EL PAíS › OPINIÓN

Moyano, un camionero en la cima

 Por Mario Wainfeld

Si los tres mosqueteros, por avatares del relato, llegaron a ser cuatro, los triunviros de la CGT propenden a ser uno, el ganador de ayer, Hugo Moyano. Llega a la cima de la central obrera un camionero si se dice rápido, un dirigente de transporte, si se quiere ser más riguroso. En otros tiempos primaba la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), era la época en que fábricas y talleres llenaban la Argentina. La terciarización de la economía, el desguace del sistema ferroviario, la desregulación del espacio aéreo, todos componentes del “modelo” que Moyano aborrece, favorecieron empero el crecimiento relativo de su sindicato y de la central obrera que vino conduciendo hasta ayer. La era menemista fue aquella en que proliferaron los remises, el transporte automotor, los camiones, las empresas aéreas. Y la belicosa CGT rebelde fue, centralmente, un conglomerado de gremios de transporte. Una paradoja de las varias que deparó su designación.
El boom de los sindicatos de transporte lo trajo la historia, esa que escribieron los que ganaron. Pero Moyano hizo lo suyo para apuntalar su actual situación, a la que llega a los 60 años de su edad. Añadió al, voluminoso, manual de los dirigentes peronistas que maneja al dedillo y a la capacidad de “parar el país” de sus huestes, sabidurías de época. Por caso, ganar la calle, lograr visibilidad mediática, sea con declaraciones potentes o muniendo de gorritos y pecheras de colores a los muchachos, cosa de hacerse notar por la tele. Pero, básicamente, lo que supo muñequearse es el legado de la vieja sabiduría de Augusto Timoteo Vandor, el prócer de la UOM. Esa de “pegar y negociar”. Por imperio de sus limitaciones, la CGT tradicional, la de los gordos, se fue confinando en un perfil oficialista o casi. Su falta de representatividad, su obsesión en defender sus estructuras antes que las conquistas de los trabajadores, la carestía “noventista” de sus arcas los hicieron muy tributarios del calorcito de los gobiernos de turno.
A su vez, el sesgo de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) es opositor, en parte por su propuesta ideológica, en parte porque el grueso de sus representados son trabajadores del Estado, castigados en los ’90 y a la vez dotados de un cierto poder de fuego.
Néstor Kirchner suscitó en este tablero un cambio similar al que logró en otras instancias políticas. Se alejó, duro hasta el desdén, de los gordos oficialistas. Y con su perfil progresista les metió ruido a los díscolos de la CTA que hoy cuentan con varios dirigentes oficialistas, a veces de modo estentóreo: el piquetero Luis D’Elía y el estatal Edgardo De Petris son ejemplos patentes, que le complican la vida al líder de la CTA, Víctor De Gennaro, cada vez más convencido de ir definiendo un perfil opositor, según cuentan sus allegados.
Sorprendidos, carentes de figuras propias, los dirigentes de la CGT oficial buscaron en Moyano un “puente de plata” con el Gobierno. Y como tal llega Moyano, un hombre que tiene buen trato con Kirchner. Cuesta creer que sea una prenda de paz, al menos en el mediano plazo. Moyano se siente más cómodo siguiendo la tradición confrontativa de Saúl Ubaldini que siendo un aliado más o menos sosegado del Gobierno. Por añadidura, cuentan quienes lo conocen bien, un antiguo recelo separa al camionero del actual equipo de gobierno. Moyano es uno de los pocos dirigentes peronistas de primer nivel amante de (y pródigo en) las citas de Juan Perón.... Y Moyano cree que Kirchner y su gente “no son peronistas”, más bien de izquierda o algo que se le parece bastante.
Además, Moyano tiene buena relación histórica con el duhaldismo, lo que no parecería la mejor credencial para coquetear con la Rosada.
Para añadir nuevos asombros, el gran operador de la llegada de Moyano al triunvirato fue el funebrero y pirómano Luis Barrionuevo, bestia negra del gobierno, combinado con unos cuantos dirigentes menemistas incluido José Luis Lingieri, otro integrante de la nueva conducción colegiada. Si se quisiera redondear paradojas, valga recordar que el eterno aliado de Moyano, Juan Manuel Palacios (Unión Tranviarios Automotor), es el interlocutor sindical preferido de otro odiado del Gobierno y buen amigo de Barrionuevo. Enrique Nosiglia comparte diálogos más que asiduos (también el placer de la buena mesa y los mariscos) con el Bocha Palacios. Coti cree que Palacios (haciendo honor a su apodo) tiene una de las cabezas mejor pensantes del sindicalismo.
En el Gobierno, que se mantuvo prescindente en el tira y afloja sindical, coexisten dos posiciones. La que juzga, con cierto optimismo, que Moyano será un mejor interlocutor que los gordos. Y la que ve con pesimismo la perspectiva de que, cuando las cosas se dificulten algo, Moyano salte a la calle, a la oposición, a la intransigencia, sus territorios al fin de cuentas. El tiempo, implacable, dirá quién tiene razón.
Los gordos demostraron su debilidad actual: no pudieron presentar un frente unificado ni amañar un candidato “presentable” de cara al nuevo escenario político. El Gobierno, que se abstuvo en la algo devaluada fumata sindical, quizá no tenga nada que festejar. Quien queda mejor parado es Moyano, por ahora triunviro. Los triunviratos –desde tiempos de Julio César, Pompeyo y Craso– son una forma de gobierno muy inestable, que suele virar al unicato. En esa previsible secuencia, Moyano tiene las de ganar. Habrá que ver cómo juegan sus interlocutores que no son mancos ni torpes. Pero el camionero cuenta con la facilidad, inusual para sus colegas, de “pegarle con las dos piernas”. Puede fungir de oficialista o de opositor. O de ambas cosas alternativa o consecutivamente. Un don que le ha valido bastante hasta ahora. Y que lo postula, lejos, como el triunviro con más virtualidades a futuro. Por lo pronto, el hombre puso primera. Y, fiel a sí mismo, va al frente.

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