ESPECTáCULOS
Una divina discusión sobre la imperfección humana
“Trifulca en lo de Dios”, de Félix Mitterer, propone una singular situación: Dios, cansado de los actos humanos, quiere terminar con todo. Pero antes, dialoga con personajes cercanos y hasta opuestos.
Por Cecilia Hopkins
Traducido a más de veinte idiomas, el austríaco Félix Mitterer es uno de los dramaturgos más populares en lengua alemana, tal vez porque además de escribir obras de teatro se dedica a concretar guiones para cine y televisión. En su país de origen, sus producciones, que se estrenan en los principales teatros de Zurich, Berlín y Viena, reciben el elogio de la crítica por el hecho de “confrontar el sufrimiento humano y la opresión con tal honestidad y franqueza que resulta a menudo doloroso para los espectadores”. Dos de sus obras ya fueron montadas en Buenos Aires: La mujer en el auto y Siberia, textos que proponen una reflexión sobre la indiferencia de la sociedad en torno del estado de marginación que sufren los ancianos. El director Alberto Grätzer decidió llevar a escena Trifulca en lo de Dios, una obra del mismo Mitterer nunca antes estrenada, cuyos protagonistas son nada más y nada menos que la Santísima Trinidad –Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo–, además de Satanás y la Virgen María reunidos, en este caso, en un escenario algo acotado, a pesar de que algunos personajes también utilizan para sus desplazamientos la platea y los pasillos de la sala.
Con expansivo sentido del humor, el autor presenta a un Dios agotado a causa del nivel que alcanzó la malignidad del hombre y sus actos, hastiado de verse convertido en testigo impotente de su carrera hacia su segura destrucción. Y aunque ha decidido por propia mano poner punto final a su propia creación, cree oportuno realizar un último conciliábulo llamando a su presencia a Satanás a los efectos de establecer las causas de tal estado de cosas, flanqueado por Jesucristo y el Espíritu Santo. El contrapunto de opiniones que Mitterer idea a instancias de Dios (Sergio Ferreiro) cubre un amplio espectro de temas, con la intención de propiciar un dinámico diálogo de opiniones que se proponen examinar la realidad desde puntos de vista irreconciliables. En el desarrollo de la contienda luce su verborragia un taimado demonio atildado como un hombre de negocios (Eduardo Iacono) que conoce al dedillo las Sagradas Escrituras, al punto de tergiversar o acomodar a su gusto el significado de cada uno de los versículos que emplea para concretar su descargo. A cargo de Elsa Juri, el Espíritu Santo aparece en escena como un émulo de Arlequino, gracioso y acomodaticio personaje que intenta salir bien parado en la contienda entre los poderosos. A la desolada, sufriente figura de Jesucristo (Alejandro Mauri) le cabe, como es de imaginar, la defensa del género humano, además de propiciar el alegato feminista que realiza la Virgen (Liliana Núñez, a cargo también de otras mujeres de contrastantes caracteres) al turno de su intervención.
La obra de Mitterer intenta en principio una severa acusación al insensato proceder humano, pero sutilmente va cambiando de enfoque. Si desde las intervenciones de Satanás la conclusión parece cerrarse en torno de la propia responsabilidad que le cabe al Creador respecto de las imperfecciones humanas, a partir del discurso del propio Jesucristo las cuestiones de la fe toman un giro imprevisto. Porque, según su opinión,tal vez el hombre debería tomar distancia de las celestes autoridades, creer con mayor firmeza en sí mismo y satisfacer su culto por lo sagrado aplicándose al amor a sus semejantes y a su entorno natural. Y de este modo merecer una nueva oportunidad en la tierra. Así, la pieza que en principio toma la forma de un devastador discurso en contra de la violencia y la estupidez humana, va tornándose indulgente hasta la demagogia, creando un campo propicio, ya a nivel actoral, para la aparición de algunos desbordes emotivos y actitudes altisonantes.