EL PAíS › LA GIRA PRESIDENCIAL

Entre Praga y Moscú, pensando en los piqueteros

El clima demoró el vuelo y no hubo reunión con Putin, pero sí invitaciones mutuas. En el Tango se habló del piquetero asesinado, de la “contención” de D’Elía y la llegada a China.

 Por Martín Granovsky

Desde Moscú

Aunque el presidente Néstor Kirchner debió ocupar su escala técnica en Moscú para entrevistarse con el vicecanciller ruso, porque un frente de tormenta demoró la llegada e impidió una cumbre con Vladimir Putin, funcionarios del Gobierno que integran la comitiva dijeron que la posición presidencial sobre la cuestión piquetera no varió. “La decisión del Gobierno es no reprimir y el Presidente va a mantener esa política”, dijeron. “Y el control de la policía va a ser permanente, porque debe terminar la limpieza de elementos como los que están conectados con secuestros o con traficantes de droga.”

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La posición oficial, según explicaron esos funcionarios, se resume de este modo: “Algunos provocan de un lado y otros provocan de otro; otros lo hacen abiertamente. Pero no vamos a reprimir”.
La explicación hace hincapié en la desconfianza del Gobierno respecto del dirigente piquetero Raúl Castells y en lo que define como “exageración de algunos medios de prensa”. Los funcionarios prefirieron no identificarlos. También hubo una acusación sobre los que “buscan que matemos a tres o cuatro para que todo se ponga peor y después puedan acusarnos desde ambos lados”.

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Las opiniones recogidas en la escala moscovita marcaron el momento más tranquilo del viaje. Eran poco más de las cinco de la tarde, hora de Praga, las 12 del mediodía en Buenos Aires, y el avión llevaba volando unos 15 minutos. El cielo estaba limpio. Las nubes habían quedado abajo, bien abajo, y no se veía ningún frente grisáceo en el horizonte. Por eso el sacudón fue sorpresivo. Y tremendo. El Tango-01 se bamboleaba como un juguete al viento, apenas hubo tiempo de sentarse y abrocharse el cinturón, los periodistas cerraron las pantallas de sus notebooks para evitar perder los aparatos, los funcionarios se miraron sin entender nada y los comisarios de a bordo, habitualmente tranquilos y de probada sangre fría, pasaron dando una sola indicación: mesas cerradas y cinturón puesto. La serie de sacudidas, que duró poco pero fue muy intensa, resultó más dura y desordenada que un pozo de aire normal. Después, de golpe, el vuelo se hizo apacible. El presidente Néstor Kirchner, a quien no le gustan los frentes de tormenta en vuelo, recibió una información a poco de andar. Se había tratado de un jet stream, el fenómeno de turbulencia que deja la estela de un avión y desestabiliza a otro por el choque de aire frío y caliente. Aparentemente este tipo de turbulencias es imprevisible. “Es un chorro de corriente que uno no ve, ni capta el radar”, explicó un miembro de la tripulación.

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Los frentes de tormenta sirven como una metáfora ya muy vieja y gastada de la política. ¿Servirá el jet stream para reemplazarla? Habría que ponerla a prueba con ejemplos concretos. Un ministro de Economía declarando al Financial Times, el diario más leído por los sectores financieros con poder de mando, y de daño, que a veces las leyes están en los libros pero no se aplican, ¿es frente de tormenta o jet stream? ¿Y un ministro de Defensa caracterizando al país como “violento”? En ambos casos se trata de opiniones que puede tener o no cualquier ciudadano o un observador nacional o extranjero de la realidad argentina. La novedad política es que hayan sido dos ministros del Ejecutivo los que le pusieron el sello oficial a una realidad compleja. La noticia es que los ministros opinaron como columnistas. Y como no son columnistas sino ministros, la conclusión es que se trata de un dato político a tener en cuenta en ambos casos. Roberto Lavagna es un ministro con peso propio. No responde a Eduardo Duhalde pero tiene buena relación con él y en general le cae mejor unclima político apacible que uno turbulento. José Pampuro era, al menos hasta ahora, una de las bisagras entre Duhalde y Kirchner. Funcionarios de la comitiva consultados por Página/12 dijeron que Pampuro se comunicó con Kirchner para decir que no había hablado de un país violento sino de la agrupación Quebracho como sector violento. También interpretaron las declaraciones de Lavagna de este modo: “Dijo que los jueces debían aplicar las leyes, no habló del Gobierno”.

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Al cóctel se suma otro dato. La explicación oficial sobre la ocupación de la comisaría 24 es que el dirigente piquetero más cercano al Gobierno, Luis D’Elía, “contuvo a los militantes porque si no todo podría haber sido mucho peor”. Un funcionario consultado por este diario dijo: “Un dealer de la Boca con conexiones en sectores de la Policía Federal fusiló a un chico de la Federación Tierra y Vivienda, y por eso fue la protesta. Los asesinos ya están detenidos”.

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La intención evidente es la desdramatización. También puede ser expresión de otra cosa. En política, Kirchner puede ser hiperquinético pero no fue ése su único estado en el primer año de Gobierno. A veces apostó al paso del tiempo para la dilución de los problemas. Es la esperanza, tan típica en la política, de que una noticie tape a otra para que la dramaticidad de la primera baje y sea sustituida por un ambiente de paz y amor. El esquema les hubiera encantado a los hare krishna ataviados con túnicas amarillas que ayer hicieron bailar a un grupo de turistas españoles en el centro de Praga con su ritmo de tamboril y metales. Pero no pega demasiado con el clima político de la Argentina. “El principal objetivo del Gobierno es gobernar”, dice tautológico un alto funcionario. Cuando se pregunta si ése es todo el objetivo del kirchnerismo para el Gran Buenos Aires, la respuesta se amplía así: “Gobernar, y también armar”. Armar significa, en el lenguaje oficial, contar con jefes políticos aliados en el Conurbano que sirvan –es otra metáfora muy usada estos días– como “coroneles en los que apoyarnos”.

