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“Para los titiriteros, la década del ‘90 fue terrible –señala Sarah Bianchi–. En el ‘91 murió Mane; en el ‘92, Ariel Bufano, y en el ‘97 Javier Villafañe. De arriba deberían necesitar formar un elenco. Nosotros decimos que los titiriteros no mueren, que se van de gira y se quedan en la gira.” Sarah tiene un manantial de anécdotas titiriteras en la punta de la lengua. Basta con preguntarle, para que fluyan. “Me acuerdo de que una vez estábamos en Misiones con Javier Villafañe y Mané. Javier estaba feliz y hacía todo lo posible para no regresar a Buenos Aires. No sé qué inventó para quedarse unos días más. Yo tenía que volver para participar en una actividad en la Feria del Libro, en la que estábamos anunciados los tres. Cuando nos despedimos le recordé el compromiso. ‘Cómo me voy a olvidar’, me dijo. Por supuesto que no vino. Después cuando nos volvimos a ver, le recordé su ausencia y me dijo: ‘Pucha, tenía la idea de que me olvidaba hacer algo en Buenos Aires’”. En un encuentro titiritero en el sur, precisa Sarah, de pronto se armó una discusión descomunal sobre cuál festival había sido el mejor. “No entendía por qué discutían, hasta que comprendí que ellos calculaban cómo fue de bueno el festival por las damajuanas de vino que se tomaron.”