EL PAíS › EL NORTEAMERICANO CLYDE SNOW, FUNDADOR DEL EQUIPO ARGENTINO DE ANTROPOLOGIA FORENSE
“Aquí todavía están conscientes de la tragedia”
Fue asesor de la Conadep y testigo en el juicio a las Juntas. Trabajó en la identificación de cadáveres y obtención de pruebas de violaciones a los derechos humanos en más de 18 países. Dice que en Argentina se utilizó por primera vez una metodología científica para esa tarea y que su filosofía es: “Si tenés que llorar, hacelo de noche”.
Por Victoria Ginzberg
“Ahora soy porteño”, dice orgulloso el antropólogo norteamericano Clyde Snow en el lobby del hotel donde se hospeda. Como prueba, exhibe la placa que le entregó el gobierno de la ciudad de Buenos Aires cuando el viernes lo declaró huésped de honor. Experto y pionero en el área de la antropología forense, Snow tiene antecedentes de sobra para merecer esa distinción: fue asesor de la Conadep, fundó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para investigar las desapariciones forzadas y los entierros clandestinos de la última dictadura y trabajó en otros 18 países con el objetivo de proporcionar pruebas de matanzas y violaciones masivas a los derechos humanos. En 1985 encabezó el grupo de científicos que identificó en Brasil al criminal de guerra nazi Josef Menguele y fue delegado de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Snow vino a Buenos Aires para participar de las actividades por los veinte años del Equipo Argentino de Antropología Forense y ese organismo es su tema preferido a lo largo de la charla. “Ustedes fueron pioneros”, les dice a sus discípulos que lo acompañan y que ahora, como él, son reconocidos en todo el mundo. Habla en un inglés pausado, con cadencia docente, y recuerda con precisión cinematográfica el momento en el que, en 1984, se fundó el Equipo en un restaurante porteño que ya no existe. La tarea no había sido fácil, los profesionales de ese entonces tenían miedo o una carrera que no querían interrumpir para dedicarse a una rama nueva. Pero poco antes de regresar a O- klahoma el antropólogo se encontró en la puerta de su hotel con un grupo de estudiantes dispuesto a arremangarse. “Se había corrido la bolilla de que este viejo gringo necesitaba ayuda”, afirma.
–¿Cómo se conectó, en la década del 80 con lo que ocurría en Argentina?
–En 1984 recibí una llamada de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia preguntando si podía venir a la Argentina por un par de semanas, junto con otros científicos. Ellos habían recibido un pedido de la Conadep y de las Abuelas de Plaza de Mayo para buscar ayuda en el área forense.
–¿Y con qué se encontró cuando llegó?
–Cuando llegamos nos encontramos con miembros de la Conadep y ellos nos explicaron la situación general y específicamente en relación a las investigaciones sobre las personas desaparecidas. También hablamos con la gente de la Morgue Judicial, fuimos a Córdoba a ver la fosa de San Vicente. Una de las conclusiones fue que estaba bastante claro que, en relación a las personas desaparecidas, las que hubieran sido asesinadas, sus cuerpos habían sido esqueletizados, es decir, ya eran restos óseos. En Argentina, a pesar de que había muy buenos patólogos forenses, no había antropólogos forenses. Esa era una subdisciplina muy nueva, no sólo para Argentina sino también para Estados Unidos. Considerando el problema con el que había que trabajar, que era la recuperación de los esqueletos de desaparecidos, su identificación y la determinación de la causa de muerte, lo que correspondía era que intervinieran antropólogos forenses y dentro de la delegación yo era el único. Me pidieron que me quedara un par de semanas más para dar consejos específicos sobre la formación de un equipo de antropología forense.
–Así nació el Equipo Argentino de Antropología Forense...
–En ese tiempo intentamos contactar gente de las universidades para buscar antropólogos y arqueólogos que quisieran formar parte de este equipo. Y no tuvimos éxito. Mucha gente tenía miedo de que los militares volvieran y que ellos fueran señalados por hacer ese trabajo. Otros ya tenían carreras y no querían interrumpirlas para iniciar algo nuevo. Yo no hablaba español y había un estudiante de medicina que era mi traductor –que trabaja ahora en Ginebra, en la Cruz Roja Internacional– y sabía que yo estaba buscando gente. Tres o cuatro noches antes de que volviera a O-klahoma con una misión que no había tenido éxito, volví al hotel Continental, donde me estaba quedando, y en el lobby había un grupo de estudiantes de Antropología y Medicina. A través de mi traductor se había corrido la bolilla de que este viejo gringo necesitaba un poco de ayuda. Me sentí conmovido, pero no tenían experiencia. Era tarde, estaba hambriento. Pensé que iba a tratar de desilusionarlos cuidadosamente y los invité a comer, no era un sacrificio para mí porque me podía comer un buen bife por dos dólares. Les dije que el trabajo iba a ser sucio, deprimente y peligroso. Y que además no había plata. Me dijeron que lo iban a discutir y que al día siguiente me iban a dar una respuesta. Pensé que era una manera amable de decirme “chau, gringo”. Pero al día siguiente estaban ahí. Ese momento marca la fundación del Equipo. Antes de que yo volviera a Oklahoma hicimos una exhumación. Unos meses después volví a la Argentina y empezamos a trabajar. Sumando todos los viajes que hice estuve como dos años en Argentina. Ellos empezaron ahí y ahora son mundialmente famosos.