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Y el tema piquetero en sí mismo, ¿es frente de tormenta o jet stream? ¿Se radicalizó? ¿Quién es Raúl Castells? ¿Qué representa como efecto el desplazamiento de la modalidad del corte de rutas por el de ocupación de grandes empresas, extranjeras o de alimentos? ¿Qué impacto tiene sobre la clase media de las grandes concentraciones urbanas, que marca el humor de la Argentina? La existencia de menos cortes, con su correlato palpable de más calles con libre tránsito, ¿la puede capitalizar el Gobierno? ¿O las nuevas formas de protesta también terminarán siendo un factor de irritación y fastidiarán, por eso, a la administración central? ¿La Argentina vive en estado de exasperación? Si eso es cierto, una de las polémicas que vendrán es obvia. Unos dirán que el Presidente alienta los enfrentamientos al pelearse con el duhaldismo. Otros, que los aparatos desplazados de la política y la economía agudizan las contradicciones reales y los problemas hasta convertirlos en crispación. Por lo pronto, los últimos gestos de Kirchner parecen revelar una estrategia: “gobernar y armar”, para usar el lema del oficialismo, pero evitar los enfrentamientos públicos para no repetir el viejo esquema de peleas y reconciliaciones fotográficas típico de los años de Carlos Menem.

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Dos domingos atrás, cuando Cristian Ramaro aún estaba secuestrado, los programas de televisión se pusieron insoportables. Escarbaron en la ansiedad de la familia y de los ciudadanos casi con morbo. En medio de ese clima, Luis Majul entrevistó a Roberto Pettinato. Una de las preguntas fue si había tevé basura. “Claro que sí”, dijo Pettinato. Y explicó: “Es nosólo informar y contar las emociones de la gente, cosa que está muy bien, sino exacerbar la ansiedad hasta hacerla insoportable”.

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Hasta la vuelta de Kirchner, la táctica del Gobierno consistiría en que Kirchner no se vea envuelto como protagonista de esa exacerbación de las contradicciones sin que por eso el Presidente se convierta en un monje tibetano de la política.

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La apuesta parece encaminada a que en los próximos días haya más China (donde la comitiva presidencial aterrizó después de la medianoche argentina) y menos crisis recalentada. Más frentes conocidos y menos jet streams.

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El último tramo de la larga marcha de Kirchner hacia Beijing tuvo, sí, un frente de tormenta sin metáfora. Fue lo que retrasó la salida del vuelo presidencial desde Praga e impidió una reunión de Kirchner con el presidente ruso Vladimir Putin que había sido pactada de sorpresa, como un jet stream. El encuentro nunca estuvo en la agenda original de Kirchner en Moscú, donde sólo estaba prevista una escala técnica en el tortuoso recorrido entre Praga y Beijing por el norte para evitar el paso por el Asia Central. Luego, cuando se conoció que la cumbre se realizaría, algunos funcionarios argentinos atribuyeron la novedad a un éxito diplomático del país. Lo sería, sin duda, pero la iniciativa fue del propio gobierno ruso. La entrevista no se realizó por la demora meteorológica –o al menos eso dice la información oficial– y Putin estuvo 50 minutos esperando en el sector presidencial del aeropuerto. Habló con el embajador argentino Juan Carlos Sánchez Arnau, pero debió seguir con su programación oficial y viajó a San Petersburgo. Como la entrevista no se realizó, quedan en pie solo especulaciones para explicar qué interesaba a Putin. Posibilidad uno: el interés por la Argentina y por Mercosur. Putin viajará este año a una cumbre de los socios sudamericanos y Rusia ya mejoró sus relaciones con Brasil. Posibilidad dos: fastidiar a China, que de ese modo se enteraría de que antes de una visita de Estado, un presidente extranjero fue recibido por Putin, es decir que mantuvo un contacto oficial de alto nivel, nada menos que con el jefe de Estado de una potencia mundial en proceso de recuperación. Se sugiere una combinación de las dos hipótesis.

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¿Conseguirá Kirchner llegar a China en términos políticos, y no sólo físicos? Sus diez días fuera del país, con ocho gobernadores a bordo y desde las últimas horas también dos ministros, Roberto Lavagna y Rafael Bielsa, sumados en Beijing, ¿aplacarán la crisis política o ésta sobrevivirá a la ausencia del Presidente? Mañana comenzará en la capital china la agenda oficial. Existe un objetivo económico de largo plazo, que es conquistar el mercado chino para alterar la relación entre Buenos Aires y Beijing como si estuvieran en el siglo XIX: la Argentina, con 1750 millones de dólares de superávit, es la primera proveedora de soja, pero no logra conquistar porciones importantes del mercado chino en expansión. China tiene 40 de sus 1300 millones de habitantes en una situación de mayor riqueza relativa que el resto de la población. Unos 140 millones podrían ser definidos como de clase media. El primer sector es más que la población de una Argentina. El segundo ya supone una escala apabullante. Pero el país tiene también un objetivo político. China será cada vez más un jugador internacional de peso, porque la ampliación de su mercado y el peso de su demografía acentuará su característica de potencia también militar. Y ningún país puede estar ajeno a la aparición de jugadores nuevos. Si no, también en política internacional, el gran riesgo es el jet stream.

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