ESPECTáCULOS › GILBERTO GIL, ENTRE LA MUSICA Y LA FUNCION PUBLICA
“El arte debería estar mucho más presente en la política”
Emblema de la música popular y ministro de Cultura de Brasil, Gilberto cuenta cómo hace para compatibilizar ambas facetas. “Si la sociedad comprende que un artista puede servir como administrador, el artista debe aceptarlo como un halago”, dice.
Por Karina Micheletto
Desde Puerto Iguazú
El lujo setentoso del Sheraton desentona en medio del Parque Nacional de Iguazú y de las impresionantes cataratas que se ven allí detrás, cerca pero en otro plano muy distinto, como si el hotel fuera un intruso que alguien teletransportó hasta aquí por puro capricho. Algo similar ocurre con el señor Gilberto Gil metido en el traje de funcionario, que ahora camina por el hotel revolucionando todo alrededor, mientras una norteamericana blanca y regordeta sacada del manual de turista pregunta a los gritos why everybody is so crazy about that nigger (¿por qué todos se vuelven tan locos con este negro?). Hay algo en la forma de moverse, en la forma de mirar y de escuchar de este negro con dreadlocks en la cabeza y un par de anillos dorados en los dedos que no encaja en el molde de un ministro de Cultura que llega para participar de una formal reunión de ministros del Mercosur y para asistir a un Festival Internacional de Cultura de las Tres Fronteras.
Tiene razón la turista de manual: todos parecen locos por este negro, los que se supone que tienen que recibirlo con formalidad oficial de repente se desesperan por el abrazo y la foto, el que oficia de moderador de un foro en el que disertará Gil lleva disimulado entre las carpetas un disco para el autógrafo. Cosas de un ministro que además es músico y además es popular y que fue uno de los fundadores del movimiento tropicalista. Quizá Brasil puede darse el lujo de tener de ministro de Cultura a Gilberto Gil porque se dio el lujo de gestar un movimiento extrañamente popular y de profundo contenido intelectual al mismo tiempo. “Todos somos seres culturales por lo menos en la mitad de nuestras vidas, una mitad es naturaleza y la otra es cultura”, recuerda en diálogo con Página/12. “Entonces, no es que tenemos que ayudar a unos cuantos a llegar a un lugar donde estaría la cultura. No. Cuando cada uno de nosotros dice ‘yo’ o dice ‘Dios’ ya establecemos una dimensión cultural.”
–¿Cuál es entonces el rol del Ministerio de Cultura?
–Nuestra tarea es promover y dar lugar a la riqueza cultural de los pueblos, en toda su diversidad. No es para dar, proveer, regalar que estamos trabajando, no es que haya que venir a decirle a la gente, por ejemplo, que tiene que leer: el deseo de leer tiene que nacer desde la gente, y nosotros tenemos que ser capaces de crear las condiciones para que ese deseo pueda ser satisfecho. Ese es el principal problema que hoy atraviesan nuestros pueblos: lo que falla no es la cultura, es la economía, los cruces de intereses, de poderes.
–Recientemente hubo un debate a raíz de las declaraciones del ministro de Cultura argentino, que dijo que en un país en crisis hay urgencias más prioritarias que la cultura. ¿Qué opina de esta postura?
–No estoy al tanto de ese debate, pero creo que lo que quiso decir Torcuato tiene que ver con lo que acabo de decir yo. Que hay situaciones en las que no puede darse la interacción cultural, y eso es por causa de la economía, de cambios estructurales en la dimensión práctica de la vida. En momentos en que la economía está en crisis, el hombre pasa a pensar un poco más en la naturaleza, en comer y mantener su vida física, y su vida simbólica queda un poco relegada, se desequilibra la relación entre naturaleza y cultura.
–¿Cuáles fueron las mayores dificultades a las que tuvo que enfrentarse como funcionario?
–Hay dos, que siguen operando como obstáculos. Por empezar, lograr que se comprenda que la gestión en cultura va más allá de invertir en el arte, es un concepto más amplio. Segundo, hacer entender al gobierno y a la sociedad que es necesario apoyar con recursos materiales la vida cultural, que la cultura es algo transversal, que toda gestión pública debería considerar como fundamental. Y después están, por supuesto, las dificultades inherentes a la gestión pública, la acción estatal es muy lenta, muy dificultosa, hay muchos pasos y trámites para cada cosa que se quiera hacer. Por lo demás para mí es igual que si tuviera que proveer a mi familia: trabajar y trabajar y trabajar.
