Miércoles, 22 de junio de 2011 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Desde Milán, Mela Bosch reflexiona sobre los procesos electorales, la rebelión de los “indignados” y el uso de las redes sociales por parte de los jóvenes.
Por Mela Bosch *
Desde Milán
Mi único poder es el pueblo, decía Berlusconi, seguro de la ley electoral que había excluido a todos los partidos de izquierda, los inmigrantes, los partidos de jubilados, los ecologistas. Se van a arrepentir, amenaza cuando no lo votan. Pero la pregunta más importante es cómo pudo pasar si toda la estructura institucional estaba organizada para que no sucediera.
La respuesta es la misma que en España, Grecia, el norte de Africa: indignación y creación. Estas palabras que dieron el nombre al movimiento de Madrid vienen de un hombre de 93 años que escribió un panfleto, nada innovador, al estilo de los que se hacían en sus épocas, emocionado, conmovedor, despiadado, sin ocultamientos, que termina con la consigna: “crear es resistir, resistir es crear”.
Ese viejo, que de resistencia conoce, fue militante de la Resistencia francesa, sobrevivió a la tortura de la Gestapo y al campo de concentración, encarna una extraña alianza de estos años: la de los muy ancianos y los jóvenes, extremos sensibles y abandonados de la Europa neoliberal.
En su panfleto Hessel les habla a los jóvenes con humildad, les dice que para él fue fácil indignarse, pues era evidente. Ellos, sin embargo, tienen el trabajo difícil de indignarse ante dobles discursos que los incitan al consumo y a la vez ignoran sus necesidades vitales; tienen la dura tarea de la indignación teniendo en cuenta el pacifismo, el respeto por las diferencias, el amor a la tierra, tantos condicionamientos que él ni siquiera pensó. Ellos sólo tienen de su parte la creación.
Puede parecer que Hessel usa esta palabra por ser anticuado, ya que es más a la moda hablar de innovación. La palabra innovación apareció como objetivo para las estrategias de ampliación de mercado en los ’80 y, retomada como alternativa para la sostenibilidad ambiental, siguió difundiéndose durante los ’90, sin perder este sentido. Hoy se refiere casi con exclusividad a los entornos digitales y de telefonía y sigue manteniendo su connotación de masificación de usuarios. También se diferencia entre la innovación incremental, un cambio sobre el cambio, y la innovación radical, cambio total, que son pocos. Ahora se habla incluso de innovación disruptiva, que siendo radical o incremental tiene la capacidad de desplazar las innovaciones existentes, como la máquina de escribir fue desplazada por la computadora.
Los estudiosos de los medios de comunicación social en un extremo, y los que se ocupan de las tendencias de mercado en otro, se focalizan en el uso de las redes sociales y hablan de la innovación tecnológica como motor en los reclamos sociales contra el modelo liberal.
El efecto del panfleto de Hessel nos viene a decir que la innovación es algo que se da en forma delimitada a un ámbito más o menos amplio, el tecnológico, el económico. En cambio, la creación involucra innovación, pero no sólo. De hecho puede haber creación sin innovación alguna. Lo que aparece como nuevo es sólo la difusión y el reconocimiento por parte de quienes lo vivencian.
Es el caso del uso del teléfono celular en los países árabes para convocar a las movilizaciones y virtualizarlas cuando su supervivencia atentaba contra la de las personas, o el uso de las viejas “acampadas” en las plazas en España, con criterios organizacionales que venían de la Comuna de París de 1871.
¿Y en Italia, qué pasó? Allí no hubo ninguna innovación. Tratando de no “asustar” a los electores el Partido Democrático propuso a Boeri, un candidato tibio y aceptable, como alcalde de Milán y llamó a internas abiertas. Los jóvenes, mujeres, ancianos fueron a votar... por Pisapia, un candidato desconocido para los políticos tradicionales, que una vez que ganó la interna, ganó también Milán. Aún se están preguntando cómo pudo triunfar este tranquilo abogado de izquierda, defensor de inmigrantes y de militantes antiglobalización y proveniente de Democrazia Proletaria, un partido pequeñísimo.
Indignación y creación, diría Hessel, sólo eso. La campaña para las primarias se hizo con mensajes de texto en los celulares, carteles hechos a mano, invitaciones personales, reuniones en parques y cafés, evitando la televisión y los diarios, que por otra parte están en manos del grupo económico de Berlusconi. Ahora ¿qué pasará? No lo sabemos. Los políticos y gerentes están tratando de adaptarse. Temen lo conocido: piquetes en el centro de las ciudades como en Madrid o votos sorpresa que logren sortear la marginalización institucional, o insurrecciones sin dirigentes convocadas por redes sociales.
Los grupos islámicos pensaron que el arma más letal era el suicida, por su total radicalidad e inevitabilidad. Felizmente la mezcla de indignación y creación es profunda e impredecible, ya que hoy la humanidad tiene la información difundida de manera suficiente para comprender e indignarse, porque los estados no pueden decir que no tienen dinero para ocuparse de los más débiles cuando la producción y la riqueza jamás han sido tan grandes en el mundo, y para crear, porque al transformarnos en usuarios y clientes nos han dado a la vez recursos más amplios que nunca para hacerlo. Es la contradicción que da esperanza a los ancianos y los jóvenes.
* Consultora lingüística. Docente de la Cátedra Tecnologías en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo de la UNLP.
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