ESPECTáCULOS › LEJOS DEL MUNDO, EL NUEVO FILM DEL DIRECTOR FRANCES ANDRE TECHINE
Una isla en el gran mar de la guerra
El regreso de Téchiné a la cartelera porteña es una historia de desesperados arrastrados por la rueda de la historia: una viuda y sus hijos que deben huir de la París ocupada.
Por Luciano Monteagudo
Corre junio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Miles de franceses huyen hacia el sur, intentando alejarse de los tanques nazis que ya ocupan París. Lo hacen de manera penosa, en carreta, a pie, en autos casi sin combustible, perseguidos por el hambre y la sed. Utilizan caminos secundarios, pero tampoco esas vías de escape son seguras. Un avión-caza Stuka descubre una de esas columnas de civiles indefensos y la bombardea. La muerte llega del cielo, al azar. Entre los sobrevivientes está Odile (Emmanuelle Béart), una joven viuda –su marido acaba de morir en el frente de batalla– que carga con sus dos hijos, el adolescente Philippe y la pequeña Cathy. Están solos, se diría desnudos, como si acabaran de llegar al mundo. Parisinos, de clara extracción burguesa, no saben qué hacer allí en pleno bosque, sin ninguna pertenencia a la cual aferrarse. Hasta que aparece Yvan (Gaspard Ulliel), un muchacho de unos 17 años, de pocas palabras, pero que sabe moverse en la adversidad como un verdadero lobo estepario. Odile no confía en él, pero no le queda otra opción más que seguirlo con sus hijos y aferrarse a ese espíritu de supervivencia.
Alejado desde hace tiempo de la cartelera de Buenos Aires, el director André Téchiné (nacido en 1943) supo ser un renovador del cine francés de fines de los años ’70 y comienzos de los ’80, con Souvenirs d’en France, El engaño, Las hermanas Brontë, Hotel des Amériques y Rendez-vous, entre otros títulos de una fuerte estilización visual y una dramaturgia barroca. Luego, paulatinamente, Téchiné se fue inclinando hacia cierto clasicismo, sin perder nunca una cualidad lírica muy particular. En esta línea se inscribe Lejos del mundo, su film más reciente, que comparte con otros de sus últimos años –Les voleurs, Loin– un mismo tema, con distintas variantes: el aprendizaje. Alejados de todo aquello que constituía sus vidas, Odile y sus hijos deben aprender de Yvan a valerse por sí mismos, desterrando su férrea moral burguesa si es necesario (en ese sentido, es notable el momento en el que encuentran una mansión abandonada y Odile parece dispuesta a seguir durmiendo a la intemperie, antes que vulnerar la propiedad privada). A su vez, Yvan –enigmático, solitario, quizá también peligroso– también tendrá mucho que aprender de Odile, que no puede ocultar su pasado como institutriz.
Suerte de enfant sauvage, Yvan provee de alimento al grupo, con sus improvisadas partidas de caza y sus saqueos nocturnos, mientras que Odile, de pronto a sus anchas en esa amplia casona de provincia (cuyas fotos y recuerdos indican que allí vivió alguna vez un compositor judío, que debió seguir una vez más el camino de la diáspora) intenta recomponer su mundo quebrado, al margen de una guerra que parece haber quedado circunstancialmente atrás. El tiempo da la impresión de haberse detenido para siempre en esa casa, como esos relojes que presiden la sala y la cocina y ya no marcan la hora.
En esa isla al margen de la guerra, Téchiné explora con sutileza la curiosidad entre sus personajes: la fascinación de Philippe por haber encontrado en Yvan un hermano mayor o una figura paterna; la latente atracción sexual entre Yvan y Odile, apenas insinuada. La inteligencia de la película está en la manera en que van construyendo estas tensiones entre opuestos: hombre-mujer, naturaleza-civilización. El final de Lejos del mundo es quizá demasiado abrupto y parece obedecer a alguna indecisión o problema de guión, pero a su manera recuerda que la rueda de la historia sigue girando, arrastrando con ella aun a aquellos que creen haber encontrado un refugio al margen de la realidad.