ESPECTáCULOS › LA TELEVISION ENSAYA UNA NUEVA MIRADA SOBRE LOS POBRES
“Se está folklorizando la pobreza”
El semiólogo Oscar Steimberg y la investigadora Leonor Arfuch analizan cómo la TV enfoca a cartoneros o recrea pensiones en la ficción.
Por Julián Gorodischer
Pobres que se hacen famosos y cantan cumbia o cartoneros sentados a la mesa de Mirtha Legrand: la tele se reconcilia con la miseria pero la pasa por su filtro. Lo que aparece es una familia de “venidos a más” que recupera, en la mansión de Los Roldán, las claves del “pobre pero honrado”: la pobreza es una mística, un estado originario de las cosas que hace mejor y más honesto al nuevo rico y lo eleva por encima del concheto. En Ser urbano es un estado emocional, acompañado de música para hacer llorar, un territorio épico lleno de héroes y mártires que cuentan sus historias y reciben el abrazo de rigor de Gastón Pauls. En la ficción o el programa periodístico, los pobres son una tribu urbana, definida y acotada que sorprende a Mirtha por el “decoro”, emociona a Pauls y hace reír en la tira de la familia gritona. Pobres domesticados eliminan de su capital todo signo de peligrosidad (drogas, operativos) y recrean un virtuosismo de la miseria que se apoya en el sentimiento: ellos sienten más...
En su almuerzo con cartoneros, Mirtha desplegó todas las reglas del proteccionismo: sonrisas forzadas, tolerancia a los malos modales, exaltación de rasgos positivos (son simpatiquísimos, amables, honrados). La adopción del cartonero propio (“...yo le doy todos los días a uno”) es el único puente entre la diva y los invitados, la prueba de la humanidad de ambos. “Se ve una ‘folklorización’ de la pobreza –dice la investigadora Leonor Arfuch, autora de El espacio biográfico (Editorial Norma)–, en la que los cartoneros, por ejemplo, se transforman en personajes urbanos cuya dramaticidad puede llegar a diluirse en el pintoresquismo. Hay ejemplos en el arte, donde la moda del desecho, lo cotidiano y lo intrascendente encuentra aquí nuevas tematizaciones.”
–El cartonero como “ahijado”, puesto a almorzar con Mirtha...
L. A.: –Estoy pensando en una muestra del año pasado en el MAMBA, de “Artistas contemporáneos de Suiza”: ojos etnocéntricos sobre nuestras miserias y hasta un cierto orgullo criollo, en algunos, sobre esa nueva atracción que despiertan esas miserias.
En las excursiones al basural mendocino de Ser urbano o en la crónica solidaria del noticiero, el pobre conforma nicho, se restringe a una tribu suburbana y es exaltado como símbolo de país en crisis. Así, se lo incorpora al género Curiosidades y suma interés dramático gracias al sinfín de rasgos exóticos –pero basados en unos pocos atributos–: vivir lejos, ser muy afectivo, expresar el venirse a menos que podría identificar a cualquiera. La excursión a la ciudad oculta no parece otra cosa que un cotejo: promocionar la convivencia con la especie autóctona para consumar una ambición: colonizar. Allí donde llegan Gastón Pauls o Daniel Tognetti (de Punto.doc), la tele vuelve amigable el territorio, lo pacifica y se amolda a una paradoja: salir a ver el mundo para descubrirse a la vuelta de la esquina. “Hay un bombardeo de imágenes lacerantes –dice Arfuch– que están, como siempre, en el umbral entre testimonio y sensacionalismo, a menudo inclinadas hacia esto último. Y una consecuente banalización de la cuestión, con tendencia a la singularización del ‘caso’, más cerca del anecdotario que de un registro socialmente problemático que involucre políticas de Estado.”
Para el semiólogo Oscar Steimberg, la pobreza de la tele se expresa en términos de retorno. “Hacía muchos años que no se veían –dice– escenas de pensión porteña en la TV. Para la pantalla, nuestra pobreza urbana o suburbana estaba en el barrio pobre o en la villa; hace unos años, el conventillo sólo se mostraba como algo del otro lado de América, en las vueltas del Chavo del 8. Y sin embargo, esos refugios del centro fueron siempre uno de los espacios de socialidad urbana más característicos de Buenos Aires y albergaron en la ficción a un espectro de personajes que iba desde Juan Mondiola al protagonista de Rosaura a las diez.”
–¿Los pensionados retoma tradiciones literarias?
O. S.: –La pensión volvió, en Los pensionados, aunque ahora con algo de enrasamiento en cuanto a la condición de clase media de los personajes (de clase media aunque no tengan un peso). Pero el mosaico social que aparecía en las pensiones construidas en las novelas de José Bianco o de Marco Denevi era un poco más colorido.
–¿Esta recreación abundante de pobreza es un fenómeno nuevo?
L. A.: –La reflexión general que podría hacerse, sobre todo respecto de los noticieros y a partir de lo que se viene viendo desde diciembre de 2001, es que se produjo una especie de aceptación y acostumbramiento, una cierta naturalidad de la pobreza.
O. S.: –Habría que pensar en el porqué de una ausencia tan larga, si esos espacios (la pensión, el hotel barato, el conventillo) nunca dejaron de existir en la ciudad. Posiblemente, en otro tiempo, despertaron más interés porque eran un escalón en el ascenso a la integración urbana o en la experiencia de salir de la familia, aunque indicaran en primer lugar que los convivientes no tenían para un alquiler.
Para rastrear una pobreza en soledad habrá que retroceder a la extinta cola para el casting del reality. Allí, pobres solos llegaban de las provincias a ganarse su pase a una final, en Popstars o Camino a la gloria, y creían en la persistencia de un sueño argentino. Ahora, la tele sólo ve familias. La ficción los recrea como un clan italiano que cambia de hábitos y vivienda, hasta dar con la mansión de Los Roldán, pero nunca altera al padre sobreprotector, el mate y la mística del barrio. “Algunos personajes de Los Roldán son de una sencillez extrema –agrega Steimberg–, que casi hubiera sido excesiva en una película de Sandrini. Es un modo de suavizar la novedad del travestismo puesto en escena: esa chica tiene las fantasías de una chica Divito. Por todos lados hacemos historia.”