ESPECTáCULOS

Festival de danza entre lo nuevo y lo tradicional

A principios de julio se realizó en Corrientes y Resistencia el Festival “El Baile”, que reunió en un intercambio cultural a coreógrafos y maestros de danza locales y de Buenos Aires.

 Por Analía Melgar

Dos ciudades del noreste del país, Corrientes y Resistencia –tierra de camalotes, palmeras, de pesca del dorado y de la Virgen de Itatí–, vibran con una actividad cultural intensa. En particular, la danza aparece en cada festejo y en cada plaza, pero un tradicionalismo empecinado ahoga todo intento de renovación. Estéticas reproducidas a lo largo de generaciones encorsetan la vitalidad de la región. El potencial creativo de sus artistas es cercenado por códigos cerrados que clausuran la imaginación. Imperan la danza clásica y el chamamé. Y este festival quiso mostrar otra cosa.
“Un grupo de tres locos nos metimos en este proyecto totalmente delirante, pero estamos contentos con que logremos ampliar el horizonte aunque sea de 20 personas.” De esta manera se definía Carlos Lezcano, uno de los responsables de “El Baile”, un festival de danza que se desarrolló entre el 8 y el 11 de este mes entre la capital de Corrientes y Resistencia, dos ciudades que se conectan en apenas 40 minutos recorriendo el puente Belgrano que cruza el río Paraná. Lezcano y Gabriel Romero, directores correntinos, Sandra Sisti, profesora en la Escuela de Danzas del Chaco, y, desde Buenos Aires, la coreógrafa Valeria Kovadloff son los cuatro cerebros que tuvieron la peregrina idea de airear el panorama litoraleño con un evento ambicioso: difundir la danza contemporánea en terreno yermo. El desafío tiene un antecedente en la década del ’80 cuando, durante diez años, Corrientes fue sede de “Danza libre”, un encuentro anual que reunió a grandes exponentes de la danza en su momento, en teatro Juan de Vera, un pequeño Colón en medio de Corrientes. Actuaron grupos locales, siempre con su impronta de clásico y chamamé. A ellos se sumaron las visitas del Ballet del Teatro General San Martín, el grupo Nucleodanza, liderado por la luminaria de Margarita Bali, coreografías de Roxana Grinstein, el Ballet Nacional de Chile y el de Venezuela, la compañía Cisne Negro de Brasil y grupos de danza de todos los puntos del país. En suma, diez años de intercambio artístico productivo. En la década del ’90, como correlato del panorama de todo país, “Danza libre” dejó de realizarse y el Teatro Vera comenzó su proceso de deterioro. Recién en 2002, Kovadloff reinició los contactos. Cada dos meses dio clases a bailarines locales. Pero este año, organizó un festival completo, con seminarios, funciones, exposición de fotos, videos y debates. Con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro, la Subsecretaría de Cultura de la Nación y de la Provincia de Corrientes y de Fundaciones locales, resultaron ser muchas más que 20 las personas involucradas en los cuatro días de actividades.
En “El Baile” grandes coreógrafos y bailarines de Buenos Aires ofrecieron simultáneamente espectáculos y seminarios. Con un arancel módico, los participantes tuvieron la oportunidad de ver, conversar y aprender de maestros de la danza contemporánea y la danza-teatro como Ana Garat, Andrea Fernández, Gabriela Prado, Gerardo Litvak y Mabel Dai Chee Chang, todos ellos en plena actividad artística y con formación permanente en el exterior. Las clases de Garat y Prado apuntaron a lograr habilidades físicas como velocidad y fuerza, mediante técnicas de danza contemporánea. La propuesta de Fernández, por su parte, se hundió en zonas más sensibles e inexploradas por los alumnos; el Contact-Improvisación los enfrentó con sus carencias más grandes: el contacto con la propia interioridad, la libertad para moverse y el encuentro corporal y visual con el otro a través de la piel y el peso. Igualmente novedosas y sorprendentes resultaron las enseñanzas de Litvak y Dai, más en la línea del teatro: los participantes descubrieron por primera vez la noción de una representación no naturalista. Los ejercicios, tendientes a romper con la mímesis de la acción y a incorporar la voz como parte integrante del cuerpo, desestructuraron las estéticas amaneradas que impedían alternativas para producir composiciones.
Las funciones, un lujo. Comenzaron en Corrientes con Punto perdido, de Kovadloff, quien desarrolla un lenguaje único en el preciso límite entre la danza y el teatro para contar la historia de dos mujeres encerradas en un agujero de fobias y represiones. Siguió Solo, de Garat y Pilar Beamonde, un trabajo de flying low interpretado por Darío Rodríguez: un alarde de destreza, caídas violentas y rodadas. La primera noche cerró con Fulgor de alborada, una coreografía breve de Patricia Barboza que expone las carencias de la tradicionalidad correntina. La jornada de Resistencia arrancó con Vientos rojos, de Dai, una muestra de cómo es posible revisar el folklore. Dai, de padre chino, involucra elementos que remiten a la “argentinidad”: Atahualpa Yupanqui, sonidos de guitarra, un poncho de alpaca, un sombrero con cinta. Pero incorpora a ellos una estructura con movimientos, gritos y susurros, iluminación y musicalización que escapan a la convención. A continuación, se presentó Urbanas, una muestra coordinada por Sisti, de las alumnas de los seminarios que dictara Kovadloff en años anteriores. Con música de Bajo Fondo Tango Club, las nueve bailarinas –destacable labor de Natalia Tablate–, formadas todas en danza clásica, confirman que es posible comprometerse con otras formas coreográficas y expresivas, para exponer conflictos más cercanos a ellas mismas y a los espectadores. Al cierre, apareció La chúcara, de Litvak, donde Prado encarna una señora arisca como un caballo. Otra vez, ya desde el título se establece un diálogo con la tradición: “chúcaro” proviene de “chucru”, que en quechua significa duro. Y otra vez la renovación es posible. Imágenes de perros rabiosos de la soledad rural conviven con las obsesiones de un ser humano aislado del mundo, con balbuceos en francés y en algún dialecto oriental. La figura rotunda de Prado en el escenario coronó dos noches del mejor nivel de danza contemporánea.
“El Baile” también expuso fotografías de Andrea López, dedicada desde hace diez años a registrar los procesos de creadores de la danza argentina, y proyectó, por un lado, filmaciones de los creadores del Contact Improvisación como Steve Paxton y Nancy Stark Smith y, por otro, videodanza, disciplina que constituyó una novedad para los asistentes: coreografías pensadas directamente para la cámara y la edición, danzas realizadas en espacios no convencionales como el mar o la sierra, encuentros como el de una bailarina porteña improvisando con un bailarín de la comunidad wichí. El festival culminó con una charla entre bailarines locales y coreógrafos visitantes.

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Punto perdido, coreografía de Valeria Kovadloff.
 
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