento al que le falta una ideología definida. Se corre el grave peligro de que pueda tomar un camino que no sea el que visceralmente está buscando.
PREGUNTA: –Hay una contradicción: usted dijo antes que le faltaba información sobre la Argentina. Entonces ¿cómo orienta al lector europeo?
CORTAZAR: –Quizá le sorprenda, aunque sé que no. En París tenemos, privadamente por supuesto, un sistema de información de problemas latinoamericanos a veces superior al que tienen ustedes aquí. Por mi parte, porque estoy cerca de muchos exiliados que mantienen un contacto por razones de lucha con la realidad de sus países. Entonces, eso nos permite a nosotros, de manera abierta o discreta, estar enterados de cosas que en el contexto de cada país a veces no se sabe. A mí me ha sucedido pedirle noticias, ansiosamente, a un argentino que había llegado esa noche sobre lo que estaba pasando aquí, y encontrarme con que las explicaciones que me daba tenían menos información que la que nosotros habíamos podido reunir por nuestros canales estratégicos. De manera que esa cabeza de puente funciona como si fuera un teléfono directo. Dicho sea de paso, yo no quisiera que ningún latinoamericano me tomara por lo que no soy. Mi militancia en una línea ideológica, lo que yo llamo “la vía del socialismo”, tiende a que la gente crea que tengo una acción política directa, es decir, que estoy perfectamente enterado no sólo de lo que pasa en el plano político sino que además estoy interviniendo; eso es absolutamente imaginario. Mi situación es muy curiosa. Yo he sido y sigo siendo un escritor que en los últimos diez años asumió una responsabilidad de tipo ideológico –insisto en la palabra– frente al panorama latinoamericano, cosa que empezó con mis primeros viajes a Cuba. Esa responsabilidad la he ejercido sobre todo en defensa de principios, pero no en procesos de tipo electoral o de luchas partidarias. Entonces, la explicación que usted me dio antes de iniciar el reportaje, sobre lo que está pasando en la Argentina, no la conozco en París, no porque no pueda sino porque hay otras cosas que me interesan más.
PREGUNTA: –El libro de Manuel es uno de los motivos por los que está usted en la Argentina. ¿Qué puede anticipar de él?
CORTAZAR: –Sí, ése es uno de los motivos. El otro es que soy jurado del premio América latina de novela. Voy a hablarle del libro. Por primera vez en todo lo que llevo escrito, el libro intenta una convergencia de dos planos que yo había mantenido paralelos, separados: por un lado la literatura, y por otro lado lo que llaman el “compromiso ideológico”, en forma de artículos, firma de manifiestos, polémicas, etcétera. Aquí hay una tentativa de hacer coincidir las dos cosas en un solo plano. Y entonces me parece que un libro como éste exige la presencia del autor. Es el primer libro mío que –escrito en París– no puedo dejar que se publique sin moverme de donde estoy.
Me temo que el libro será bastante mal recibido en sectores de la derecha como en sectores de la izquierda por razones muy diferentes. Cuando digo izquierda y derecha, en materia de literatura, ya la cosa no se entiende muy bien: digamos que será mal recibido en los círculos liberales que se complacen en la buena literatura, quiero decir, entre comillas, en la literatura pura. Será mal recibido porque lamentarán que un autor que según ellos les dio muchas satisfacciones, escriba ahora un libro de abierta denuncia, de una serie de procesos latinoamericanos que el lector irá encontrando mientras lo lea. Por su parte, habrá mucha gente de izquierda que encontrará que el libro es frívolo, trata de problemas que son muy serios de una manera que ellos van a estimar frívola, que no se deberían tratar así. Yo lo he previsto y sé que ése es el precio de mi trabajo. No me importa. Yo sé que ese libro tendrá sus lectores. Tendrá lectores –hablo concretamente de la izquierda– que comprenderán que también por mi camino, un camino de lo fantástico, del humor, de la ironía, de la distorsión de la verosimilitud, se puede hacer pasar la verdad.
PREGUNTA: –En la Argentina –y en América latina toda– se debaten los caminos a través de los cuales la literatura puede ser una forma de denuncia. Me pregunto si la mera exposición de hechos es una forma de denuncia. Si es válido el folletín; si la incorporación de la ciencia –concretamente el estructuralismo– son pasos hacia la literatura revolucionaria. En América latina, hoy, ¿sólo es posible la literatura que abarque una temática revolucionaria o de denuncia?
CORTAZAR: –Empecemos por el final, porque su pregunta es algo más que eso; contiene además una exposición de temas. Me llamó la atención esto de si toda la literatura debe ser de denuncia. No, no lo creo en absoluto. En primer lugar hay que tener en cuenta un factor que se olvida y es la existencia de ese señor que se llama escritor. Un escritor, por diversas razones, puede ser llevado a una literatura de denuncia y la puede hacer de una manera admirable, puesto que su vocación y su técnica miran en esa dirección. En ese sentido es perfectamente válido, pero lo que yo no aceptaré jamás, y es siempre uno de los puntos de fricción con mis compañeros de Cuba y fuera de Cuba, es la tendencia a que toda la literatura, un poco decidida por instancias que no son literarias, deba ser una literatura de denuncia. No, yo creo que la literatura, como cualquier actividad humana, se va a seguir dando en los planos más diversos, e incluso en los sectores más militantes y en plena lucha. Usted sabe de sobra que la literatura es uno de los consuelos de la vida y un motivo de alegría. Yo siempre repito –y lo puse como epígrafe en el cuento “Reunión”– que en uno de los momentos más críticos de su vida, cuando se estaba jugando, el Che no se acordó de un texto de Lenin, se acordó de un cuento de Jack London. Esa es una de las partes de su pregunta. En este momento es evidente que en América latina no sólo es muy importante sino también muy útil escribir libros como los de Rodolfo Walsh, de cuya eficacia tengo pruebas muy concretas. Esto no es novela, sería una especie de reportaje imaginario de la realidad.
