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SARAH BIANCHI, PIONERA ENTRE LOS TITIRITEROS, HOY SERA HOMENAJEADA
“Los títeres siempre me dieron libertad”
Esta tarde la maestra titiritera Sarah Bianchi será homenajeada en la Feria del Libro Infantil y Juvenil. Pionera en su género, a los 82 años y con más de medio siglo de trayectoria sigue entrenando los dedos cada día para estar en forma. Bianchi afirma que los titiriteros son una raza aparte, que se mantiene afuera del sistema.
Por Silvina Friera
Nadie puede controlarla, aunque desde el año pasado es Ciudadana Ilustre de Buenos Aires. Tiene 82 años –y cumple 60 como titiritera–. Sarah Bianchi detesta que le impongan condiciones o le digan lo que tiene que hacer. No aguanta que le sugieran que deje de fumar, que no tome su puntual copa de vino con la que acompaña las comidas, que no trabaje tanto, que descanse más, que se olvide de las giras. Ella, con su metro y medio y su aparente fragilidad, hace lo que quiere y defiende con uñas y dientes su filosofía de vida: ser libre. Y si la desafían, pega tres gritos o agarra un palo o un punzón, y rompe lo que tenga a mano, como hizo con las estufas de una sala donde estaba realizando una obra para chicos, furiosa porque sólo se usaban para los adultos. Quizá porque sufrió persecuciones, censuras y expulsiones –durante la dictadura la echaron de la Escuela de Arte Dramático y del Instituto Vocacional de Arte y tuvo que pintar paredes de departamentos para sobrevivir–, esta mujer está curada de espanto y nada la amedrenta. “Ni siquiera el chichón que tengo en la cabeza”, dice, y muestra esa protuberancia que apareció después del porrazo que se dio mientras estaba armando un títere. “Cuando me iba a sentar en la silla, se resbaló el almohadón, me golpeé la nuca con el borde de la mesa y terminé en el suelo. Lo que más bronca me da es que al final el títere se rompió”, se queja. “Igual viajo al Festival de Tandil”, amenaza esta mujer, que hoy a las 18.30 será homenajeada en la Feria del Libro Infantil y Juvenil (Figueroa Alcorta y Pueyrredón).
En el Museo del Títere Mane Bernardo (Piedras 905) –el único en el mundo por la variedad del catálogo–, Sarah exhibe títeres de Argentina, España, Italia, Hungría, Checoslovaquia, Rusia, México, Indonesia y la India (que tienen más de 150 años). “Expuestos hay 400, pero muchos guardados por falta de espacio”, advierte la titiritera. En la sala de espectáculos del museo, todos los sábados a las 21, se presenta uno de los estrenos de la temporada para adultos: ¿Y por qué no Bagdad Café?, con idea y dirección de Sarah. “Tengo pendiente la organización de la biblioteca. En septiembre del año pasado le pedí al Instituto Nacional del Teatro el dinero que necesitaba para hacer un cerramiento en la planta alta del museo. En noviembre apoyaron el pedido y parece que en estos días depositarán la plata. Esto me va a permitir poner en funcionamiento una biblioteca que pueda ser usada por todos los que quieran consultar e investigar. ¡Mirá cuántas cosas que tengo por hacer! Espero no recibir ningún otro golpe en mi cabeza que me impida continuar trabajando.”
“Por suerte, tengo muy buena salud. Todos los años protesto, digo que es el último año que trabajo en invierno porque lo odio. Y cuando llega el invierno estoy enganchada con un nuevo proyecto. A veces quisiera dejar ciertas cosas y cambiar, pero no es tan fácil. Me da lástima no hacer más funciones para chicos. Aunque mi gusto actual se inclina más hacia la creación de espectáculos para adultos”, aclara Sarah.
–¿Por qué?
–Es un desafío convencer al adulto para que vea títeres. Y cuando lo estás logrando, te preguntan si pueden traer a los hijos. Yo les advierto que los traigan, que no hay pornografía, pero el chico se va a opiar. No es la división: niños, la idiotez; adultos, lo intelectual. No es así, se puede hacer de todo. Como a mí me gusta jugar y proponerme desafíos, siento que con los adultos tengo la más absoluta libertad. Hago lo que quiero hacer, no estoy condicionada como con los chicos.
–¿Qué es lo que la condiciona?
–La manera de enfocar el espectáculo. La atención del chico dura un tiempo determinado, no lo podés cansar. Para que se mantenga atento, hay que cambiar, buscar lo inesperado, reducir los diálogos porque los chicos no aguantan la gran charla y menos en títeres, todavía el actor tiene otros recursos. Todo esto limita la creación. Además, no podés dejarle dudas, pero tampoco moralejas...¡por Dios, que es horrible!
–¿En qué consiste ¿Y por qué no Bagdad Café?, su último espectáculo para adultos?
