Miércoles, 14 de mayo de 2008 | Hoy
Por Hernán Pajoni *
¿Por qué contra la televisión? Porque daña más, porque es el modo por excelencia a través del cual se produce realidad. Porque primero veo el humo en la pantalla y, antes de experimentarlo, ya me estoy ahogando; porque hace frío antes de sentirlo; porque no hay monedas antes de ver el monedero vacío.
Además de esta relación simbiótica entre el medio, los acontecimientos y el público, la naturaleza de las rutinas productivas de los noticieros televisivos abunda en una mecánica viciosa que reproduce estándares de realidad ajustados a cuestionables criterios profesionales que se vinculan al impacto, la conmoción y el entretenimiento. Esta operatoria es una combinación explosiva que devuelve a la pantalla una realidad de dudoso origen, es decir, una realidad televisiva que se autonomiza por la intervención regular y cristalizada de las tramas productivas, generando en muchas ocasiones un sobredimensionamiento de hechos aislados o sectorialmente minoritarios.
La verdad televisiva se muestra irrefutable además por el hábito en la creencia de la sinceridad de la imagen, a tal punto que una trompada puede transformarse así en un fenómeno extraordinario de la vida política argentina. Las noticias en televisión son modos de ver y reconocer la realidad y conforman una institución que provee de visibilidad pública a un conjunto de acontecimientos. Así, los productos noticiosos se transforman en una herramienta que –como una lupa– expande la confusa y compleja realidad, convirtiéndola en “simple verdad”, a través de un ordenamiento estructuralmente arbitrario.
De esta manera, la verdad objetivada se produce día a día en una sucesión de hechos cotidianos reflejados por los productos informativos: el efecto de verdad es un ritual expresivo que postula la objetividad como suceso comprobable, como transparencia.
Por esta razón, superar la noción de verdad como aspiración profesional y retórica de la industria puede transformarse en el basamento de una práctica periodística que aporte desde la televisión un modo de conocer y saber plural, que agregue mundo, experiencia y capacidad crítica a una sociedad acostumbrada a consumir estándares, modelos estereotipados y rentables en la producción de acontecimientos.
La repetición estigmatizadora y simplificadora no puede ser justificada porque los modelos productivos así lo exigen; por el contrario, se debe promover un periodismo que postule la responsabilidad institucional en el enriquecimiento del conocimiento y los saberes en términos democratizadores para la sociedad.
Sobreponer la propia ideología e intereses particulares sobre el suceso ocultando información relevante es una actitud profundamente irresponsable, porque en la tensión entre lo que se omite y lo que se emite se juega el modo de ver y de encuadrar la realidad, y así se manifiesta el nivel del compromiso democrático: única transparencia posible del trabajo periodístico.
Los noticieros no construyen mundos homogéneos, las vacilaciones de sus “creencias” obedecen en cada momento a circunstancias particulares que oscilan entre la impronta que deja la propia rutina productiva de noticias, los intereses económicos afectados y el impacto de la agenda de los acontecimientos. Cuando estos tres factores convergen en un mismo fenómeno el efecto es abrumador, y sumada la desmesura prejuiciosa y etnocentrista de algunos cronistas televisivos, se ha cruzado la frontera gracias a la cual se comenzaron a poner en evidencia las operaciones y mediaciones necesarias para la construcción de la realidad escondidas en la consagrada verdad del producto televisivo.
En la actualidad existe un conjunto de condiciones que alientan la posibilidad de pensar seria y críticamente el rol de los medios, la democratización de sus contenidos y el papel de la sociedad en esta encrucijada; aunque el momento haya surgido de la incomodidad del Gobierno, aunque sólo se acuerden de que mienten cuando les duele.
* Magister en Comunicación, docente e investigador de la UCA.
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