ESPECTáCULOS › DE COMO EL FENOMENO DE REALITIES POP PIERDE FUERZA AFUERA DE LA TELEVISION

Héroes de un mundo muy diferente al real

Las debilidades de “Vivir intentando”, la película de Bandana, son sólo una muestra. También los shows de los concursantes de “Operación triunfo” dejan al público con una sensación ambigua, como si la magia del suspenso televisivo perdiera algo de efecto. ¿Hay vida fuera de la pantalla chica?

 Por Julián Gorodischer

El cine, el teatro, el Luna Park se llenan de regalitos que envía la televisión: decenas de cantantes agrupados en bandas de dos, de cuatro, de cinco, y solistas para todo gusto (folklóricos y rockeritos), con algo de condición culposa, aprovechan la repercusión para cambiar de formato. Seis solistas de “Operación triunfo” tuvieron ya su debut en el Luna Park en un recital colectivo a beneficio –que organizó FM Hit– y se preparan para la seguidilla que vendrá a partir del primer fin de semana de julio. “Escalera a la fama” no se queda atrás, y hará debutar a fin de junio en el Gran Rex al dúo Gamberro, el cuarteto Madryn y los solistas Luli y Pablo. ¿Tele? ¿Qué tele? “Esto es cine, esto es música”, diría el productor de Vivir intentando, la película de Bandana, o el organizador del recital de “Operación...”, esforzados en separar los tantos y borrar toda huella de origen.
En la película, el grupo telepop se convierte en una banda de garaje que consigue la notoriedad por autogestión. Vivir intentando (que se estrena el 26 de junio, pero ya tuvo un fin de semana de fogueo, ver aparte) es un lavado de imagen a medida del despegue de las Bandana de banda de reality a “pop autenticado”. Su historia apócrifa dice que todas deberán pasar por un pequeño calvario para juntarse en la banda De la Cabeza que, sobre el final, y por error de un presentador, pasará a ser Bandana. Como en la vida real, la pobre es Lissa y la rica es Valeria, pero en este mundo paralelo la TV no ha dejado huella en el campo discográfico y ellas apelan al mito del descubrimiento a la antigua: un productor estaba justo ahí para apreciar el talento de las cinco. Recién entonces quedan justificados el enfrentamiento con el padre, la pobreza y la resignación del viaje de estudios. No hay en Vivir intentando nada que pruebe el origen televisivo del grupo, ni la existencia de algo parecido a un programa que se llame “Popstars”.
Vivir intentando debió haber sido un documental, ni más ni menos que el traspaso del programa al formato larga duración para mantener la intriga y el clímax que marcaron a las Bandana. Si “Popstars” fue la llegada de una experiencia novedosa (un casting que se corrió de los bastidores), la película es la condensación de todos los lugares comunes sobre el género “Nace una estrella”. Lissa, Lourdes e Ivone pasan de mendigo a millonario; Virginia y Valeria, de niñas ricas incomprendidas a “aceptadas por sus padres”. La rica se enfrenta al prejuicio adulto y la pobre entiende que con esfuerzo se llega. Y el azar, esa figura recurrente en todo guión torpe, siempre interviene a favor. Aquí, la casualidad es central: se cruzan porque sí la promotora de supermercado, la tatuadora y la bailarina de zona norte para concluir que “el día es hoy” y que bastaba con proponérselo para cambiar de vida.
El azar, en cambio, no fue el motor narrativo en el programa, que instaló nuevas ideas sobre el poder y el dinero en el país devastado: queda un solo nicho de prosperidad, y ése es la tele, aglutinador de los restos de industria del espectáculo (los discos y el programa) y lanzador de estrellas gracias a una iluminación: la de la vida privada. Para aproximarse a esa consigna, Vivir intentando toma los nombres de pila reales de las protagonistas y algo de sus historias personales verídicas pero al servicio de una trama convencional. ¿Había algo más potente que la historia personal de Lissa: de la villa a su conversión en estrella pop? ¿O de Valeria, de heredera de los Legrand-Gastaldi a una de las Bandana? La fusión de clases y orígenes sociales fue, en “Popstars”, un derivado de la convocatoria masiva, pero en Vivir... es el legado de una historia inverosímil. Aquí resulta increíble lo que la trama del programa volvió natural. Aquí, el primer recital de De la Cabeza no concentra ni un mínimo de la emoción de la llegada al Gran Rex de las Bandana.
En sintonía con los problemas de Vivir intentando, los primeros recitales de los “Operación triunfo” borraron toda marca de emotividad. Ahora queda claro: la exclusión y la nominación son los grandes acreedores de una gala, ese “momento especial” que hizo llorar al propio conductor (Marley) y sumó los mayores índices de audiencia de un canal (Telefé). En “Operación...” o en “Escalera...”, las voces levemente desafinadas y los movimientos torpes (muy torpes en el caso de Claudio, o Pinocho, el ganador) se legitimaron con el premio al esfuerzo y quedaron rezagados detrás del deseo de conocer el resultado de la competencia.
El as de “Operación Triunfo”, queda claro, será la gira por las provincias, allí donde Claudio (de Cipolletti) o Fernando (de Resistencia) convencieron al pueblo de que los lugareños estaban haciendo historia o al menos historia televisiva. Pero en el inmenso escenario del Luna Park, el resultado no complace a los miles de fans, como si de fondo sobrevolara la certeza de que “está fallando algo”. Cuando ya no quedan la intriga ni la develación de un ranking, el cantante pequeñito entona su balada como si fuera un karaoke sofisticado. La exhibición en un escenario grande no es lo mismo que el concurso, y el reality pop se convierte en un evento muy parecido a la muestra escolar.

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A Claudio, el ganador de “Operación triunfo”, el escenario del Luna Park le resultó inmenso.
 
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