PREGUNTA: –¿Imaginario?
CORTAZAR: –No, claro que no. Lo que es imaginario es la idea de estar haciendo el reportaje. Por ejemplo: alguien ha muerto y sin embargo en las obras de Rodolfo Walsh, a esa persona que todavía está viva en la acción se la siente pensar, se conocen sus sentimientos. Eso ha sido recogido a través de testimonios de personas, pero no de él mismo; en ese sentido es imaginario el reportaje. Como digo, yo creo en el valor y la eficacia de esa literatura de testimonio, incluso en el caso de un best-seller como A sangre fría, de Truman Capote. Pero yo pienso que interesa mucho más un libro como Los hijos de Sánchez, de Lewis, y en nuestro plano los libros de Rodolfo Walsh, o de Osvaldo Bayer, todos ellos con matices muy diversos, porque Los hijos de Sánchez es una cosa más sociológica. Pero curiosamente, por primera vez, todos esos libros son asimilados a la literatura en alguna medida. La gente los lee con criterio de literatura, prácticamente como si estuviera leyendo novelas, sin que lo sean. Por eso creo que esa es un arma ideológica formidable en América latina. Sigo creyendo también –y ahora me refiero a mí, que soy incapaz de escribir este tipo de libros, al menos hasta hoy– que también puede haber una cierta eficacia en la novela testimonial, en donde incluso el testimonio esté novelado, es decir, que todo lo que se cuenta en la novela es falso, pero son esas falsedades que son una paráfrasis de la verdad histórica. Es exactamente el caso de El libro de Manuel. Ni una sola cosa de lo que se cuenta allí sucedió en la realidad, y sin embargo está sucediendo todos los días, porque es la historia de un secuestro. Y ya sabemos bien cómo sucede eso y con cuánta frecuencia. Ahora, el secuestro es el eje de la acción del libro, pero no solamente es absurdo sino totalmente irrealizable, a propósito; yo lo hice deliberadamente porque qué sé yo de secuestros, nunca he sido secuestrador ni secuestrado, ignoro todo de esa técnica. En cambio creo tener suficiente capacidad imaginativa y de invención para organizar un secuestro a mi manera, en el plano de la escritura, y creo que basta a los efectos de la correlación con la realidad histórica. Por eso le digo que paralelamente a la literatura de testimonio directo, en que se trata de hechos concretos, puede haber también una literatura de ficción que en última instancia sea tan concreta como la otra.
PREGUNTA: –Falta su opinión –aunque parece obvia– sobre si también es válida una literatura, en este continente, en la que ni siquiera la ficción se acerque a la denuncia.
CORTAZAR: –Sigo creyendo que es válida, siempre que sea buena literatura, por supuesto; creo que es válida porque a nadie se le puede obligar a que escriba lo que su temperamento no lo lleva a escribir. Puede suceder que haya un hombre que nació para escribir sonetos de amor y que escriba los más maravillosos sonetos de amor de la lengua castellana, y no veo por qué no lo va a hacer si es capaz de escribirlos.
PREGUNTA: –Usted dice que no se puede conseguir todo. Creo que usted ha conseguido muchas cosas en el aspecto personal. ¿Volverá ahora definitivamente a la Argentina?
CORTAZAR: –Actualmente no lo creo. Estaré dos meses acá cumpliendo las tareas de las que ya hablé. Tengo obligaciones de tipo personal y de trabajo para volver a Francia a comienzos de mayo. Lo que pueda suceder después, no lo sé. Digamos que es obra abierta. Yo me siento muy bien en la Argentina cada vez que regreso a ella, pero al mismo tiempo también me siento bien en Francia. No le oculto que me molesta el trasfondo del concepto “regreso definitivo”. No entiendo por qué tengo que hacerlo. Tengo la impresión de que el hombre que soy y el tipo de cosa que yo hago puede seguirse cumpliendo con alguna eficacia sin una limitación geográfica. Más de diez libros, que me parecen a mí bastante argentinos, han sido escritos fuera de la Argentina. ¿No es ésa la prueba de que siempre estuve aquí? ¿Un tipo que vive en el extranjero puede escribir diez libros que los lectores argentinos han aceptado, reconocido y criticado como suyos? Incluso, rechazado como se rechaza lo propio. ¿Le parece que he estado ausente en la Argentina? Los críticos dicen que en mi literatura hay una tendencia a personajes dobles. A lo mejor yo soy doble. Vivo en Francia, pero hay una presencia mía que está invariablemente en la Argentina. Quisiera saber en qué medida mi presencia física como escritor agrega algo a la presencia de mis libros. Acepto la discusión. Acepto que se me diga que además podría hacer otra cosa. Pero también hago otras cosas en Europa.
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