ESPECTáCULOS › CARMINA CANNAVINO ANALIZA LAS CANCIONES DE “MUCHACHA VIENTO”
“Los humanos nacemos musicales”
La cantante peruana, que creció “añorando la Argentina sin conocerla”, intentará demostrar hoy y mañana en Uno y Medio cómo la música puede revelar el lado bueno de las personas.
Por Karina Micheletto
“No es necesario hacer aspavientos ni demostrar cuánto puedes hacer con la voz para ser un buen cantante. Hay algo que se teje por debajo de las canciones y ésa es la potencia que hay que explotar”, asegura Carmina Cannavino, casi como una declaración de principios. De origen peruano, radicada en México desde hace varios años, Cannavino tiene una voz dulce y bien plantada, con la que interpreta con ductilidad clásicos de la música popular latinoamericana y temas de nuevos compositores. Su octavo disco, Muchacha viento, cuenta con la participación de varios argentinos: el guitarrista Lucho González (en rigor, peruano-argentino), el pianista Darío Eskenazi (más conocido en el ambiente del jazz y radicado en Nueva York), el contrabajista Oscar Giunta, el bandoneonista Héctor del Curto, el productor Leandro Quiroga, entre otros, más el peruano Hubert Reyes en percusión. Hoy y mañana, a las 22, Cannavino se presentará en Uno y Medio (Suipacha 1025), junto a Facundo Guevara en percusión y Facundo Bergalli en guitarra.
De madre peruana, pianista y directora de coro, y padre argentino, un violinista de la orquesta de Azucena Maizani, que se enamoró en una gira por el Perú y se quedó allí, Carmina Cannavino creció añorando la Argentina sin conocerla. “Mi padre me transmitió su melancolía por el Río de la Plata, él escuchaba mucho tango, Mercedes Sosa, Cafrune, Zitarrosa, y yo escuchaba con él desde muy pequeña”, cuenta. En 1982 viajó a México (“los cantores necesitamos volar, a mí lo único que me ata a la tierra son los zapatos, y me los quito para cantar”, advierte), y repitió la historia paterna: se enamoró de un mexicano y se quedó a vivir allí.
–¿En cuánto influyeron sus padres en su vocación?
–Aunque tardé en darme cuenta, en mucho... Nací en una caja de música, acompañada por muchos ritmos desde que estaba en la panza de mi madre y eso marcó mi oficio de cantora. Recién a los veinte años empecé a cantar profesionalmente, tardé en darme cuenta de que ése era mi camino, pero por suerte lo hice. Estoy segura de algo: el mundo sería un horror si no existiera la música. Los seres humanos nacemos musicales, pero por diferentes razones con los años nos vamos alejando de la música. Si la gente estuviera más cerca de la música sería mejor persona, salvo ciertas excepciones.
–Es una afirmación peligrosa, si se piensa en las excepciones...
–Claro, Hitler era un melómano, y tantos otros que hicieron mucho daño, por eso marco que hay excepciones. Pero en términos generales, la música tiene el poder de revelar lo que hay de bueno en uno, y de conectarlo con los otros. Al cantar, uno parte del principio de que necesita ser escuchado. Esa fue mi primera intención con la música, expresarme. Pero con el tiempo me di cuenta de que sobre todo canto para los otros. Es mi modo de ver la vida, la forma más sincera y más honesta de ser Carmina.
–¿Por qué priorizó los temas de amor en la selección de su último disco?
–No fue a propósito y me di cuenta después de un tiempo de que habían quedado los temas que hablan de amor, entre todos los que empezamos a trabajar. Porque en realidad yo vengo del palo de los trovadores, del canto nuevo, de los poetas que se cuestionan la vida misma. Pero para el disco fui eligiendo las canciones que me conmovían, tal como las sentía. Por eso quedó un trabajo bien tranqui, sin estridencias. Muchas veces, en las cosas que son muy arriba, no hay tiempo para reflexionar, para escuchar los sonidos, los silencios, las respiraciones. Cuando escucho a otros cantantes busco lo mismo: no me interesa descubrir la super voz, la gran afinación. Quiero que las voces me digan. Como la de Liliana Herrero, por ejemplo. La escuchas y sientes que te mece el Paraná, es increíble.
–¿Hasta dónde se permite modificar las versiones originales de los clásicos a la hora de interpretarlos?
–No tengo límites, porque para mí no existen los intocables. Sí me preocupo por conservar las raíces musicales y lo que quiso decir el autor con su letra. Cuando un tipo se sienta a escribir una canción sabe muy bien para qué lo hace, y eso hay que respetarlo. Pero me permito hacer cada tema como lo siento, frasear de otra manera, o cambiar los ritmos, agregar instrumentos. Ese es el aporte personal, la vuelta que uno les puede encontrar a los legados. Aunque tampoco soy de las que dicen “yo voy a mejorar tal tema”. Hay temas que están tan redondos que no se deben tocar, hay que dejarlos como están, porque son maravillosos. Cada intérprete debe descubrir qué hacer con las canciones, de eso se trata su oficio.