ESPECTáCULOS
Un paseo por las vanguardias de la danza, en el frío de Lausana
La “Plataforma de danza suiza 2002” deslumbra con las puestas de Philippe Saire, Gilles Jobin y Pablo Ventura, quienes no dudan en incorporar la tecnología al puro movimiento físico.
Por Silvina Szperling
¿Qué tienen en común un quenista latinoamericano que toca en una estación de tren, un quinteto de casi adolescentes cantando en italiano mientras bailan y se trasvisten, una bailarina de butoh que ejerce su movimiento sin fin acompañada por el sonido que dispara un ingeniero-músico desde una computadora y una asamblea de presidentes de asociaciones de danza discutiendo en francés, alemán e italiano? Sólo la Plataforma de danza suiza 2002, que desde el 16 al 20 de enero se desarrolla en Lausana, que se erige en un complejo y cálido abanico abierto a la apreciación mundial. En esta ocasión, fue seleccionada una decena de compañías de danza con sus producciones más recientes, para ser presentada ante los programadores de países de Europa, Asia, Africa y, como representantes de Latinoamérica, la gente del SESC de Sao Pablo, Brasil, y la argentina Susana Tambutti, directora artística del Festival Buenos Aires Danza Contemporánea.
Entre las presencias más destacadas se impone citar a la compañía de Philippe Saire, quien es además uno de los organizadores del evento, junto con el teatro L’Arsenic y la Agencia Suiza para la Cultura Pro Helvetia. Saire dirige un teatro, el Sevelin 36, que forma parte de un complejo cultural ubicado a la vera de una estación de tren, en terrenos fiscales de Lausana, en edificios que antiguamente eran utilizados para el entrenamiento de aprendices de la industria. Copando estos extraños edificios y transformando antiguos galpones en teatros independientes, dotándolos de la tecnología adecuada a las necesidades expresivas de hoy, Saire y su colega de L’Arsenic, Thierry Spicher, imprimieron a la escena de danza de Lausana un ritmo creciente.
La obra que presenta ahora Philippe Saire, Les afluents (“Los afluentes”), se ubica en el terreno de la danza teatro, en el cual se mueve con sus ocho bailarines (seis franceses, un español y una coreana) que, con un gran dominio corporal, van hilvanando situaciones en donde la dominación del otro, el narcisismo y la necesidad de aceptación son los temas centrales. De una contundencia expresiva y técnica notable, el grupo de intérpretes se completa con el cellista Pascal Desarzens quien, con la ayuda de un sequencer, va generando la música en base a loops superpuestos que acompañan o se contraponen a las acciones escénicas. Estas recorren el espectro que va de la ironía a la angustia, sirviéndose de zapatos, varillas de madera y pistolas de plástico. El momento cumbre del show es un dúo de mujer y varón que va subiendo su temperatura hasta que cada uno sostiene al otro con la mano propia en los genitales ajenos. Algo para entibiar la noche alpina.
En un extremo opuesto, si se quiere, altamente conceptual y de cero concesión al espectador ansioso de entretenimiento, Gilles Jobin presentó The moebius strip (“La cinta de Moebius”), una producción con apoyo suizo, alemán, español e inglés, en el cual Jobin hace gala de un estricto minimalismo. Cinco intérpretes entran a un espacio demarcado en cuadrados. Toda su danza se basará en el estudio de esa cuadrícula, utilizando solo movimientos y posiciones naturales: acostarse, sentarse, caminar, desplazarse en cuatro patas. Usando además recursos simples, como la propia ropa y papeles blancos, Jobin logra llevar al espectador a un tiempo súper lento y al nivel del piso, donde sucede el estudio espacial. Esta “horizontalización” de la percepción baja la sensación de todo el público, como la borra del té verde que el público toma en los breves intervalos en los bares de los teatros entre obra y obra.
Otros trabajos interesantes incluyen al de Yann Marussich, quien anula literalmente el movimiento de su propio cuerpo, para delegar la tarea en una cámara de video que en un robótico movimiento recorre cada partícula de su piel, incluyendo un líquido azul que su boca deja caer. Bleu provisoire (“Azul provisorio”) se erige en un ejemplo de multimedia dereal integración cuerpo/imagen. En una línea similar aunque más espectacular, el español devenido suizo Pablo Ventura mostró en forma de conferencia cómo trabaja con el programa Life forms, que le permite generar el movimiento exclusivamente desde una computadora, con elementos aleatorios. Luego los bailarines deberán aprender los movimientos que la máquina ha ordenado. A su vez, los movimientos interpretados en vivo disparan imágenes de video que se proyectan en pantallas colgantes. Ventura va más lejos aún e integra un par de robots en escena. La coreografía que esos robots desarrollan, en cambio, tuvo que ser diseñada paso a paso por Ventura, ya que la combinación de movimiento aleatorio e intérprete automático no satisfizo las aspiraciones artísticas del autor.
Así las cosas, los suizos se quejan de no tener suficientes subsidios para la danza contemporánea. Tal vez en relación a otros países europeos como Alemania o Francia, los grupos de danza independientes suizos sean pobres. Ante la mirada sudamericana, en cambio, la abundancia de estas tierras impacta notablemente.