Miércoles, 22 de junio de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
El 12 de mayo, cuando se conmovieron al verla conmovida, algunos sacaron la conclusión equivocada: se bajó de la candidatura presidencial. Falso. Ese día, en el famoso discurso de José C. Paz, Cristina Fernández de Kirchner hizo exactamente lo contrario. No estaba rompiendo con ningún sector interno del espacio oficialista, por ejemplo con el sindicalismo liderado por Hugo Moyano, sino ajustando los términos de la alianza interna. Y eso no lo hace quien busca dejar un legado sino quien procura conservar su poder propio, seguir en el centro del escenario y continuar en el gobierno.
En rigor, la fecha clave fue el 27 de octubre, cuando murió Néstor Kirchner. Hasta ese momento el oficialismo manejaba un plan con tres escalones. En el escalón superior, Kirchner candidato. Los amigos que lo frecuentaron en los últimos meses antes de su muerte saben que la candidatura no era su obsesión personal sino un modo de darle descanso a Cristina. Ella era, pues, el segundo escalón. La tercera variante del plan, si ninguno de los dos llegaba a medir lo suficiente para ganar en octubre, era Daniel Scioli.
La muerte de Kirchner cambió los planes en un doble sentido. El primero, literal: desaparecía el candidato. El segundo operó sobre el imaginario de la futura campaña electoral: los que pensaban convertir a Kirchner en una caricatura para ganarle más fácil se habían quedado sin el objeto de odio que les daba identidad.
Pero es equivocado interpretar que la muerte de Kirchner cambió la orientación del Gobierno. El panorama ya se había modificado antes. Por lo pronto, en el último trimestre de 2010 la Argentina había superado la crisis internacional sin recesión ni pérdida de empleos. Cristina ya había abandonado la costumbre de mencionar a sus adversarios con nombre y apellido y de recordar la identidad de algún columnista. Ya se había despojado de la ironía más dura. Y el Gobierno había reconocido de hecho lo que fue sin duda su mayor error –el modo indiferenciado en que se plantó frente a los productores agrarios en 2008– de la forma más eficaz que puede hacer una administración: cambiando la política y silbando bajito. Estimulado por su papel de secretario general de la Unasur, Kirchner seguía atento a la interna de cada sección electoral, pero miraba en detalle la región y el mundo.
Todos esos factores quedaron potenciados por miles de personas pasando frente al ataúd de Kirchner el 27 y el 28 de octubre y gritando “Gracias Néstor, fuerza Cristina”. El desfile fue transmitido en una cadena de televisión de hecho. El Gobierno no la impuso, pero ningún canal creyó que podía sustraerse a la fila india de gente llorando. Eso, tanto como Marcelo Tinelli yendo a las exequias, se llama olfato popular por parte de los medios. Pasa cuando una realidad es tan contundente que cualquier especulación puede convertirse en un acto suicida.
La nueva realidad anterior a la muerte de Kirchner, sumada al fenómeno social que produjo su fallecimiento, incidió más, mucho más, que un elemento a menudo sobrevalorado en estos ocho meses: el duelo de la Presidenta. En todo caso, el efecto político más fuerte no estuvo causado por una supuesta inmunidad –como está de duelo, ningún opositor la criticaría– sino por la obligación de redoblar la construcción de sí misma como candidata que Cristina puede haber sentido. Los políticos y las políticas suelen decir que toman sus decisiones tras una consulta familiar. Pero la política es una pasión demasiado absorbente como para tejer hipótesis sobre esa base.
Es falso que anoche se terminó el duelo. Ese asunto es tan variable y tan privado que sólo Cristina puede saberlo, y quizá ni siquiera lo sepa ella misma. Sí es cierto que comenzó un tremendo envión hacia las elecciones presidenciales del 23 de octubre y, si la foto que muestran hoy las encuestadoras no se modifica, hacia un período que concluirá el 10 de diciembre de 2015.
En caso de que repita el gesto de ayer –cuando frenó los silbidos contra Julio Cobos– o su frase del 20 de junio, en el sentido de recoger las piedras y ponerlas al costado, el tono de campaña de Cristina será insistir en los aspectos positivos de la gestión y no enredarse en discusiones exacerbadas que, por otra parte, entre todos los candidatos opositores solo parecen ser el terreno buscado por Elisa Carrió.
En el oficialismo ésta será una semana dura. Falta definir las listas a cargos legislativos nacionales, la candidatura a la vicepresidencia y la candidatura a la vicegobernación bonaerense.
Después, a partir del domingo, la lógica es que la campaña actúe como una gran clave de disciplina colectiva. Adrenalina pura.
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