ESPECTáCULOS
“Discépolo siempre entendió lo que le estaba pasando a la gente común”
Betty Gambartes y Bernardo Carey, autores de “Discepolín y yo”, un musical que se estrena hoy en el Presidente Alvear, cuentan que intentan rescatar los costados luminosos de una figura considerada a menudo sinónimo del desencanto.
Por Hilda Cabrera
La elección del título descubre el propósito de los creadores de Discepolín y yo, el musical que se estrena hoy a las 21 en el Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1659. Se trata de hallar y producir nuevas “afinidades” en torno de Enrique Santos Discépolo (1901-1951), poeta del tango, guionista, autor teatral, director y actor. “Provocar en el público la necesidad de un encuentro partiendo de lo que cada uno percibe de Discépolo”, señalan los autores, el dramaturgo Bernardo Carey (creador, entre otras, de El hombre de yelo, Mate amargo y Homero) y la música Betty Gambartes, también directora, con amplia trayectoria en el musical, como lo prueban Arráncame la vida, Sin compasión, Kabarett criollo y su ópera-tango Orestes, en colaboración con el compositor Diego Vila. Esta obra, estrenada en marzo de 2002 en el World Music Theatre Festival de Holanda, se podrá ver en septiembre en el Avenida.
En Discepolín..., no todo es música, puesto que la obra incluye apuntes sobre dos mujeres de influencia en el poeta: Raquel de León y Tania, “una española que venía del mundo de la copla”, como puntualizan Carey y Gambartes a Página/12. “Antes de llegar aquí, Tania había hecho giras por Marruecos y Brasil”, añaden. Esas y otras circunstancias les permiten recurrir a la copla y el bolero, “por la relación de Raquel de León con Agustín Lara”.
–¿De dónde surge el deseo de reencontrarse con el arte de Discépolo?
B. G.: –Sobre todo, ver en Discépolo a un contemporáneo. Su obra se nos aparece en forma de preguntas. Los argentinos podemos indagarnos a través de sus temas, y es importante saber en quiénes y cómo resuenan éstos. También porque introduce el grotesco en el tango. Al tiempo que escribe “soy un arlequín que salta y baila para ocultar su corazón lleno de pena”, advierte que ese dolor tan profundo de verse como un arlequín triste puede hacer reír. Con esa imagen retrata nuestro grotesco.
B. C.: –Como su hermano Armando en el teatro, en quien influyó mucho. Enrique escribió desde muy joven: a los 17 años hizo su primera obra de teatro (Los duendes), y cinco antes de su trabajo en colaboración con Armando en El organito, de 1925. Entre ésas, El hombre solo (de 1921) es un anticipo de Muñeca, la pieza que estrenó Armando, sólo con su firma, en 1924. O sea que es también un contemporáneo por la totalidad de las disciplinas que abarca. Compuso tangos, escribió teatro, hizo adaptaciones, dirigió películas y actuó. Debutó en Mateo, de Daniel Tinayre, en 1937. Además fue productor, como Homero Manzi.
–Un poeta que se acercó de un modo especial a Discépolo a través de los versos de su tango “Discepolín”, escrito poco antes de morir...
B. C.: –Manzi estaba muy enfermo cuando le dictó la letra por teléfono a Aníbal Troilo. Cuando yo escribí Homero (en 1998), me insinuaron hacer alusión a ese momento, pero no me atreví.
B. G.: –Discépolo era un artista con enorme necesidad de dar y de ser aceptado. Entendía lo que era padecer orfandad, sentirse pavorosamente solo en medio de una multitud. La imagen que transmite en algunos de sus tangos es muy dolorosa. Esa imposibilidad de sentirse en el mundo a pesar de estar en él es de un gran patetismo. Pero él no era un hombre patético.
B. C.: –Al contrario, era luminoso. Un hombre que se largaba a la acción y a las discusiones, y así creaba, mezclando la risa y el llanto.
B. G.: –Tania decía que no era un hombre triste, y tanto ella como su otra mujer, Raquel, agradecieron siempre la ternura que él sintió por ellas. Nosotros tomamos esas expresiones, porque también queremos que el espectáculo despierte ternura.
–¿Por qué creen que se asocia a Discépolo con la amargura?
B. G.: –Algunos confunden sus letras con su personalidad y se lo coloca como asumiendo ese sentimiento. Cuando escribe “nací a las penas... bebí mis años y me entregué sin luchar” (“Cafetín de Buenos Aires”), denuncia una situación. No significa que él adhiera a esa realidad. Su tristeza nace de comprobar que dio todo por conservar una ilusión y consiguió muy poco. Pero no por haber dejado de luchar. Se comprometió siempre, y hasta hacía chistes sobre sus compromisos. A un escéptico no le preocupa si se lucha o no. Sus expresiones se parecen a las de un clown que esconde lo que le duele, pero como respuesta a una sociedad que margina, que convierte la vida en un cambalache e incita a la gente a eso de “cachá el bufoso y chau”.
–¿Y a qué apuestan ustedes con este trabajo?
B. G.: –A que el público se sienta esperanzado y quiera vivir en una sociedad donde haya más justicia.
B. C.: –Discépolo siempre entendió lo que le estaba pasando a la gente común. Su mensaje es sólo en apariencia desesperanzado.
B. G.: –Sus letras enuncian la hipocresía, la maldad, la injusticia y la falta de amor, que subsisten. Queremos hacer un camino en su compañía, un camino poético y esperanzado. Por eso partimos de la música y convocamos a actores-cantantes, como Lidia Catalano y Claribel Medina. También actúan Diego Peretti (Discepolín), Roberto Carnaghi, Rodolfo Valss, Claudio Martínez Bel y Chino Laborda. Cuidamos los climas, y la música es interpretada en vivo.