–En 1978, con Rita Montes, hicimos un espectáculo de música y títeres, Mano a mano con el tango. Siempre quise repetir la experiencia. Cuando conocí a la cantante Lucrecia Merino, le propuse hacer algo juntas. Me acordé de la película Bagdad café, un café mistongo que se transformó en un lugar lleno de vida. Armé una historia similar. Una cantante va por la ruta y se le descompone el auto. Ella se acerca a un lugar que dice “próximamente café” y pregunta si se puede quedar ahí. El lugar es un desastre y el dueño es un titiritero que no quiere trabajar más con los títeres porque perdió a su compañera en un accidente. La cantante empieza a agarrar los muñecos y a cantar tangos reos.
–¿Cómo llegaron los títeres a su vida?
–Mientras iba a la escuela, yo estudiaba plástica. En la secundaria me escapaba en la última hora si no me gustaba la materia, y me iba a pintar. Empecé a mandar mis trabajos a los salones para exponerlos. En uno de los salones también exponía Mane Bernardo. Nos vinculamos y me invitó a su estudio, que era esta casa (por el museo) en donde ella había nacido. Le habían ofrecido crear el Teatro Nacional de Títeres, y ella me invitó para modelar, pintar títeres y hacer escenografías. Así estuve un año, hasta que Mane me tentó para que me pusiera un títere. Y lo hice.
–¿Recuerda qué títere era?
–Un trompetista de una farsa francesa que anunciaba la obra, y que yo había modelado. El títere bajaba, subía la trompeta y se la ponía en la boca. Conseguir que se la pusiera en la boca... fue un milagro (risas). Estuve horas ensayando delante del espejo, hasta que logré que mis dedos dieran con el movimiento justo. Después de ese primer títere, me incorporé en obras donde hacía personajes. Los espectáculos eran para adultos, obras clásicas del teatro español o francés. Pero pronto que hicimos una obra infantil y entre los títeres estaba ese enanito, Lucecita, que siguió participando en otros espectáculos.
–Usted cumple 60 años como titiritera. Empezó a trabajar con los títeres durante el peronismo. ¿Pasó por todos los gobierno?
–Ya en 1947 empezaron las echadas, nos expulsaron a Mane y a mí del Teatro Cervantes. Sufrimos persecuciones, no nos salvamos de ninguna prohibición. Aunque Mane tuvo mucha más suerte. Cuando ella viajaba, acá se producían todos los golpes y las crisis políticas. A mí siempre me agarraban en el país. A veces le tomaba el pelo y le decía: “Mirá... cómo sería bueno que viniera una revolución... por qué no te vas de viaje”.
–¿Tiene una relación maternal con los títeres que crea?
–No, más bien es de amistad, como la que tengo con los chicos. Acá vienen los chicos de los jardines y yo me pongo a jugar con ellos y con los títeres, me divierto mucho y me siento bien. Pero cuando termina el juego, los despido. Lo mismo sucede con las funciones, porque no hay que olvidar que el títere es una expresión teatral. Y por mucho que te guste un personaje, un actor tiene que saber abandonarlo cuando sale del escenario.
–¿Cuál es el abecé del oficio?
–El titiritero tiene que ser actor en el pleno sentido: en la voz y en el movimiento, porque si el cuerpo es una tabla dura, el títere no transmite nada. Además, debe tener una gran flexibilidad para adaptarse a trabajar en distintos lugares, y un adiestramiento físico importante para estar con los brazos estirados. En cuanto a la manipulación, aunque hagas un títere donde la mano no está adentro, como puede ser una marioneta, se necesita destreza en los dedos para mover los hilos. Hay gimnasia para mantener entrenados los dedos. Yo la practico para estar en forma.
–¿Por qué creció tanto el arte titiritero en todo el país?
–Hay ciertas profesiones que crecen por el ansia de libertad. El titiritero es un ser libre. Siempre digo que somos una tribu especial, que hay códigos no establecidos que sólo nosotros entendemos: el sistema de vida, de convivencia, establecerse en una carpa, y estar con el hijo y con el títere. En los encuentros que se hicieron en Cosquín, no se cobraba un peso, pero todos estábamos felices de comer juntos y macanear hasta las cuatro de la mañana. Soy una mujer “incivilizada” (risas).
–No parece...
–Pero hay que ver cómo me pongo cuando me enojo. Los sistemas no aceptan estos comportamientos desviados, pero a mí no me importa. La palabra más linda, la que defiendo más en la vida, es la libertad. Me molestan mucho las prohibiciones: “Nene no hagas esto, nene salí de ahí”. Dejalo tranquilo... Las maestras que vienen al museo son tremendas: “Silencio, formaditos...”. No entiendo por qué no tratan de vincularse con los chicos desde un lugar más cálido y sí lo hacen como si fueran militares.