–¿Había visto antes una situación similar a la que se encontró en Argentina?
–No. Nadie en el mundo tenía experiencia en esto. Como muchos americanos y europeos cada tanto veíamos alguna historia que podía salir en la revista Time sobre lo que ocurría en la Argentina. Algo malo estaba pasando. Hasta que vine aquí no tenía idea de la escala, de la magnitud de lo que había pasado. Era algo completamente nuevo para mí. Lo que pasó fue que por primera vez en la historia de la investigación de violaciones a los derechos humanos empezamos a usar metodología científica para investigar estos crímenes. Aunque empezamos de a poco, produjo una verdadera revolución en el modo en que se investigan las violaciones a los derechos humanos. La idea de usar la ciencia en el área de derechos humanos comenzó aquí en la Argentina y ahora se usa en todo el mundo. El equipo llevó la idea a todo el mundo y ayudó a la formación de equipos en otros países como Guatemala, Chile, Perú. Los países europeos tienen ahora sus equipos de antropología forense. Pero los argentinos fueron los pioneros.
–¿Qué cambios observó en la sociedad argentina desde la formación del Equipo hasta la actualidad en relación al tema de los desaparecidos?
–Cuando comenzamos ellos recibieron amenazas de muerte. Yo recibí algunas llamadas nocturnas extrañas pero como mi español era tan malo no entendía. En muchos países estas cosas suceden, pero en la Argentina no creo que la gente se haya olvidado. Los organismos de derechos humanos siguen siendo fuertes. Incluso el Gobierno ahora apoya el tema. Creo que los argentinos son bastante únicos. En mi país tuvimos un período trágico con la guerra de Vietnam y hoy hay estudiantes universitarios que ni siquiera pueden ubicar a Vietnam en el mapa. Los argentinos todavía están muy conscientes de la tragedia. Sé que hubo buenos y malos períodos pero mi impresión es que la sociedad está avanzando. Es una sociedad progresista.
–¿Qué otro trabajo le impactó aparte del que hizo en la Argentina?
–Una misión que recuerdo siempre es la que hicimos en la zona del Kurdistán iraquí. Fue en 1992 y recogimos evidencia del genocidio hecho por Saddam Hussein contra la población turca. Los kurdos son gente que ha sufrido enormemente y cuando estuvimos ahí la situación era muy inestable, acababa de terminar la guerra del Golfo y estábamos en una zona de protección de tropas aliadas que no se sabía si se iba a renovar o no. Otro aspecto que caracteriza el trabajo del Equipo Argentino es la sensibilidad hacia las familias de las víctimas. Es muy diferente a lo que se ve en otros países, por ejemplo en trabajos que hace Naciones Unidas. Pero el acercamiento de los argentinos siempre incluye a las familias, ya sea en Etiopía, Argentina o en el Kurdistán.
–Como antropólogo forense, ¿cómo se relaciona con la muerte?
–Bastante temprano desarrollé una filosofía. Cuando los miembros del Equipo eran muy jóvenes veían cosas horribles que les impactaban mucho. Pero nosotros tenemos que funcionar como científicos. Si dejamos quenuestras emociones se involucren, el trabajo no es objetivo. Nosotros tenemos que proporcionar las evidencias y en ese momento casi tenemos que tener una mirada fría. Un odontólogo forense que también integró esa primera misión en 1984 creó una especia de slogan. Reconociendo que uno no puede ser un científico todo el tiempo, dijo de forma frontal: “Si tenés que llorar, llorá a la noche”. Cuando estás en la morgue o haciendo el trabajo científico tenés que mantener tu objetividad.
–¿Alguna vez tuvo que hacer esfuerzos para mantener era mirada científica?
–Sí. Y algunas veces no puedo. Todos tenemos malos momentos pero tenemos que mantenerlos bajo control. Particularmente cuando trabajamos en casos donde las víctimas son chicos, como en el caso de El Mosote, en El Salvador o aquí en la Argentina.
–¿Qué similitudes y diferencias encontró en la Argentina respecto de otros casos de violaciones masivas a los derechos humanos?
–Los patrones de represión son diferentes de un país a otro. En la Argentina la gente fue señalada individualmente, o a veces una familia. Pero en El Salvador, Bosnia, Kurdistán, Guatemala, aldeas enteras eran arrasadas en lugar de buscar individuos en la aldea. La similitud es que sea una persona desaparecida en las calles de Buenos Aires o en una aldea de Guatemala, todos tienen familias. Siempre hay gente que queda detrás de ellos y las secuelas son grandes. La tortura no termina con la muerte de la víctima, los torturadores siguen haciendo su trabajo con los que quedan, con los hijos y los nietos.
–¿La identificación de los restos es una forma de terminar con esa tortura?
–Ayuda. No la termina completamente, porque nunca termina. Por un lado, al encontrar los restos se pierde la esperanza de encontrarlos vivos. Por otro lado, hay un alivio de tener la verdad sobre lo que sucedió. Cuando pasan los años, racionalmente la gente piensa que lo más posible es que su familiar esté muerto. Pero eso pasa en la cabeza no en el corazón. Aceptarlo a nivel emocional es algo muy difícil. Una vez que se encuentran los restos es más fácil. De otro modo hay una situación suspendida, que no se resuelve.