Miércoles, 18 de mayo de 2011 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Omar Tobío cuestiona el tratamiento periodístico dado a los contenidos de Geografía en los nuevos diseños curriculares y explica la metodología de construcción de los mismos.
Por Omar Tobío *
El pasado 6 de marzo el diario Clarín publicó una nota de opinión referida a los contenidos de Geografía en los nuevos diseños curriculares de la provincia de Buenos Aires, con el título “La pedagogía militante no es docencia”. No me interesa referirme a los términos –como mínimo– despectivos allí emitidos, sino centrarme en el desconocimiento sobre el carácter de la producción y circulación del conocimiento académico en Geografía y del diálogo entre esta comunidad y el sistema educativo.
Comenzaré diciendo algo ignorado (o negado por default) en dicha nota: en el mundo de la enseñanza de nuestra disciplina se entiende a los diseños curriculares como un intento de comunicación e información al sistema educativo sobre los términos del debate dentro de la comunidad geográfica universitaria y sobre los resultados provisorios de dichas discusiones. Esta documentación, los diseños, emanada desde las esferas oficiales, en democracia jamás es de aplicación unidireccional ni mecánica, ni tampoco se constituye en una prescripción de contenidos a enseñar. Es, ni más ni menos, un marco de referencia conceptual actualizado, útil como herramienta para la tarea docente en el nivel medio.
Muchas veces se realizan rondas de consultas con los docentes de las escuelas, de manera de recoger sus puntos de vista durante el proceso de elaboración de los diseños curriculares, dado que los profesores de Geografía de la escuela media son especialistas –no tabulas rasas– con palabra autorizada, egresados de diversos institutos de formación docente y de universidades. Los profesores, a su vez, siempre entran en diálogo tensando, acordando parcialmente, discutiendo y confrontando con los diseños curriculares una vez que éstos fueron concluidos y publicados. Se produce, de este modo, una hibridación entre lo que los diseños ofrecen y las prácticas y conocimientos docentes preexistentes, en un rico proceso cultural situado en las aulas, lo cual fue desconocido en esta nota de opinión.
Por otra parte, en las discusiones dentro de la comunidad académica de geógrafos –autónoma y libre– de las universidades nacionales suenan “todas las campanas”. A lo largo de los años, algunas “campanas” dejan de sonar, no por censura, sino por su irrelevancia científica. Lo relevante va cambiando con el paso del tiempo. Nuevas “campanas”, discusiones y consensos van surgiendo en el ámbito científico de la Geografía, no atados ni a modas ni a las agendas de algunos medios de comunicación.
Entiendo y comprendo que ciertos consensos dentro del debate geográfico sean vistos por periodistas de algunos medios como inscriptos, por ejemplo, dentro de la teoría del imperialismo, cuando esto no necesariamente es así, sin que esto suponga ningún tipo de actitud valorativa de mi parte. Nadie fuera de nuestra comunidad está obligado a conocer las matrices teóricas de la Geografía, pero resulta preocupante que redactores de medios con semejante incidencia nacional no se informen mínimamente al respecto antes de publicar sus opiniones.
En este sentido, el resultado del intenso diálogo entre los saberes y experiencias del “mundo escolar” con los consensos del “mundo académico”, expresado en diseños curriculares, imposibilita cualquier situación de “oscurantismo”. Un proceso de democratización de los saberes llevado adelante por los geógrafos de la academia en un codo a codo con los profesores del sistema educativo está más allá de las políticas del gobierno de turno. No obstante, es cierto, puede haber situaciones históricas específicas en las cuales el proceso de democratización puede verse restringido por proyectos políticos de raíz más o menos conservadora. Allí podría alojarse cierto “oscurantismo”. O, por el contrario, puede haber una escucha y atención para la promoción de esta expansión democrática del saber, conviviendo, a la vez, con virulentas voces en reacción ante esta apertura, las cuales pueden alojar también cierto “oscurantismo”.
Asimismo, desde el restablecimiento de la democracia en 1983 en las escuelas, comenzó a desarrollarse un complejo proceso de despliegue de una nueva cultura en la enseñanza de la Geografía, consistente en realizarles preguntas a los mapas y a los inventarios –y no a estudiarlos de memoria– en un delicado proceso de cambio.
Así como creo importante bregar por políticas de Estado a largo plazo en materia educativa, también considero que desde la sociedad civil necesitamos continuar en la lucha por la democratización del saber. Si los gobiernos deciden que las corporaciones (mediáticas o de otro tipo) les dicten los diseños curriculares, ignorando a los docentes, a los académicos y a los diálogos entre todos nosotros, muchos seguiremos de todas maneras en esta construcción por los bordes, por las grietas y por abajo. Si, por el contrario, el gobierno de turno escucha y allana el camino con los instrumentos de los que se dispone en las burocracias públicas para respaldar el despliegue de la variedad de diálogos aquí someramente enunciados, mucho mejor. Esto último no supone tener que cambiar de ideología, afiliarse a un partido determinado, alinearse a una corriente política en particular o transformarse en un geógrafo “adicto” a algo. Pensar y escribir con semejante automatismo es producto o de la ignorancia o de la mala fe de ciertos medios y no me interesa discernir de cuál de las dos cosas se trata, porque –aunque como ciudadano me preocupe– no es mi objeto de estudio, aun cuando las palabras emitidas me caigan fastidiosamente encima por ser integrante de la comunidad de geógrafos y profesores de Geografía.
En síntesis, ni los mapas están guardados ni los inventarios son dejados de lado en la Geografía escolar: a los geógrafos y profesores de Geografía nos interesa saber cuántas “cosas” hay y dónde están sobre la superficie terrestre. Pero desde 1983 nos preguntamos en las escuelas también, entre otras cuestiones, por los dueños de esas “cosas” y cómo esos propietarios se vinculan con la naturaleza para localizarlas en los lugares que vemos ocupan en los mapas.
Cada adulto y cada joven después verá qué hace con esas preguntas en una sociedad libre.
* Director de la Licenciatura en Enseñanza de las Ciencias Sociales CEGeo/EHu, Universidad Nacional de San Martín.
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