–A un año y medio de gestión, ¿hay algo que imaginaba que iba a hacer y que ya se resignó a que es imposible?
–Insisto, lo tomo como tomo a mi vida personal. Uno se impone metas, horizontes a cumplir, y muchas veces no se puede, y hay que ir buscando otros caminos posibles, imaginar alternativas, y seguir con nuevas metas, y así. Es igual, sólo que hay que adaptarse a la máquina pública, que hace todo mucho más lento que en tu vida personal.
–¿No lo cansa o lo enoja tener que lidiar con esa máquina pública lenta y burocrática?
–Quizá me enojaría si fuera más ingenuo de lo que soy y no hubiera sabido que existía. Pero yo ya lo sabía, no es algo que vaya a descubrir ahora.
No todas son flores en el ministerio de Gilberto Gil. En febrero pasado tuvo que echar de su cartera a un íntimo amigo suyo, el secretario de Programas y Proyectos, Roberto Pinho, por “tráfico de influencias”, luego de que encargara a dedo la construcción de centros culturales en favelas a una empresa cuyos titulares resultaron también amigos. El escándalo estalló en un contexto en el que el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva empieza a ser salpicado por distintos episodios de corrupción, cámaras ocultas incluidas. Una de las críticas que resaltan los periodistas brasileños aquí acreditados es la que apunta, paradójicamente, al trabajo de Gil como músico. Cuando el bahiano asumió como ministro planteó públicamente que no podía renunciar a su carrera artística porque los 8000 reales que iba a ganar como funcionario no serían suficientes. “No es posible tener un ministro de medio tiempo”, apunta una periodista. “Ahora él se toma vacaciones y se va a una gira por Europa. ¿Conoces algún ministro argentino que haga eso?”, pregunta. Se le responde que aquí no hay muchos funcionarios músicos, pero sí varios que salen de gira por Europa, entre otros continentes. A la periodista no la conforma, insiste en que lo de Gil es poco serio.
–Usted fue cuestionado por asumir públicamente que el bajo sueldo como ministro lo obligaría a seguir trabajando como músico. Aquí hay un debate similar con el tope de 3000 pesos a los funcionarios. ¿Cómo se percibe el tema en Brasil?
–No sé qué les pasará a los demás, lo que a mí me pasa lo expuse públicamente porque consideré que tenía que hacerlo así. Yo dije: tengo una vida, trabajo para vivir y sustentarme a mí, a mi familia y a los que trabajan conmigo, que son muchos. Y si quiero sostener esta estructura tengo que seguir trabajando como músico, aunque residualmente, es la única manera. Esto lo expuse a consideración del presidente y de la sociedad brasileña. Lula aceptó que siguiera haciendo lo necesario para mantenerme, y así lo hago.
–¿Su tiempo creativo ahora es más limitado que antes o se las arregla para encontrar espacios?
–Mi vida artística ahora está más limitada, por supuesto.
–Parece un gran costo.
–No. No es un costo porque yo sé que estoy aquí en esta vida para vivir, para servir, para compartir con los otros. Entonces, si en un momento una sociedad a través de su líder decide que un artista debe dedicarse a algo porque lo cree importante, interesante, necesario, para mí como artista es una forma de seguir viviendo. ¿Por qué esto de pensar que lo importante para los artistas sólo es hacer arte, para los arquitectos, arquitectura y para los periodistas, periodismo? ¿Por qué hay que especializarse en esto o aquello? Yo creo que tenemos que especializarnos en vivir. Si en un determinado momento la sociedad comprende que un artista puede servir como administrador, gestor de políticas, el artista debe aceptarlo, diría que como un halago. Y por otro lado creo que el arte debería estar más presente en la política y en la administración, si estuvieran un poco más mezclados todo sería mejor.
–¿Cómo fue su participación en el último disco de Caetano Veloso?
–Toqué guitarra en una canción, Caetano me invitó y yo acepté encantado.
–O sea que su trabajo como ministro no los va a separar.
–Claro que no. Espero que no nos separe nunca nada.