ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR Y MUSICO ALEJANDRO DOLINA

“A mí me duele mucho escribir”

Está presentando en el interior del país su obra Bar del Infierno, adaptada del programa que hizo en Canal 7 en 2003. Dolina reivindica su rol de escritor por sobre su faceta humorística, habla de placeres livianos y de la inercia cultural argentina.

La llegada a los medios de Alejandro Dolina fue, más que algo buscado, fruto de la casualidad: entró a la agencia de publicidad Tipsa de Canal 13 en 1969 porque alguien le escuchó un par de “retruques ingeniosos” y le propuso trabajar allí. Y en la radio despegó de la mano de Adolfo Castelo, quien le propuso hacer un programa a la 1 de la mañana, Demasiado tarde para lágrimas, en 1986. “No nos va a escuchar nadie”, le dijo Dolina, pero aceptó. También escribió artículos para Satiricón, Mengano y Humor, desde donde salieron algunos textos que luego formarían parte de su primer libro, Crónicas del Angel Gris. Desde el ’93 hace La venganza será terrible, de lunes a viernes a la medianoche, programa radial que presencian más de 300 personas por emisión en la bodega del Café Tortoni. Ahora, además, está presentando en el interior del país su obra Bar del Infierno, adaptada del programa que hizo en Canal 7 en 2003, que se presenta el 21 de agosto en Olavarría, el 22 en Tandil y el 27 en Rosario.
Dolina define el espectáculo como “una colección de relatos y de canciones que los ilustran de un modo más bien lunar. Sucede, y este es el proyecto teatral, en un Bar del que es imposible salir, tal vez porque no es posible encontrar la puerta, tal vez porque no hay, en verdad, un afuera del Bar, tal vez porque el Bar es el universo mismo. Los parroquianos del lugar, los mozos, todos los que están allí están condenados a repetir sus conductas y tienen, cada tanto, la pretensión de buscar la salida, o al menos la explicación del Bar, y entonces hacen algún intento de salida, pero casi nunca consiguen algo. Lo máximo que consiguen es creerse que han salido cuando en realidad no han hecho otra cosa que volver al mismo lugar de siempre”.
“Las alegorías –reflexiona Dolina en la entrevista con Página/12– son algunas muy rápidas en acudir y otras no tanto. Podría ser que el Bar fuera la vida misma, el destino de cada uno de nosotros, pero podría ser, en un sentido alegórico más eficaz aunque más lejano, que el Bar fuera nada menos que el lenguaje, esa cárcel de la que intentamos salir y a la que volvemos recurrentemente. Hay cosas que queremos decir que el idioma no expresa, pero buscando la puerta de salida para esa jaula no hacemos más que volver a caer. Es más o menos una descripción torpe de un espectáculo que quizá también es torpe.”
–¿Por qué lo presenta en el interior del país y no en la Capital?
–Porque me viene muy bien para poder circular por el interior del país, siendo que llevar el programa es una cosa bastante más difícil porque es gratis. Yo no puedo cobrar entrada por hacer el programa de radio, entre otras cosas porque no la cobro aquí en Buenos Aires.
–¿Cambia la obra con el cambio de formato?
–Creo que sí. La televisión es una cosa y el teatro es otra bastante diferente. Tienen un parentesco temático, pero hay unos acentos que se ponen en otro lugar. El teatro es más noble que la televisión. Por eso sigo sintiendo la obra como mía. Cuando la hace otro, como pasó con Crónicas del Angel Gris, ya no. Pero no porque la considere mejor o peor, sino porque hay una intervención ajena que la tiñe, y a veces la tiñe de un modo venturoso, pero ajeno.
–¿Con qué papel de los distintos que desempeña artísticamente se siente más identificado?
–Yo me preparé para ser escritor, o en tal caso para cantar o desarrollar algunas actividades musicales. La radio es una consecuencia de esas dos actividades, una mezcla de ellas. Pero yo no me preparé para ser un hombre de radio.
–¿Por qué se lo identifica como humorista cuando usted trata más que nada temas sentimentales o, como alguna vez lo definió, “el sentimiento trágico de la vida”?
–Es verdad lo que usted dice. Me parece que hay un fuerte contenido humorístico, especialmente en el programa de radio, bastante menos en los libros, casi nulo en lo que yo escribo musicalmente, pero me parece que lo humorístico no es lo principal, sino que es más bien accesorio y que viene a cumplir funciones importantes en lo que podríamos decir que es más liviano, que es necesariamente el programa de radio. No porque yo tenga un afán de liviandad, sino porque un compromiso diario y mediático inevitablemente debe ser menos preparado, menos completo que una obra literaria. Pero a mí me parece que estoy más presente yo en lo que escribo, en lo que compongo y en lo que menos relacionado está con el propósito humorístico. Se resalta esta veta porque es más groseramente evidente. Las otras virtudes me parecen más profundas, también más difíciles de hallar, y necesitan quizás otra sagacidad. Los chistes de churrascaría que hacemos están al alcance de cualquiera.
