Miércoles, 25 de enero de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL PESO DEL SECTOR PROEXPORTADOR
Por Claudio Scaletta
Las viejas ideas siguen campeando entre la dirigencia ruralista y buena parte de la cadena cárnica. Los acuerdos de precios, sostiene el grueso de su dirigencia, son contrarios a las leyes del “mercado”, entendido siempre como una entidad intangible ajena al poder económico. Los actuales valores de la carne, agregan, son consecuencia directa del devenir de la oferta y la demanda. El razonamiento se completa con la descripción de la puja entre exportaciones y consumo interno. En un contexto de mejora de la economía, la competencia de los precios externos con los internos bastaría para explicar la lógica de los aumentos.
Los datos brindados por el Indec aportan algunas pistas para comprender el problema. Durante 2005 las exportaciones cárnicas fueron el rubro que más creció: el 34 por ciento en valor debido a la suba del 30 por ciento en cantidades y de sólo el 3 por ciento en los precios recibidos. La faena total, en tanto, se mantuvo prácticamente sin variaciones. En otras palabras, alguien consumió menos carne. Lo vendido al exterior se sustrajo directamente del consumo de la población. Esta menor oferta interna se manifestó también en el significativo aumento de precios locales del 21,3 por ciento anual según el Indice de Precios al Consumidor (IPC). Aunque la recuperación económica permitió que buena parte de la población demande más carne, los aumentos de precios evitaron que esta mayor demanda se transforme en mayor consumo efectivo.
Una primera conclusión es que el tipo de cambio pro exportador es positivo para el conjunto de la economía cuando los bienes exportados no compitan con el consumo interno, como es el caso de la soja. Las contradicciones surgen recién cuando los exportados son los bienes que también se consumen internamente, como por ejemplo las carnes y los lácteos. En este contexto, una política que pretende ser redistributiva en materia de ingresos entra en colisión con el sesgo proexportador. Mientras la economía salía del pozo recesivo, esto no era un problema. Cuando la recuperación se transformó en crecimiento, sí.
Para combatir esta situación, el Gobierno intentó profundizar el desdoblamiento del tipo de cambio vía retenciones. Si bien las carnes tuvieron desde la salida de la convertibilidad una retención del 5 por ciento, la quita resultaba compensada con reintegros por una alícuota similar. La conducción económica se tomó demasiado tiempo para reaccionar. La decisión de subir el tributo a las exportaciones en 10 puntos y de eliminar los reintegros se tomó recién en el anteúltimo mes de 2005. La rentabilidad, que a pesar de las medidas siguieron obteniendo los privados en el mercado externo, fue la razón para que los precios internos continúen aumentando de todas maneras.
Es casi una verdad de Perogrullo decir que el aumento de la oferta eliminaría el problema. De hecho, desde la cartera de Agricultura se tomaron algunas decisiones en este sentido, por ejemplo, mediante la suba del peso mínimo de faena. Los problemas de especulación en el mercado, como los denunciados sobre el Mercado de Liniers S.A. en Defensa de la Competencia, son apenas un fenómeno marginal en el proceso total. Cualquiera sea el caso, la propia base biológica de la producción cárnica presupone que el aumento real de la oferta sólo será posible en el largo plazo. En el corto y mediano, el Gobierno enfrenta un dilema de hierro que presupone una decisión política. O privilegia el consumo interno profundizando la diferenciación cambiaria, o deja que las “fuerzas del mercado” sigan su curso.
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