ESPECTáCULOS

Reflexiones acerca de las nuevas presiones sobre los escritores

Esther Cross, Sylvia Iparraguirre, Germán García y Magdalena Ruiz Guiñazú debatieron sobre fama, mercado, autoimagen y editing.

 Por Karina Micheletto

La mesa redonda se titulaba, extensamente, “El efecto y la imagen del escritor en su época: ayer y hoy”. Los participantes, los escritores Sylvia Iparraguirre, Es-ther Cross y Germán García (Federico Andahazi, que estaba anunciado, no pudo ir). La coordinadora: Magdalena Ruiz Guiñazú. Lo dicho, lo no dicho y lo sugerido en esa última mesa de un día de semana ilustró el lugar que ocupan hoy los escritores, cómo se piensan a sí mismos en relación con factores como el mercado y qué percepciones tienen sobre otros campos como el periodismo.
El lugar del escritor, se repitió varias veces en el debate, es en principio un lugar solitario. Pero no impermeable, ni ascético. Esther Cross citó a Virginia Woolf y su pregunta situada en plena Segunda Guerra: ¿Cómo puede alguien escribir mientras todo se está moviendo, hasta las paredes del cuarto en el que escribe? ¿Qué puede decir cuando su lugar se llena de las voces de Churchill y de Hitler que trae la radio, de las letras de molde gigante de los diarios anunciando la catástrofe? “Lo único que puede contar en esos momentos es lo que le está pasando”, arriesgó Cross.
La transformación del lugar del escritor en el momento en que adquiere visibilidad pública fue analizada por todos los expositores. “El problema es cómo hacemos para ver cuando sentimos que estamos siendo mirados todo el tiempo”, sintetizaron. Sylvia Iparraguirre reseñó las distintas figuras del autor a lo largo del tiempo, con significados distintos, y a veces antagónicos. En su rol de coordinadora, Magdalena Ruiz Guiñazú se entusiasmó con preguntas que por momentos desviaron la mesa hacia otros lugares, como el de su opinión personal sobre los libros de cada uno de los integrantes del panel.
“El lugar que hoy ocupa el mercado hubiera escandalizado a los escritores que nos antecedieron. La presión por vender, los arreglos económicos que implican adelantos y porcentajes extraños y ese terrible nuevo invento que es el editing, con el que puede llegar un boceto a la editorial y ser rehecho en base a dos o tres ideas, todo eso era impensado unos años atrás”, señaló Iparraguirre. Tras la pregunta de un estudiante de la carrera de Edición –cuya institucionalización por la academia, relativamente reciente, también hubiera merecido análisis–, la autora de La tierra del fuego y El país del viento diferenció entre el editing y el rol del corrector de estilo: “Yo estoy muy agradecida del trabajo de los correctores, que tienen un saber casi enciclopédico, aportan sugerencias, te hacen dudar, son tu primer lector”, aclaró.
“Mercado hubo siempre. Sólo que el de hoy es más intrusivo, se mete en la formación de la obra en base a lo que se supone que pide el lector. Lo que hace es desplazar la obra del autor al lector”, señaló García. Cross marcó que hay una pregunta que se repite y que sintetiza el clima de época: “‘¿Por qué pasó tantos años sin publicar?’ ¡Porque estuve escribiendo! Ese imperativo de estar constantemente en la mesa de novedades es alarmante”. En relación con el mercado surgió rápidamente el nombre de Paulo Coelho. Iparraguirre, quien compartió con él una mesa en la Feria del Libro de La Paz, contó que su comportamiento “es más el de un gurú que el de un escritor”.
Al momento de analizar el caso de los autores excluidos por la crítica académica por ser exitosos, el ejemplo que se puso sobre la mesa fue el de Federico Andahazi, ausente con aviso en esa noche. “Suele decirse que el escritor de culto es un amigo que vende poco”, recordó García. “¿Es difícil escribir sencillo?”, preguntó con sencillez un señor con evidente preocupación de taller literario, tan pronto como Magdalena dejó un hueco. Todos dejaron en claro que lamentablemente lo sencillo es muy difícil.
Como sintomático telón de fondo, a lo largo del debate surgió el tema de la relación entre los escritores y la crítica periodística. Germán García relató que en repetidas ocasiones fue llamado por un medio para opinar sobre un tema. “Esa presión por informar termina siendo formatear. Lo que hacen los periodistas es incorporar tu punto de vista al punto de vista del que escribió la nota. Y frecuentemente terminás diciendo lo contrario”, se quejó. Lo que no explicó García, ni se debatió con el público, es por qué los escritores e intelectuales aceptan reincidir en ese juego, aun cuando conocen el mecanismo.

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Iparraguirre se quejó de la nueva figura del editing.
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