ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LUIS FELIPE ALEGRE
La poesía en escena
El director zaragozano, creador de la compañía El Silbo Vulnerado, habla sobre la obra Argentino hasta la muerte, concebida sobre poemas de César Fernández Moreno.
Por Hilda Cabrera
La poesía es la palabra en el tiempo. En el tiempo que tienes para decirla. Y como no la rapees... Un soneto dura minuto y medio, y dura eso, como una pieza de música.” El actor y director zaragozano Luis Felipe Alegre, quien ha mostrado su dramaturgia en varios países latinoamericanos y ciudades de Francia y Portugal, entiende así la palabra en escena, que en sus espectáculos es poesía de juglar, “oficio” que redescubrió tiempo atrás, dándole “forma estable” al crear la compañía El Silbo Vulnerado. Esto fue en 1973, cuando comenzó a enlazar actuación, canto, música y otras artes y técnicas de escena. Dentro de su equipo de colaboradores se halla el director argentino Héctor Grillo, y esa presencia suma, porque Alegre cultiva el mestizaje de artistas y estéticas. De ahí su apasionado trabajo sobre una poesía sin fronteras, en la que incluye la que nace de la tradición oral. La compañía que lidera produce montajes propios y de otros grupos, busca apoyos y programa giras. Ahora mismo acaba de estrenar en el Teatro IFT (de Boulogne Sur Mer 549), junto al grupo El Indicio (de Buenos Aires), una obra que presentó en mayo de 2004 en el ciclo “Más que Teatro”, de Zaragoza, con sus compañeros de El Silbo. Quizás extrañe que el espectáculo sea un homenaje al poeta y ensayista argentino César Fernández Moreno (autor de Gallo ciego, Sentimientos y La realidad y los papeles, entre otros textos) y se denomine Argentino hasta la muerte. Pero esta impresión se disipa apenas comienza el diálogo con Alegre, también a cargo de la puesta de la versión local, de la que participan Martín Ortiz (El Poeta), Néstor Caniglia (El Presentador), Mariana Falco (La Cantante) y Gastón Meziéres (El Músico). De otras áreas se ocupan Germán Diez y Helena Santola (plástica), Hernán Bermúdez y Alejandro Battipede (realización) y Ariel Prat (colaborador en música).
El eje de este trabajo lo conforman cuatro poemas de Fernández Moreno: Argentino hasta la muerte (especie de psicoanálisis de humor sobre lo argentino), Un argentino en Europa, Las palabras y Débil mujer. Piezas recortadas –según el director–, pero con respeto. “En España César es un autor desconocido, como también su padre, Baldomero, que nació en Buenos Aires de familia española, pero la obra ha sido aceptada donde la hemos llevado”, cuenta Alegre. Este espectáculo, que va los jueves a las 20 en el IFT, fue invitado a numerosos festivales, entre otros el de “Oralidad”, de Huesca, y la Feria Internacional de Teatro y Danza de esa ciudad, donde los intérpretes eran los integrantes de El Silbo, cuya última presentación en Buenos Aires fue en 1997, cuando la compañía mostró Goya, poesía circundante. La idea de rescate y conmemoración es la que alentó otra pieza del grupo basada en las fuentes literarias en las que abrevó Miguel de Cervantes Saavedra para escribir su Don Quijote de la Mancha.
–¿Qué quiso destacar en la puesta de Argentino hasta la muerte?
–Me interesó la idea de viaje. Me hubiera gustado tomar más textos, pero eso hubiera significado hacer un espectáculo muy largo, y ahora lo normal es que sea corto, para desesperación de los que amamos la palabra.
–Sucede que el tiempo de lectura que exige un poema no es el mismo que el espectador está dispuesto a entregar...
–Cuando lees poesía sientes deseo de cerrar el libro y los ojos. Uno descansa, medita y refresca lo que acaba de leer, o levanta la vista, dejando que la palabra llegue al cerebro y se cocine ahí con la emoción.
–¿No se lee de un tirón?
–Puede ser, pero con esas pausas que se producen cuando uno siente que ya sabía lo leído y luego que no, porque le ha encontrado otro matiz.
–¿Qué otros poetas argentinos lo atraen?
–Algunos de los que han hecho que César Fernández Moreno haya quedado en segundo plano. Si no estuvieran Borges, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Lugones, Gelman... sería diferente. Es que Argentina ha sido prolífica en poesía. Borges era preciso, perfecto, aunque a veces me guste más y otras menos: hay temporadas que uno necesita acudir a un poeta de la calle como Raúl González Tuñón.
–¿Cuál es su visión de la poesía latinoamericana?
–No sé tanto como quisiera, pero varios recorridos poéticos de los años ’50 y ’60 me parecen fascinantes. Aquella ha sido una época de ruptura y a la vez de respeto por lo anterior. Cuando Fernández Moreno está planteando lo que él llamaba la poesía existencial, Nicanor Parra sorprendía en Chile con la antipoesía, Ernesto Cardenal reinventaba en Nicaragua los epigramas y en Cuba asomaba la poesía conversacional, como la de Roberto Fernández Retamar, quizá la más conocida.
–¿Y en España?
–Estaba en auge lo que después se llamó poesía de la experiencia, con Agustín Goytisolo, Gil de Viedma... Sus inquietudes eran semejantes a las de los americanos.
–¿A qué se debe su actitud juglaresca frente a la escena?
–He estudiado en una escuela de teatro y representado personajes, pero eso nunca me interesó demasiado. Practico teatro en función de la poesía. Tal vez por eso he sido un fanático de Marcel Marceau, de su poesía del gesto. Que este artista no exprese las emociones con palabras no altera mi adhesión a ellas. Al contrario, amplía mi horizonte.
–¿La poesía es hoy un arte apreciado?
–Reflexionando sobre el siglo XX, creo que ha habido, en diferentes países, núcleos de aficionados capaces de sostener la literatura poética. Algunos poetas tendrán eco y otros no, pero el barrio, la calle, la escuela y el bar los necesitan. Puede incluso que ante uno de éstos sucumba una masa de lectores que se sienten obligados a leerlo, pero no es lo habitual. La poesía ha sido de minorías y lo sigue siendo. Está claro que a veces una llamita da un fogonazo.
–¿Cómo se desarrolla el teatro y la poesía en Zaragoza?
–Zaragoza es la capital de Aragón, una región grande para lo que es España, pero con poca población. Posee tradición literaria y vanguardista. Ha tenido poetas deslumbrantes como Miguel Labordeta y Manuel Pinillos. De los mayores queda ahora la antorcha de Rosendo Tello. La escritura de la región es metafórica, algo áspera, simbólica, tronadora como de tormenta con relámpago y trueno. Al quedar al margen del cenáculo oficial, no ha sido reconocida. Recién ahora van desapareciendo de las antologías del siglo XX nombres que durante años estaban ahí como fundamento. Y en el teatro pasa un poquito igual. Los encuentros y ferias están en un punto álgido, porque los protagonistas de los espectáculos que se presentan son las agencias de distribución, los managers, escorados a un tipo de teatro light. La moda es cuatro hombres sobre el escenario hablando de mujeres o cuatro mujeres hablando de hombres. Ese teatro es un abuso. Frente a esto, el teatro de investigación se automargina.