ESPECTáCULOS › ROBIN WILLIAMS BRILLA “DESDE EL ACTOR’S STUDIO”
La vida del demente legalizado
En el ciclo de entrevistas originadas en la famosa escuela, el actor explica por qué cree que ganar un Oscar da poco prestigio.
Por Emanuel Respighi
La verborragia y el histrionismo de Robin Williams pueden superar todas las convenciones, incluso las del horario. La entrevista incluida en el ciclo “Desde el Actor’s Studio”, conducido por James Lipton y emitido por la señal Film&Arts, dio lugar, por eso, a dos programas, cuando se había planeado, convencionalmente, sólo uno. La primera parte de la larga entrevista se estrenó el martes pasado –repite este domingo a las 18– y la segunda podrá verse el próximo martes 24 a las 22. En el programa, el protagonista de La sociedad de los poetas muertos, Despertares, Pescador de ilusiones e Insomnia, entre otros films, responde ante cada pregunta con una improvisación, una broma o una parodia. En estas dos horas se lo puede ver dando vida a toda clase de personajes, que van desde un evangelista hasta un borracho, pasando por un drogadicto, un rabino gay, un ginecólogo o un bailarín de danzas clásicas.
Ese histrionismo exacerbado es lo que Williams denomina “demencia legalizada”, idea a la que también adhieren los actores Mike Myers y Billy Cristal. “Es la idea que tenemos muchos de hacer las cosas que otras personas normalmente no harían por vergüenza o miedo al ridículo. Allí donde la gente dice ‘oh, no, de ninguna manera’, nosotros decimos sin problemas ‘ahá... sí, sí’”, explica. El tono humorístico de la entrevista retrotrae al actor a sus orígenes, cuando mucho antes de entrar a la industria cinematográfica se ganaba la vida con unipersonales de humor en bares de poca monta. “Hacía cosas muy bizarras, pero divertidas”, recuerda Williams. “Hacer unipersonales es un ejercicio crudo, uno tiene libertad de formas. El escenario under hace que uno se saque de encima lo fingido. Te libera, te hace perder el miedo y te hace más resistente. No hay nada mejor que actuar frente a un salón lleno de borrachos para sobrellevar el éxito posterior”, reconoce.
La capacidad de Williams de hacer reír es casi innata, al punto que cuando se graduó en la secundaria fue nombrado el alumno de mejor humor del colegio. Pero también el de menor chance de triunfar. Con esa carga, entró a la Universidad a estudiar ciencias políticas, pero luego se volcó de lleno al teatro en la prestigiosa Academia Juilliard de Nueva York. “Pero nos daban –cuenta– un entrenamiento muy clásico. Nos exigían una pronunciación firme y con determinación. ¿Todo para qué? Para que eventualmente nos convoquen para vender en un comercial una cerveza Old Seassons o una Budweiser.” Por eso no completó sus estudios, aunque años más tarde la escuela de teatro lo distinguió. “Tengo un título honorario que es como un vibrador: es lindo para ver, pero no hace mucho”, dispara, entre risas.
Uno de los papeles más recordados de su carrera es la interpretación de extraterrestre Mork en la serie de TV “Mork y Mindy”, que protagonizó junto a la actriz Pam Dawer. A fuerza de un lenguaje disparatado y extraño, la serie hizo reír al mundo entero allá en los ‘80. “Los guionistas iban a verme haciendo comedia de micrófono y tomaban cosas que luego incorporaban al programa. Al principio nadie sabía bien qué era lo que hacíamos. Si hasta una vez nos mandaron un censor de origen filipino, que hablaba iddish, porque Mork hacía cosas que los censores no entendían pero que creían que eran obscenas.”
Luego de Buenos días Vietnam, La sociedad de los poetas muertos y Papá por siempre, el consagrado actor protagonizó Pescador de ilusiones, junto a Jeff Bridges. Allí, por primera vez en su carrera, hizo un desnudo. “Filmamos la toma en el Central Park, en una noche de invierno. Es genial hacer tu primer desnudo en una fría noche... Todo se arruga, todo se achica. Parecía el muñequito Ken, el novio de la muñeca Barbie”, apunta con sorna. Por esa película ganó el Oscar como mejor actor de reparto, después de tres nominaciones sin éxito. Pero Williams relativiza el prestigio de los Oscar. “Es algo extraño”, confiesa. “El reconocimiento tiene una vida muy corta. El primer día todos te paran y te dicen. ‘¡Te ganaste el Oscar!’ Al mes te gritan con el pulgar levantado: ‘¡Ey!’ A los tres meses te preguntan: ‘¿Vos no sos el que ganó el Oscar?’ Pero meses más tarde, te miran extrañados y te terminan preguntando: ‘¿Vos sos Mork, no es cierto?’.”