–¿Por qué el programa tiene permanencia y renueva su público?
–Me gustaría creer que es porque el programa es inteligente y veloz, y rima más con el espíritu inteligente y veloz que tienen los jóvenes para divertirse y para ejercer el cinismo, el humorismo y el rastreo del desatino. Me gustaría creer eso. Posiblemente sea por eso y por algunas otras razones, algunas de ellas un poco melancólicas, en el sentido de constituir quizá malos entendidos, ser reconocido uno por sus defectos más que por sus virtudes, etcétera. Pero si el programa es bueno, como creo que lo es, encuentra su público en jóvenes que están en época y en actitud de aprendizaje y de desarrollo de sus facultades intelectuales.
–¿Qué diferencias encuentra entre el público que lo sigue y otros públicos que siguen a programas más instalados mediáticamente, como los de Tinelli y Pergolini?
–Son maneras distintas de ver el mundo. Donde a ellos les va bien, a mí me va a ir siempre mal, y donde a mí me va bien les va a ir mal a ellos. No creo que ellos tengan la repercusión que yo tengo, sino una infinitamente mayor, más exitosa, que les proporciona una prosperidad y una notoriedad infinitamente superior a la que yo tengo, pero déjeme que señale que prefiero esta pequeñez de número siempre y cuando no se confunda lo que yo hago con lo que hacen ellos, que me parece que no puede gustarles a las mismas personas que siguen mi programa. Respeto mucho esos programas, pero no comparto su diseño artístico. Yo personalmente tengo mucho respeto por todos, pero también tengo mucho respeto por el esfuerzo que hago para no ser ellos, un esfuerzo no sólo de preparación, de estudio y de trabajo, sino también de resignación económica. Yo soy mucho más pobre que ellos, y soy mucho más pobre porque he elegido otro camino. Estoy muy orgulloso de eso.
–De todas sus actividades, ¿cuál es la que le da más placer?
–Más placer, la radio, pero es un placer diría yo muy cotidiano, muy venturoso, pero al que yo finalmente prefiero el dolor de las letras y de la música. La radio me da placer, pero es un placer más liviano, prefiero el dolor profundo de lo que escribo y de lo que compongo, aunque no sea tan divertido para la gente.
–¿Cómo es ese dolor que prefiere?
–El dolor de lo que es inevitable para un artista, el dolor de estar cumpliendo con la vocación, estar escribiendo aquello que es inevitable escribir. Inevitable y doloroso. A mí me duele mucho escribir, me resulta incómodo. Hacer radio, en cambio, me resulta divertido, grato, amistoso, mundano, pero sin embargo, si tuviera que renunciar a alguna de las dos cosas, renunciaría a la radio. Me quedaría con esa pesadumbre de los libros, pesadumbre que después se convierte en un libro, y ese libro que es hijo del esfuerzo, del dolor, a veces de la frustración y del arrepentimiento, yo lo quiero muchísimo más que a estas cosas que digo que son hijas de una rapidez estudiantil más que de una profundidad artística.
–¿Cómo ve la cultura argentina después de años de neoliberalismo?
–Los cambios menos notables son los que se han producido en el ámbito cultural. Me parece que hay un cambio ético, un cambio económico, un cambio en el espíritu, particularmente en la figura presidencial, pero en las áreas de cultura esos cambios están tardando un poco en advertirse. La cultura argentina más bien sobrevive. Tenemos una vida cultural riquísima, pero por inercia de lejanas épocas en las que la educación argentina fue buena. Cuando digo vida cultural digo el interés que los habitantes de una ciudad como Buenos Aires se toman por los asuntos culturales, que es sorprendente, habida cuenta de la realidad argentina en otros ámbitos. Pero, curiosamente, no es porque alguien esté haciendo mucho al respecto, sino porque estas cosas suceden naturalmente, porque aparecen artistas con mayor facilidad que empresarios o dirigentes. Nuestra vida cultural es rica y no es porque nuestra política cultural sea muy activa, muy inteligente y muy exitosa. Entiendo también que el Gobierno tendrá otras prioridades, pero no sé si se trata de prioridades. Hay cosas urgentes, pero si bien es necesario tomar agua todos los días y no leer al Dante todos los días, yo no creo que una canilla sea más importante que una biblioteca.

Entrevista: Sebastián Ackerman

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“La radio me da placer, pero es un placer más liviano, prefiero el dolor profundo de lo que escribo.”
 
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